Libro en papel vs. libro electrónico: Confesiones de una lectora profesional

Si alguien me hubiese dicho, hace apenas tres años, que escribiría un artículo como éste, me habría dado un ataque de risa. Yo era de las de “los libros sólo pueden leerse en papel; leerlos en un artilugio electrónico es antinatural”. Yo adoraba los libros, no sólo por su valor literario y/o académico, sino también como objetos físicos. Llegué a tener, calculo (nunca los conté), unos dos mil y me fueron acompañando, en número creciente, a través de mi peregrinaje vital: de Tenerife a Los Ángeles a Oregón a Sevilla a Madrid a Tenerife… Ya en el último (por ahora), de Tenerife a Alicante, no pude cargar con ellos. Tuve que deshacerme, con gran dolor, de cerca del noventa por ciento y, como digo en mi novela Todas las islas la Isla, “intuía que me arrepentiría de alguno (o algunos muchos)” (pág. 292). Y así fue: he perdido la cuenta de cuántos he tenido que recomprar y cuántos he descubierto que están ya descatalogados.

Sin embargo, este autodespojo no modificó mi relación con los libros. Una de mis experiencias más euforizantes al llegar a Alicante fue entrar en la Casa del Libro y encontrarme en una librería bien surtida por primera vez en más de tres años. Y retomé, allí y en otras librerías de la ciudad, la antigua compulsión de comprar libros (compulsión, puesto que los compraba de cuatro en cuatro o de cinco en cinco, sin saber cuándo ―ni si― los leería).

Luego llegó la pandemia y el confinamiento. Por motivos obvios, en tres meses no fui a ninguna librería y tampoco quise comprar libros online: me parecía una frivolidad exponer al personal de mensajería a riesgos sanitarios por artículos no de primera necesidad. Y me di cuenta de cuánto estaba ahorrando; es decir, de las ingentes cantidades de dinero que hasta entonces invertía en libros, cantidades que, en mi nueva (y continuada) situación de precariedad económica, no podía permitirme.

🌐🌐 Digresión: Porque los libros son caros, carísimos. El precio típico de un libro recién publicado es de 20 €, independientemente de que tenga 100 páginas o 400... Más que el precio en sí, lo que me indigna es esta uniformidad: si bien la calidad de un libro no tiene por supuesto nada que ver con su extensión, es evidente que los costes de producción (traducción ―cuando la hay―, corrección ortotipográfica y de estilo, maquetación) e impresión (papel, tinta, cubierta) dependen del número de páginas: ¡es como si costase lo mismo comprar un kilo de patatas que cuatro!

Digresión dentro de la digresión: Habrá quien se escandalice ante mi comparación de libros con patatas. Aclaro que no me estoy refiriendo al proceso de creación, sino de producción, el que se mide por costes y beneficios y el que, por tanto, mueve a la industria editorial, que no es distinta a cualquier otra industria capitalista. Habrá también quien argumente que la cultura no es cara. Que, en la medida en que sus productos no son, como las patatas de mi ejemplo, meros objetos de consumo, que no se gastan, que admiten un “uso” reiterado a lo largo de los años, e incluso de las décadas, su valor es en realidad intangible y, por tanto, lo que se invierta en ellos no puede medirse monetariamente. Nada que objetar a este argumento (salvo el pequeño “detalle” de que, como señaló Walter Benjamin hace casi un siglo, el arte se ha convertido en mercancía... en un proceso que se intensifica cada vez más). Sin embargo, lo que olvidan quienes esto argumentan es que, para poder plantearse si la “inversión” merece o no la pena, primero hay que disponer de unos medios económicos que un altísimo porcentaje de nuestra sociedad no posee.

Volviendo a la primera digresión: Es cierto que los clásicos y los libros de bolsillo son más asequibles, pero yo no sólo leo clásicos y las ediciones de bolsillo sólo aparecen, y con un par de años de retraso, en el caso de los títulos superventas. Lo mismo es aplicable a las librerías de segunda mano y a las bibliotecas: los catálogos son limitados. Y, aunque yo leo ante todo por placer, soy una lectora profesional y, cuando me interesa un libro, me interesa ya. 🌐🌐

Y ahora a lo que iba antes de la doble digresión... Fue después del confinamiento cuando decidí comprarme un lector de libros electrónicos: había constatado que, en ese formato, los libros cuestan aproximadamente la mitad (hablo de los mismos libros que se compran en librerías). No negaré que lo hice con ciertas dudas, porque siempre he sido incapaz de leer en pantalla, ya sea de ordenador, tablet o móvil ―todo texto de más de una página tengo que imprimirlo en papel para poder asimilarlo―, y no me creía del todo que estas pantallas fuesen tan “mejores” como decían.

