A vueltas con el lenguaje inclusivo: Las francesas están peor

(Publicada en el blog de JCruz Servicios Lingüísticos el 17-06-2020)


Las feministas nos quejamos constantemente ―y con razón― del sexismo todavía imperante en el castellano y de la misoginia de la RAE. Pues bien, por si a alguien le sirve de consuelo, las francesas lo tienen todavía peor. (En realidad, eso de “mal de muchas” no es ningún consuelo, salvo que seamos tontas… y tontas no somos.)

🌐 Basten un par de ejemplos:

🟣 El francés es la única lengua del entorno europeo donde los derechos humanos siguen designándose como les droits de l’homme y el nombre oficial del tribunal europeo encargado de defenderlos, que tiene su sede en Estrasburgo, es Cour Européenne des Droits de l’Homme. (Al parecer, se quedaron en 1789, con la Déclaration des Droits de l’Homme et du Citoyen… olvidando que, apenas dos años después, Olympe de Gouges hizo su propia Déclaration des Droits de la Femme et de la Citoyenne).

🟣 En Francia sigue siendo bastante común referirse a la violencia machista como crimes passionnels o, en el mejor de los casos, violence conjugale (creo que no precisa traducción), incluso en libros o series que la denuncian, mientras que (por suerte) en España sólo oímos esos términos rancios en boca de la derecha más retrógrada.

En Quebec, tal vez por influencia del Canadá anglófono, se evolucionó muy pronto hacia el lenguaje inclusivo: desde 1979 no sólo existen recomendaciones oficiales, sino que incluso se han acuñado neologismos para crear plurales neutros, evitando así la duplicación (eules = elles + euxprofessionnèles = professionnels professionnelles). Suiza y Bélgica han ido más rezagadas, pero cuentan con guías oficiales desde 1988 y 1993, respectivamente. Francia, en cambio, pese a los intentos de algunos gobiernos, sigue atrincherada en los usos sexistas. No sigo los dictámenes de l’Académie Française tanto como los de la RAE, pero, por lo poco que sé, es igual de rancia… e igual de aplastantemente masculina: entre sus 34 integrantes, hay sólo 5 mujeres, un promedio similar al de la RAE, donde hay 7 de 44.


En esta entrada, me voy a centrar en los dos aspectos lingüísticos con los que seguimos batallando las feministas hispanohablantes: el masculino genérico y la (no) feminización de las profesiones.

🔵 Masculino genérico:

🔷 Los mecanismos para sortearlo son los mismos que en castellano. No hablaré aquí del uso de sustantivos colectivos o epicenos, o de perífrasis, puesto que funciona igual que en castellano, sino sólo de la duplicación.

🔷 A ciertos niveles, la gramática francesa se presta peor que la española para hacerlo. Si en castellano la formación del femenino a partir del masculino suele implicar un simple cambio de vocal, de “-o” a “-a”, en francés hay muchas más formas de construirlo (nótese que hablo de construir el femenino a partir del masculino, como el Génesis hablando de Eva y la costilla de Adán, pero es eso lo que dicta la gramática… machista), aunque la más habitual cuando el masculino termina en consonante consiste en añadir una “-e”: écrivain / écrivaineprésident présidente. Pero también hay la forma: “-teur” –> “-trice” o “-teur” –> “teuse”: traducteur / traductricechanteur chanteuse. Y en algunos casos son válidas dos de la tres formas: por ejemplo, auteur auteure autrice. No existe, por tanto, en el lenguaje informal o coloquial algo tan socorrido como nuestra arroba. Cuando se trata de añadir una “-e”, la solución duplicatoria es relativamente fácil, tanto en singular como en plural: écrivain.e écrivain-eécrivain.e.s écrivain.esécrivain-e-s écrivain-es. (En sus inicios, se colocaba la “e” entre paréntesis, pero era como invisibilizarnos de otra manera. Claro que… ¿alguien se ha fijado en que, en nuestra tan querida arroba (@), la “a” está dentro de la “o”?) En los demás casos, el resultado es aún menos estético que los puntitos y los guiones: por ejemplo, traducteur-trice.

🔷 Al mismo tiempo, el francés tiene la ventaja de que el artículo determinado plural es neutro, les. (No sé si se eligió éste por ser el plural del masculino le [mis conocimientos de historia de la lengua son limitados], pero, aunque así fuera, no chirría en el contexto de la gramática y la fonética francesas, ya que a menudo la terminación en “-e” funciona como neutra.) Ello facilita la utilización de sustantivos epicenos (por ejemplo, les élèves) y reduce por tanto la necesidad de recurrir a sustantivos colectivos o perífrasis para sortear el masculino genérico cuando es imprescindible colocar el artículo delante.


