Migración infantil y racismo en España: "Dieciocho" de Hammudi Al-Rahmoun Font
Desde entonces, sin embargo, y durante casi una década el tema fue abordado en la ficción a cuentagotas, como si no siguiesen muriendo cientos (¿miles?) de aspirantes a migrantes en el Mediterráneo y el Atlántico, y como si no hubiese ya explotación ni racismo en nuestro país. Tampoco se reemplazaron las historias de migrantes que recién llegan por migrantes o migrantedescendientes que ya forman parte de la sociedad. Constituyen nada menos que el 18 % de la población1, pero su presencia en nuestro cine roza el cero por ciento y su representación, cuando aparecen, es de encasillamiento total y absoluto: las mujeres son todas empleadas de hogar o mujeres prostituidas, y los hombres jornaleros o delincuentes.
Los motivos, en mi opinión, son dos: 1) La casi total inexistencia de cine de denuncia social en la última década; 2) La incomprensible ausencia de cineastas migrantes o migrantedescendientes en la industria. En largometrajes de ficción, y salvo despiste mayúsculo por mi parte, sólo hay un cineasta que haya realizado más de una película, el español de origen maliense Santiago Zannou, quien se dio a conocer con El truco del manco en 2008 y posteriormente dirigió otra película de ficción, Alacrán enamorado (2013), además de varios documentales.
Desde comienzos de esta década parece que el tema vuelve a interesar y se han estreando varias películas que abordan la migración y/o el racismo desde distintos ángulos, entre las que destacaré: Sis dies corrents (2021) de Neus Ballús, Vasil (2022) de Avelina Prat, Suro (2022) de Mikel Gurrea, El salto (2024) de Benito Zambrano y Calladita (2024) de Miguel Faus.
Al mismo tiempo, en 2024 se estrenó en RTVE una grandísima serie2: Dieciocho, de Hammudi Al-Rahmoun Font, un cineasta hispano-sirio que tiene un largometraje, Otel·lo (2012), y varias series en su haber. La serie cuenta la historia de amor entre dos jóvenes de 17 años: Moha, un menor marroquí (de ésos que suelen ser designados con un acrónimo deshumanizador que no reproduzco) que se halla en un centro de acogida y trabaja como cocinero en un comedor social para mayores (haciendo prácticas como menor tutelado), y Cèlia, una chica española que ha sido condenada a trabajar en la misma cocina por un delito de odio: grabar y jalear a su hermano Matías mientras le daba una paliza a un migrante (al ser mayor de edad, él está cumpliendo un año de cárcel). El gerente del comedor, Bilal, es también magrebí y en el bar trabaja un hombre español con síndrome de Down, José Luis, con lo cual la serie tiene el mérito añadido de incluir a un colectivo aún más invisibilizado en nuestro cine que el de las personas migrantes: el de las personas con discapacidad.
El hecho de que el director sea hispano-sirio, es decir, alguien que conoce el racismo islamófobo de primera mano, es clave. En la serie no hay ningún estereotipo o exotización: sólo la realidad pura y cruda de los menores migrantes. Uso el masculino genérico porque tanto en el centro de menores como en la estación de tren abandonada donde (mal)viven los que son expulsados al cumplir los 18 años sólo hay chicos… y no es casualidad machista: sólo el 6 % de las personas menores no acompañadas son niñas y deduzco (aunque no he podido verificarlo) que hay centros segregados por sexo.
La serie es "educativa", pero, al contrario que otras obras audiovisuales que pretenden concienciar sobre el racismo, los elementos didácticos (dirigidos al público español) no están metidos con calzador, sino que fluyen con naturalidad dentro de los diálogos o mediante las imágenes. Aparte, las interpretaciones de la pareja protagonista (Maël Rouin-Berrandou como Moha y Alícia Falcó como Cèlia) son excelsas, la fotografía es bellísima y, pese a mi alergia a todo lo romántico, es una preciosa historia de "amor imposible".