Por suerte, me equivoqué y puedo leer perfectamente en esa pantalla. De ahí este artículo sobre las ventajas y desventajas de cada formato, con una sorprendente (también para mí) preferencia por el nuevo.

Imagen tomada de www.pixabay.com

🟣 Ventajas del libro electrónico:

🔵 Ahorro: La primera sigue siendo la económica. Repito: los mismos libros cuestan en torno a la mitad. El típico libro que en papel cuesta 20 euros suele costar 9,49 (no sé quién determinó este precio exacto, pero es extrañamente recurrente), es decir, que puedo comprar algo así como el doble de libros y no preocuparme tanto de la relación extensión/precio.

Por otra parte, puesto que cualquier libro está a un simple clic de mi dispositivo, a cualquier hora del día o de la noche, ya no compro compulsivamente, sino, uno por uno, los libros que quiero leer. Cuando veo alguno que me interesa, lo añado a una lista en el propio dispositivo y, llegado el momento de leerlo, lo compro.

🔵 Surtido cuasi infinito... y en cualquier idioma: Aunque muchos libros no llegan a publicarse en formato electrónico (sobre todo los académicos), está claro que, al menos en literatura, el surtido es infinitamente superior al de cualquier librería y ―lo más importante para mí― en cualquier idioma. Las grandes librerías suelen tener una sección de libros en lenguas extranjeras, pero, aparte de que suelen ser muy pocos, los precios son astronómicos. En cambio, en formato electrónico cuestan exactamente lo mismo que los libros "patrios".

Gracias a ello, ha aumentado exponencialmente mi lectura en francés, hasta tal punto que, desde hace algún tiempo, leo bastante más literatura francesa que española... y no sólo porque así puedo perfeccionar mi dominio de este idioma que adoro, sino también ―¿o sobre todo?― porque en estos momentos me parece mucho más rica que la nuestra (remito a mi artículo del verano pasado sobre lo que llamé “McLiteratura”). Lo mismo me sucede con las traducciones: desde hace algún tiempo compro los libros escritos en lenguas que no domino en traducción al francés (salvo los de lenguas muy cercanas al castellano, es decir, las que conozco hasta cierto punto pero no lo suficiente para la comprensión profunda de un texto literario, como el gallego, el portugués o el catalán).

🔵 Funcionalidades incorporadas: Nunca me ha dado “pereza”, mientras leo, consultar palabras, sucesos o personajes históricos que no conozco (sobre todo ahora, cuando suelo tener siempre el móvil o la tablet cerca), aunque no es “aconsejable” buscarlo “todo” porque ello interrumpe el flujo de la lectura y puede acabar entorpeciendo su disfrute (de hecho, en mis cursos de literatura hispánica les recomendaba a mis alumnas estadounidenses no hacerlo, sino desarrollar la intuición para determinar qué palabras o expresiones eran importantes y cuáles no). Sin embargo, con el lector electrónico ni siquiera se interrumpe la lectura, porque tiene incorporados diccionarios monolingües y una mini-Wikipedia y basta con subrayar una palabra, o conjunto de, y aparece la definición y/o referencia. Esto me resulta especialmente útil con el francés, porque ahora lo consulto “todo”, incluso palabras que antes habría obviado por saber (por el contexto) que designan, pongamos por caso, plantas o muebles, y que, por tanto, conocer su significado exacto no resulta esencial para la comprensión del texto.

🔵 Comodidad postural: Esto ha sido lo más sorprendente para mí y lo que me ha vuelto “adicta” al libro electrónico. Desde la segunda noche en que lo utilicé, decidí que en la cama no volvería a leer libros en papel. Porque en la cama yo no leo sentada, como “la gente normal”, sino medio tumbada de lado, y este dispositivo es ideal para eso: se sostiene con una sola mano, con una sola mano se pasan las páginas y con un solo dedo se hacen las consultas y/o se subraya.

