Prostitutas y criadas: Las inmigrantes dominicanas en la literatura y el cine español
En
su archicitado artículo “¿Puede hablar el subalterno?”, Gayatri Spivak plantea
una interesante diferencia entre los dos significados de la palabra representar: “mostrar” o “retratar” (del
alemán darstellen) y “hablar por”
(del alemán vertreten) (70). Esta
distinción resulta muy útil a la hora de analizar las “representaciones” del
“Otro” (o la “Otra”) en los discursos culturales de los grupos dominantes, ya
que, si bien es relativamente fácil retratarlos desde fuera, no lo es tanto
hablar por ellos y ellas, es decir, presentarlos desde dentro. Por
consiguiente, incluso en obras “bienintencionadas”, que pretenden dar voz a los
colectivos “otros”, su retrato suele incurrir en estereotipos, que oscilan
entre – y a veces funden – lo exótico y lo denigrante.[1]
En esta ponencia analizaré cuatro obras que tratan sobre inmigrantes
dominicanas en España, en las cuales se les da voz, se denuncia su situación de
explotación y el racismo que sufren, y se desmontan algunos de los estereotipos
sobre ellas, pero que aun así no las representan:
las películas Flores de otro mundo (1999)
de Icíar Bollaín y Princesas (2005) de
Fernando León de Aranoa, y las novelas Deshojando
alcachofas (2004) de Esther Bendahan y Madre
mía, que estás en los infiernos (2008) de Carmen Jiménez.
En estas cuatro obras, las protagonistas
(o coprotagonistas) dominicanas hablan desde su propia subjetividad, mediante
la narración en primera persona en el caso de las novelas y mediante una mirada
controlada (total o parcialmente) por ellas en el caso de las películas. En Madre mía…, que ganó el Premio Café
Gijón 2007, la mujer dominicana, Adela, es la protagonista absoluta y nos
cuenta su vida en República Dominicana antes de emigrar, su estancia en España,
donde trabaja como interna en varias casas, y el posterior retorno a su país.
En las otras tres obras, las dominicanas Patricia (Flores…), Zulema (Princesas)
y Daniris (Deshojando…) comparten el
protagonismo con una o dos mujeres españolas, pero acaban acaparando el mayor
interés dramático. Así, en Flores…,
como ha señalado la crítica y reconocen los propios guionistas, Bollaín y Julio
Llamazares, el personaje de Patricia es el que ocupa una mayor porción del
filme, porque su relación con Damián emblematiza la difícil convivencia entre
culturas en España, mientras que la relación de la bilbaína Marirrosi con
Alfonso resulta más convencional y el personaje de la cubana Milady, del que
hablaré más adelante (aunque desborda el marco de este trabajo), es bastante
estereotípico, cuando no poco creíble.[2]
Algo similar ocurre en Princesas,
donde Zulema es una mujer mucho más decidida y madura que la española Caye,
quien está siempre divagando sobre lo que, en el contexto de las condiciones de
vida de Zulema, podríamos calificar como simples “tonterías”. Por su parte, en Deshojando…, una novela coral con varios
narradores en primera persona, los monólogos con más peso son los de Teli, una
mujer judía de clase media-alta, y los de Daniris, la dominicana que trabaja
como interna en casa de la mejor amiga de Teli, Sara, también judía de clase
media-alta. Tanto Teli como Sara (quien no habla en primera persona pero comparte
protagonismo con Teli) son personajes bastante inanes, al contrario que
Daniris, quien exhibe una enorme fuerza para encauzar su vida, no sólo por el
hecho de haber emigrado a España, sino también – o sobre todo – por las
decisiones que toma al final de la novela.