🟣 Moha:
Es un joven trabajador, sensible y solidario, que pertenece a una familia extensa cariñosa y bien avenida: habla a menudo por videollamada con su madre y su padre, y sufre muchísimo cuando muere su abuela. Su sueño es conservar su empleo para no ser expulsado del centro de acogida al cumplir los 18, como les ha sucedido a otros compañeros. (Entre paréntesis, son muy emotivas y elocuentes las despedidas a los que se van: abrazos y, a la vez, zapatazos como protesta contra un sistema deshumanizante. Como le dirá Moha a Sandra, la trabajadora social del centro, "¿A cuál edad te parece bien de [sic] dormir en la calle?") Cuando señalé arriba que en la serie no hay ningún estereotipo al uso, me refería también al hecho de que no vemos a ningún joven, ni siquiera a los que (mal)viven en la calle, delinquir3. Sin embargo, Moha no es perfecto (lo cual le otorga profundidad al personaje): así, roba comida del comedor para llevársela a Ajoub, un compañero que ha sido expulsado del centro y que terminará suicidándose, y ha mentido respecto a su edad al llegar a España.
Todo parece indicar que va bien encaminado hacia su sueño hasta que Cèlia se cruza en su vida, pues a causa de ella lo pierde todo. Digo a causa de y no por culpa de porque el daño no es deliberado: después de una bonita velada en la playa, donde se han dado su primer beso, Moha se da cuenta de que se le ha gastado el abono del metro y ella le dice que no pasa nada por colarse sin billete... Porque, en efecto, a alguien como ella ―es decir, española― no le pasa nada cuando lo hace. Pero él es magrebí y, en cuanto perciben su reacción instintiva de miedo, los guardias de la estación lo apalean y lo arrastran a comisaría. Pasa dos noches en el calabozo y la policía aprovecha para hacerle una prueba ósea de edad, en la que se revela que no tiene 17 años, sino entre 18 y 19. Personalmente, me cuesta creer que ese tipo de prueba pueda determinar la edad con tanta precisión y, de hecho, la trabajadora social le dice al comisario que recurrirán el resultado... hasta que descubre, por la partida de nacimiento de Moha, que era correcto.
Como consecuencia, Moha es expulsado del centro y de su trabajo, y ha de instalarse en la estación abandonada junto a su amigo Ajoub. Al cabo de unos meses, en el último episodio, titulado "Vivir" ―que en su caso sería más bien sobrevivir―, vemos que ha encontrado trabajo como jornalero en la huerta, lo que le permite pagarse una habitación en un piso compartido con cinco chicos magrebíes y subsaharianos. Es decir, ha seguido adelante, aunque con menos perspectivas de obtener los papeles que si hubiese seguido con las prácticas en la cocina (ahora trabaja en negro) y sin olvidar a Cèlia.
🟣 Cèlia:
Lo más llamativo de este personaje es la evolución que experimenta desde su racismo visceral, que percibimos aun antes de saber cuál fue su "delito de odio" (no lo vemos hasta el final del primer episodio): cuando sube al tren y ve un asiento libre al lado de un chico magrebí (que resultará ser Moha), opta por quedarse de pie; de camino al comedor social, al darse cuenta de que el chico va detrás de ella (como una sombra, difuminado, tal como la población española (no) ve a los otros y otras), mira hacia atrás, asustada, y luego finge hablar con su madre por teléfono hasta que él la adelanta. Una vez en el comedor, hace una mueca de disgusto cada vez que Moha le da órdenes o instrucciones para hacer el trabajo (¿cómo va a aceptar que un chico magrebí sepa más que ella?), y al terminar la jornada le dice a Bilal que no quiere continuar. Pero no le queda otra... Al día siguiente se chiva a Bilal de que Moha ha robado un táper de comida. Sin embargo, después de que Moha la ayude a salvar una salsa que estropeó, le devuelve el favor escondiendo el táper antes de que Bilal le registre la mochila.