Pronto descubrí la misma comodidad para mis lecturas diurnas. Yo soy “lectora lápiz en ristre”. De hecho, fue por ello por lo que hace años decidí “consumir” (en este caso sí se trata de mero consumo) sólo literatura de evasión en la cama (novela policíaca, el único género “menor” que me interesa): estar leyendo y subrayando/anotando antes de dormir agravaba mi inmemorial insomnio... y en la literatura de evasión hay poco que merezca ser subrayado. Pero mis lecturas diurnas siguen exigiéndome el lápiz y, puesto que tampoco en el sofá me siento como las diosas mandan, ha llegado a convertirse en un suplicio leer y subrayar/anotar al mismo tiempo, cosa que de todos modos sigo haciendo porque, por los motivos que expongo más abajo, sigo comprando en papel los libros que utilizo profesionalmente, para mis cursos o artículos.

🟣 Desventajas:

🔵 Dificultad para volver atrás: Cuando se quiere refrescar algún detalle anterior, es preciso retroceder página a página (salvo que se sepa exactamente a qué página se quiere volver, lo cual no suele ser el caso) y faltan las referencias “fotográficas” que proporcionan los libros en papel (“me suena que estaba al final del capítulo anterior...”, “... en una página de la izquierda”, etc.).

🔵 Dificultad para acceder a los subrayados/anotaciones: Subrayar, como mencioné antes, es muy fácil (basta con marcar con la uña las palabras o pasajes que interesan); anotar, no tanto: el teclado del lector es infinitamente peor que el de los móviles o las tablets, y no permite más que escuetas notas.

El problema con los subrayados es el acceso. Se pueden ver todos los subrayados pinchando una pestaña del dispositivo, pero aparecen sólo las palabras subrayadas, fuera del contexto del párrafo o la página. Para descubrir éste, hay que ir a la página concreta y así con cada una, lo cual es bastante engorroso. Es más práctico conectarse al lector a través del ordenador: aunque se siguen viendo sólo las palabras subrayadas, es más cómodo entrar a, y navegar entre, las páginas correspondientes. Eso sí: una vez dentro, copiar los subrayados (para citarlos en un artículo, por ejemplo) es mucho más fácil que hacerlo desde un libro físico (palabra por palabra, poniendo pesos para que el libro no se cierre, verificando luego haber transcrito el texto con exactitud...), pues basta con copiar y pegar. Por otra parte, el formato en papel permite distintos tipos de subrayados (yo tengo mi propia tipología) y/o marcar determinadas páginas con post-its, algo imposible con el lector electrónico.

🔵 ¿Menos concentración? Esto es difícilmente cuantificable, pero tengo la impresión de que me sumerjo más profundamente en los libros en papel, con sus dos páginas abiertas por las que la vista puede “pasear” en medio de la lectura, que en las “pequeñas” páginas, todas iguales, del lector electrónico. Por eso también sigo comprando el género ensayo en papel.

🔵 ¿Almacenamiento limitado y obsolescencia? Según leo "por ahí", mi lector es capaz de almacenar hasta tres mil libros y, en principio, si cambio de dispositivo (imagino que estos artilugios se estropean), puedo trasladar toda mi biblioteca al nuevo. Ahora bien, teniendo en cuenta la obsolescencia programada que rige nuestro neoliberalismo salvaje, no puedo evitar temer que en algún momento todos estos "nuevos" libros desaparezcan de mi alcance (yo no sólo leo; también releo mucho)... como antaño desaparecieron mis películas en VHS: aunque las copié, una por una (proceso que me llevó varios meses), a DVD, los DVD grabados soportan mal el paso del tiempo y muchos de ellos están irremediablemente dañados.

***

Dicho todo esto... Sigo añorando intensamente mi antigua biblioteca y miro con envidia (ad-miro) las bibliotecas personales bien nutridas que veo en películas o en conferencias vía Internet... Y, como escritora que también soy, prefiero que mis lectoras adquieran el libro en papel y lo acaricien y lo subrayen y anoten con el lápiz de toda la vida. Contradictoria que es una.

Comentarios

  1. Anónimo12:02

    Gracias, como siempre, súper interesante, te lleva a reflexionar. A mí me pasó algo parecido. Dejé mi biblioteca, con más de cinco mil libros, en mi país. Y aquí empecé una nueva. En navidad de hace dos años, mi hijo me regaló una Tagus. Para mí sorpresa, casi todos los libros de autores independientes están en Kindle…Además, comprar án Tagus no es fácil, al menos para mí.

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  2. Anónimo12:02

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