🔵 Feminización de las profesiones:

🔷 Las excusas para no feminizarlas son las mismas que en castellano. Por ejemplo, médecine (= médica) no se usa porque supuestamente puede confundirse con medicina, la misma excusa que se da por nuestros lares para no decir técnica música y que, como ya he comentado en otra entrada, resulta bastante burda, ya que el contexto suele aclarar cualquier posible confusión. Hace poco escuché fragmentos de un discurso de Émmanuel Macron en el que me sorprendió (favorablemente) su uso del lenguaje inclusivo al hablar del gremio sanitario en relación con la actual pandemia, pero… Habló de infirmiers et infirmières (enfermeros y enfermeras) y de aides-soignants et soignantes (auxiliares de enfermería)… pero sólo de médecins, como si no hubiese médicas en el país.

🔷 Pero hay otro aspecto más aberrante aún, que consiste en utilizar no sólo la profesión, sino también el artículo determinado en masculino… lo que da lugar a expresiones tan absurdas y antigramaticales como Mme. le Président (lo que equivaldría a decir el Señora Presidente). Y también a confusiones en la lectura. Yo soy una lectora voraz de novela negra francesa (ésa es mi lectura nocturna) y en este tipo de literatura es muy frecuente referirse a los personajes por sus profesiones o cargos. Pues bien, a menudo me pierdo cuando veo le gendarme (= el gendarme), le flic (= el poli), le lieutenant (= el teniente) o le docteur (= el doctor) sin el apellido detrás, porque inmediatamente pienso en un personaje masculino y tardo un rato en darme cuenta de que en ese caso concreto es la gendarme, la poli, la tenienta (vale, ya sé que no solemos decir tenienta, pero deberíamos) o la doctora de la que se habló anteriormente. Porque ni siquiera cabe la excusa de la concordancia: los dos primeros sustantivos (gendarme y flic) son epicenos. En castellano, aunque algunas personas utilicen todavía expresiones antifonéticas (y antigramaticales y antifeministas) como la médico la técnico, por lo menos el artículo nos aclara que se están refiriendo a una mujer.


Este uso es sobre todo perceptible (affreusement perceptible) en Bernard Minier, o quizá simplemente me lo parece porque he leído dos novelas suyas casi seguidas. De hecho, también aparece en las de Franck Thilliez e incluso en las de Fred Vargas (digo incluso porque esta última es una mujer). De hecho, lo que me ha impelido a escribir esta entrada es la última de Minier, La Vallée, recién publicada, en la que no sólo me irrita hasta el paroxismo el omnipresente sexismo de las profesiones, sino ―casi más aún― la inconsistencia: a veces se refiere a Irène Ziegler como le gendarme y a veces como la gendarme (encima, hay también un gendarme varón, Enguehard, y cuando aparecen él y ella en la misma escena cuesta determinar a cuál se refiere). Por su parte, la alcaldesa es a veces Mme. le maire, a veces le maire o la maire, y a veces la mairesse (que sería el término correcto, análogo a nuestra alcaldesa). Por último, cuando habla de cierta doctora dice siempre le docteur, pero a la psiquiatra la llama siempre la psychiatre. ¿Es que nadie, ni siquiera el autor, ha revisado el manuscrito? ¿Es que a los correctores (doy por hecho que son hombres) no les chirría ese constante baile de masculino/femenino?

Tampoco creo que se trate de descuidos, porque a otros niveles la edición (de XO Éditions) está muy cuidada: bien maquetada, sin erratas, etc. Me pregunto entonces si ese “baile” pretende ser algo así como una muestra de equidistancia, un intento de contentar a los ―y las― trogloditas que se niegan a feminizar determinadas profesiones y, al mismo tiempo, a las (pesadas) feministas que exigimos que se nos visibilice.            

Personalmente, casi preferiría el uso sexista pero coherente. En realidad, no, no lo preferiría. Es sólo que, si en algo insisto, como escritoratraductora y correctora, es en la consistencia. Si hay dos ortografías válidas para una palabra, hay que elegir una y ceñirse a ella a lo largo del texto: quizá quizásen seguida enseguidapostguerra o posguerra. Y ello es también aplicable a la elección de las formas femeninas, a la terminología de tipo técnico e incluso a los recursos tipográficos (negritas, cursivas, líneas en blanco, etc.).

Y, aunque aparentemente no venga a cuento, termino con este llamamiento:

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