Según va conociendo a Moha, Cèlia cambia su perspectiva y al final acaba insultando a su hermano por racista e "inútil" (mejor dicho, racista por inútil), a quien el paso por la cárcel no ha cambiado para mejor4. Y ello no se debe a que se haya enamorado de Moha. Más bien al contrario: si llega a enamorarse de él es porque, gracias al conocimiento, empieza a verlo como una persona y no como un otro. Son también llamativas la influencia positiva de Moha, quien la anima a perseguir su sueño de estudiar Ciencias del Mar, aunque ello signifique que se marchará a Canarias, incluso ayudándola a repasar para la sele (influencia que contrasta con la [involuntariamente] negativa que ejerce ella sobre él), y el hecho de que, contrariamente a él, pertenezca a una familia en cierto sentido disfuncional: no sabemos nada de su padre, y su madre, que trabaja como limpiadora cobrando en negro, tiene dificultades para comunicarse con su hijo (después de que él agreda físicamente a Cèlia, lo echa de casa) y con su hija, quien hasta cerca del final no se siente querida por ella.
Aunque se trata de obras muy distintas en todos los sentidos, la serie me recuerda a la película Retorno a Hansala (2008), de Chus Gutiérrez, donde también hay dos personajes protagonistas, uno migrante (en este caso la mujer, Leila) y uno español (en este caso el hombre, Martín). La película es una road movie y, como tal, se supone que el viaje exterior es reflejo de un viaje interior. Sin embargo, al igual que en Dieciocho, el personaje que evoluciona es el español y aunque, al contrario que Cèlia, Martín no es propiamente racista ―yo lo describiría más bien como "indiferente" o inconsciente de la realidad otra―, su arco de transformación al viajar a Hansala es similar al que transita Cèlia. Y ojo: ello no quiere decir que los personajes migrantes sean planos. En realidad, lo que nos transmiten es que tienen claro lo que quieren y por qué están en España y que es la población española la que tiene que cambiar de actitud con respecto a ellos y ellas... en lugar de exigir que éstas cambien para integrarse, es decir, asimilarse, como se les repite machaconamente. Y esto es algo que sólo se consigue mediante el acercamiento a, y el conocimiento de, el otro o la otra.
🟣 Amor "imposible":
La historia de amor entre Moha y Cèlia es, sin embargo, imposible. Y ello por varios motivos. En primer lugar, sus trayectorias y sueños son completamente distintos y, a su edad, difícilmente conciliables (tal vez en la adultez sí sería posible). En segundo lugar, Moha no encaja con las amistades de Cèlia, porque, aunque de clase trabajadora, hay un abismo entre sus vivencias y las de Moha: tienen una familia cerca, una casa y suficiente dinero para ir a cenar y a una discoteca... sin que el portero les niegue la entrada, como le ocurre a Moha. (Entre paréntesis, me parece un hallazgo que el portero sea latinoamericano [caribeño, a juzgar por el acento], porque nos muestra que también existen prejuicios entre las comunidades otras, prejuicios por otra parte incomprensibles: en otra discoteca, de otro barrio, sería al portero a quien no dejarían entrar.) De hecho, la reticencia de Cèlia a invitarlo a su cumpleaños sugiere que todavía perviven rescoldos de su racismo inicial, además de cierto temor a el qué dirán (aunque ella lo justifica con que él puede sentirse "incómodo" y "desplazado"). Y esa falta de encaje, esa exclusión ―y autoexclusión― de Moha durante la celebración desembocará en su primera pelea de pareja... en la que Cèlia llega a soltarle un furioso "¡Podrías hacer un esfuerzo e integrarte!". (Después de esto, se verán una sola vez más y romperán tácitamente su relación.) En tercer lugar, porque Cèlia es incapaz (por motivos obvios) de confesarle a Moha por qué fue condenada a realizar servicios comunitarios y una relación "sana" no puede construirse sobre tamaño secreto.
