El feminismo hegemónico y el hijab: Historia de una obsesión

🌐🌐 Antes de empezar, unas aclaraciones: 1) Entiendo por feminismo hegemónico (en mi vocabulario, mainstream) el autodenominado feminismo radical, con el que comparto la postura abolicionista. 2) Cuando hablo de los debates en torno al uso del hijab, hablo exclusivamente de Occidente; sobra decir que me opongo tajantemente a su imposición en los países de mayoría musulmana. 3) No soy de origen magrebí, pero viví 18 años en EEUU como mujer racializada (latina), lo cual me faculta para hablar, aunque no sea desde dentro de ese colectivo concreto, del racismo al que están sometidas las mujeres racializadas en España. 🌐🌐

En 2005 escribí un artículo titulado "El cuerpo femenino como encrucijada de los caminos de la globalización", que fue publicado en la revista chilena Piel de Leopardo y, posteriormente, en 2008, en el volumen Rebeldes y terrestres: Propuestas de cambio y subversión, editado por Amado Láscar y Jesús Sepúlveda. Hace unos días lo releí y me sorprendió constatar que, veinte años después, a pesar de los cambios sociológicos, demográficos e ideológicos que se han producido desde entonces, sigue estando vigente.

Lo que me motivó a releerlo fue la reciente avalancha de artículos de prensa y publicaciones en redes sociales por parte de feministas españolas pontificando, desde sus privilegios de mujeres blancas y burguesas, sobre el uso del hijab entre las mujeres musulmanas. Esto en sí no es nuevo. Lo que ha cambiado es el blanco ―permítaseme el juego de palabras― de las críticas: si antes se dirigían a los hombres musulmanes que oprimían a sus mujeres, ahora se las culpabiliza a ellas. Así, he leído, estupefacta, comentarios tildándolas de "integristas aunque no lo sepan" y "siervas del patriarcado", entre otras lindezas.


Foto tomada de: https://pixabay.com/photos/girl-glasses-surprised-portrait-7078329/

De entrada, la obsesión con el hijab, que no es más que un trozo de tela que cubre el pelo (ojo: no confundir con el niqab o el burka, que sí son físicamente opresivos), denota un desconocimiento total del funcionamiento del colonialismo y el racismo occidental en su intersección con el patriarcado. Y me parece incomprensible que las académicas feministas (pues muchas de las que escriben estas cosas son académicas de renombre) no hayan leído a las teóricas poscoloniales/decoloniales ni a las teóricas estadounidenses racializadas. En su imprescindible (aunque algo indigesto) artículo de 1988 "Can the Subaltern Speak?" ["¿Pueden hablar las personas subalternas?"], Gayatri Spivak señalaba que la historia de la colonización ―y, superada ésta, añado yo, la historia del racismo en Occidente― es la de "white men saving brown women from brown men" ["los hombres blancos salvando a las mujeres de color de los hombres de color"] (1994: 92)1. El proceso sigue enteramente vigente, con la única ―y muy significativa― diferencia de que a los hombres blancos se han unido ahora, alegre y acríticamente, las mujeres blancas.

Como no me apetece reescribir todo lo que pensaba hace veinte años, copio algunos fragmentos de mi artículo de 2005:

Según han señalado teóricas como Nira Yuval-Davis y Floya Anthias, las mujeres han desempeñado tradicionalmente el papel de “madres de la nación”, reproductoras de las fronteras de los grupos étnicos y/o nacionales, transmisoras de la cultura y significantes privilegiados de la diferencia nacional (Kandiyoti, 1994: 376-77), y en los discursos nacionalistas de los países colonizados han sido representadas alternativamente como víctimas del atraso social, iconos de la modernidad o portadoras privilegiadas de la autenticidad cultural (Kandiyoti, 1994: 378). Es decir, sobre sus hombros ha recaído la responsabilidad “moral” de construir o salvaguardar la nación o la comunidad, aun cuando en la práctica no hayan tenido ningún poder real para hacerlo. Y sigue recayendo. (pág. 49)

Se trata de la secular ―y eurocéntrica― dicotomía entre lo tradicional y lo moderno, que sitúa a Occidente como emblema (positivo) de lo segundo, trasladada ahora al ámbito de las migraciones. Como señala Virginia Maquieira d’Angelo: “Esta interpretación otorgaría a la sociedad receptora el papel de motor de cambio que opera sobre las poblaciones migrantes provenientes de un mundo rural, tradicional y portadoras de un sistema de valores arcaico y desigualitario” (1998: 13). (págs. 57-58)

Por si no ha quedado claro, traduzco: tanto los oprimidos (masculino literal) como los opresores ―y las opresoras― inscriben la identidad racial en el cuerpo femenino. Los oprimidos, para aferrarse a los que creen unos valores "superiores" (la "pureza" de sus mujeres, manifestada en su indumentaria y en sus comportamientos sexuales) a los de una sociedad explotadora y hostil que les exige asimilación sin ofrecer nada a cambio; los y las opresoras, para justificar su explotación y hostilidad sobre la base de lo que consideran un "maltrato" ("atrasado") de sus mujeres. Y cuanto más racismo y explotación sufren los oprimidos, más intransigentes se vuelven con esos sus valores, con lo cual se produce un círculo vicioso muy difícil de romper. Y, en última instancia, las víctimas son, por supuesto, las mujeres, que sufren opresión por ambos lados: la opresión patriarcal dentro de su comunidad y la opresión racista (a la que hay que sumar la patriarcal que afecta a todas las mujeres) fuera de ella.

Vuelvo a autocitarme:

Y cuando de la opresión de las mujeres del Sur se trata, existe un símbolo sobre el que han llovido en los últimos años ríos de tinta en España, Francia y otros países: el famoso “velo” de las mujeres musulmanas. (pág. 58)

¿[H]asta qué punto el uso del hijab por parte de una mujer musulmana en Europa representa un símbolo de sumisión al patriarcado y hasta qué punto puede verse como símbolo de afirmación cultural en un entorno xenófobo y hostil, sobre todo si tomamos en cuenta que, como señalé antes, la responsabilidad de la reproducción de la propia cultura suele recaer sobre las mujeres? [...] Malika Abdelaziz, la encargada de temas educativos de la Asociación de Trabajadores Inmigrantes Marroquíes en España (ATIME) observó que “Es una lástima que toda la cuestión se esté centrando en hiyab sí o hiyab no. Al final, lo único que provocan estas discusiones es una polarización entre los islamófobos y los integristas”. Cuando la realidad es, según la misma portavoz, que esta prenda recoge una multiplicidad de significaciones dependiendo del contexto (El País, 16 de febrero de 2002). (pág. 59)

De alguna manera, con este tipo de debates se crea una espiral perversa: la occidentalización forzosa alimenta el integrismo religioso, lo que a su vez oprime cada vez más a las mujeres. Muestra de ello es que el número de mujeres turcas que lleva el hijab es considerablemente superior entre las inmigrantes que viven en Alemania que en la propia Turquía2. (págs. 61-62)

En cuanto al feminismo... Resulta cuando menos llamativo que sus portavoces jamás aludan a la explotación y la opresión que sufren las mujeres musulmanas (o las mujeres migrantes y migrantedescendientes de otros orígenes) dentro de la sociedad española. Jamás he visto artículos o posts en redes sociales denunciando la falta de oportunidades educativas para ellas, ni sus dificultades para acceder al empleo o la vivienda, ni las agresiones y vejaciones que sufren en los CIE (verdaderos campos de concentración), ni un largo etcétera. Lo único que parece importarles es lo que llevan en la cabeza.

En realidad, si no fuera por la hipervisibilización del hijab, diríase que no existen. Las mujeres migrantes y migrantedescendientes constituyen aproximadamente el 18 % de la población española y, sin embargo, por citar sólo dos ejemplos: 1) En la candidatura a las elecciones europeas de 2024 del Partido Feministas al Congreso no había ni una sola mujer racializada (de un total de 36; tampoco, por cierto, lo era ninguno de los hombres de la lista). 2) En el documental Aún es tiempo de feminismo (2023), de las Towanda Rebels, entre las 28 mujeres entrevistadas había una sola no española (de origen): la activista rumana superviviente de la prostitución Amelia Tiganus.

Y ahora abordo, por fin, lo que tanto me ha escandalizado en los últimos tiempos: la culpabilización de las mujeres musulmanas que llevan el hijab. Dejando de lado la imposición por la violencia, que sí es denunciable, como lo son todas las violencias contra las mujeres, los motivos para hacerlo son muchos (lo investigué a fondo para el archicitado artículo): desde la provocación reivindicativa ("Me lo pongo precisamente porque no te gusta") hasta las presiones familiares, pasando por lo que podríamos llamar la tradición. Pero centrémonos en las que son "presionadas": culpabilizarlas a ellas sería como culpar a las mujeres maltratadas de la violencia que sufren ("si aguantaron tanto, será porque les va la marcha", como se decía hasta no hace tanto) o a las mujeres prostituidas por dejarse violar reiteradamente. ¿Podemos, con toda honestidad, culpar a las mujeres que teman ser excluidas de su familia y su comunidad, teniendo en cuenta que, fuera de ellas, sólo encontrarán, con o sin trapo en la cabeza, hostilidad, discriminación y agresiones de todo tipo? Ello requiere una valentía, por no decir heroicidad, que no está al alcance de todo el mundo (hombres incluidos).

Para cerrar, me permito parafrasear a la primera autora citada en este artículo: quienes demonizan a las mujeres por llevar el hijab son racistas... aunque no lo sepan.

Notas:

1 Entiendo que en España la expresión de color se considera peyorativa. Yo la utilizo, sin embargo, porque es la asumida ―orgullosamente― en inglés por las mujeres racializadas (women of color) y porque no se me ocurre otra traducción para brown, que en inglés incluye a todas las etnias no caucásicas y a la población latina de cualquier etnia (morenas sonaría aún peor).

2 Con la deriva integrista de Turquía bajo los gobiernos de Erdogan, es muy probable que esta diferencia haya dejado de existir.

Bibliografía:

Cruz, Jacqueline (2008). “El cuerpo femenino como encrucijada de los caminos de la globalización”. Rebeldes y terrestres: Propuestas de cambio y subversión, eds. Amado Láscar y Jesús Sepúlveda (Santiago de Chile: Mosquito Comunicaciones): 48-68. 

Kandiyoti, Deniz (1994). “Identity and Its Discontents: Women and the Nation” ["El malestar de la identidad: Las mujeres y la nación"]. En Colonial Discourse and Post-Colonial Theory: A Reader, eds. Patrick Williams y Laura Chrisman (Nueva York: Columbia University Press): 376-91.

Maquieira d’Angelo, Virginia (1998). Prólogo. Migración femenina: Su impacto en las relaciones de género, de Carmen Gregorio Gil (Madrid: Narcea): 9-14.

Spivak, Gayatri (1994). "Can the Subaltern Speak?". En Colonial Discourse and Post-Colonial Theory: A Reader, eds. Patrick Williams y Laura Chrisman (Nueva York: Columbia University Press): 66-111.

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