Por último ―y esto es quizá lo más desesperanzador de la serie― siempre habrá una barrera cultural entre ella y él, como muestran las secuencias finales (cuando han pasado varios meses y ella está ya estudiando en Canarias), que se desarrollan en una estación de metro, hablando, casi gritando, desde andenes opuestos, con dos vías de separación en medio5: la distancia entre las comunidades que coexisten (nótese que no digo conviven) en la sociedad española es insalvable; es decir, España nunca será un país multicultural más que a nivel demográfico.
🟣 Los trenes como leitmotiv:
Los trenes, las estaciones y las vías son omnipresentes en la serie. Es en un tren donde se encuentran por primera vez Moha y Cèlia. Es en una estación de metro donde detienen a Moha, truncando así su futuro. Es en una estación abandonada, al otro lado de las vías, donde viven y duermen los niños migrantes sin hogar. Y es en una estación donde Cèlia y Moha se encuentran por última vez.
El tren cumple varias funciones. Por un lado, es una metáfora de los viajes que emprenden el y la protagonista: los literales de Moha, quien llegó a España en una balsa (me parece un hallazgo que no use la palabra patera), y de Cèlia, cuando viaja a Canarias (en avión) para estudiar y regresa a casa por Navidad, y el viaje interior de Cèlia. Y, por otro lado, al ser un medio de transporte, lo es también de comunicación: de acercamiento y reencuentro, o de alejamiento y despedida, según los casos.
En suma, una serie magnífica, sensible y necesaria, que debería ser de visionado obligatorio en institutos... y no sólo.
Notas:
1 Según el INE (Instituto Nacional de Estadística), el porcentaje de población extranjera en España (no toda la cual es propiamente migrante, pero sirva como acercamiento) en 2022 era del 11,6 % (https://www.ine.es/jaxi/Datos.htm?path=/t20/e245/p04/provi/l0/&file=0tamu004.px). A ello hay que añadir a la población nacida en España de madres y/o padres migrantes, que sumaría otro 6,5 %, de acuerdo con un estudio de Jordi Bayona-i-Carrasco y Andreu Domingo (https://reis.cis.es/index.php/reis/article/view/2364).
2 La serie ha sido galardonada con el premio ODA (Observatorio de la Diversidad en los Medios Audiovisuales) a la Mejor Ficción, el premio al Mejor Reparto en Serielizados Fest y una mención especial en los Prix Europa. Curiosamente, no recibió ni una triste nominación en los premios Forqué o los Feroz.
3 Por ponerle una objeción a la serie, me ha parecido excesivo el número de magrebíes que comparten prisión con Matías, alguno(s) de los cuales le ha(n) dado una (merecida) paliza. Cuando le dice a Cèlia que "ellos siempre serán más", los señala y vemos a cuatro, con sus familias, en el locutorio... y a ningún español. Según el Anuario Estadístico del Ministerio del Interior 2023, el 31 % de la población reclusa en España es extranjera. Es una cifra desproporcionada con respecto a la población real, pero la propia serie nos muestra por qué: si un menor pasa dos noches en el calabozo por colarse en el metro, ¿qué no ocurrirá en el caso de delitos ―o sospechas de― más serios? Además, no toda esa población extranjera está formada por migrantes, pues en España operan todo tipo de mafias, incluidas de países (ex)comunitarios como Reino Unido, que están ―o pasan por― aquí sólo para delinquir.
4 Este cambio se muestra de manera magistral cuando, en el último episodio, Cèlia entra a un tren y escruta el vagón en busca de asientos libres exactamente igual que en la escena del principio, pero esta vez se acomoda con toda naturalidad frente a dos chicos magrebíes que están sentados en la misma fila (penúltima de la derecha) que Moha en la primera escena.
5 La "conversación" termina cuando llega el tren de Moha. Él se sube, se sienta junto a la ventanilla y mira a Cèlia, quien a su vez lo mira, llorando, desde el andén. De repente, en el mismo instante en que suena el pitido de salida, Moha hace un gesto como de querer levantarse del asiento, a lo que sigue un fundido en negro. Espero que ello no signifique que habrá una segunda temporada en la que él viajará a Canarias y se reconciliarán y... serán felices y comerán perdices.
Comentarios
Publicar un comentario