Aun así, no deja de ser llamativo que los
cuatro personajes se hallen encasillados en los roles de prostituta (Zulema) y
criada (Patricia ya no lo es, pero ha cambiado su trabajo como sirvienta en
Madrid por el rol de ama de casa y esposa de Damián). Este encasillamiento
responde en cierta medida a la realidad de la inmigración femenina. Como
señalan Tania Araujo y Luzenir Caixeta, las inmigrantes de los países del Sur
son atraídas a Europa con tres funciones primordiales: como fuerza de trabajo
en los empleos menos reconocidos y peor pagados, como “productora[s] de la
fuerza laboral futura”, es decir como reproductoras en sentido biológico, y
“como objetos sexuales dentro de una sociedad de servicios” (280-81). Se trata
de la nueva división sexual del trabajo entre las mujeres del Norte y del Sur,
que ha permitido a las primeras incorporarse al mercado de trabajo, puesto que
hay otras, las del Sur, que se encargan de las responsabilidades domésticas que
sus hombres todavía no asumen en condiciones de igualdad. En palabras de Laura
Oso: “En definitiva, las mujeres inmigrantes realizan las tareas necesarias
para la reproducción social. Así, se constituye una transferencia internacional
Sur/Norte del trabajo reproductivo, proceso que es paralelo al trasvase de las
actividades productivas en el ámbito mundial” (cit. en Holgado Fernández 183).
Se calcula que en 2007 el 88% de las
mujeres que se dedicaban al cuidado de niños y ancianos en España, y al trabajo
doméstico como internas, eran extranjeras, un 57% de ellas latinoamericanas
(Villegas López). De modo análogo, las siempre aproximativas estadísticas en
torno a la prostitución indican que entre el 85% y el 90% de las prostitutas
que ejercen en España son inmigrantes (Carracedo Bullido 64). Sin embargo,
aunque es cierto que un elevado porcentaje de las mujeres inmigrantes se dedica
al trabajo doméstico (un 63% en 2001 [Holgado Fernández 180][3]),
lo contrario – que la mayoría de las inmigrantes se dedique a la prostitución –
es evidentemente falso, aunque los medios de comunicación y los discursos
culturales tiendan a dar esa impresión. Como señala Carmen Gregorio Gil, “en
[el] cuerpo sexualizado, racializado y culturalmente codificado [de las
inmigrantes] se encarnarán significados desvalorizantes que pretenden su
exclusión del espacio social en el contexto de la inmigración”,
“hipervisibilizándose” la prostitución (“Introducción” 17, 18). La misma autora
calcula que el porcentaje de mujeres dominicanas dedicadas a la prostitución no
superaba el 1% en 1995 (Migración 142),
aunque posiblemente fuera (y siga siendo) algo superior.[4]
Sin embargo, aunque la situación de los
personajes que me ocupan responde hasta cierto punto a la realidad (muy
matizada en el caso de la prostitución), también contribuye a perpetuar el
estereotipo de que ésas son las únicas ocupaciones disponibles para las
inmigrantes, cuando hay otras que, aun siendo también de baja cualificación (la
agricultura y la hostelería, por ejemplo), permiten una mayor autonomía
personal, y cuando también hay muchas inmigrantes que montan sus propios
negocios, como se muestra en el documental Extranjeras
(2003) de Helena Taberna, donde, por cierto, no aparece ni una sola
prostituta y sólo un par de empleadas de hogar. Aun así, dichas obras se “salvan”
en la medida en que, mientras que en la mayoría de las novelas y películas las
inmigrantes suelen limitarse a interpretar esos roles – criada o prostituta –,
apareciendo como meras figurantes utilitarias en la vida de los y las
españolas, aquí se intenta penetrar en sus motivaciones, sus deseos y sus
experiencias, lo cual, a su vez, contribuye a desmontar algunos de los
estereotipos asociados a ellas.
En primer lugar, otorgan visibilidad a la
migración femenina, la cual, pese a componer aproximadamente el 50% de las
corrientes migratorias tanto a nivel mundial como en España,[5]
suele ser silenciada tanto en los discursos periodísticos como en los estudios
sociológicos,[6] puesto
que continúa asumiéndose erróneamente que la mayoría de las mujeres que migran
lo hacen siguiendo a sus parejas, cuando en realidad la mayoría son solteras
(Nash 132). Claro que en el caso de la inmigración dominicana es más difícil
obviar a las mujeres, puesto que tradicionalmente ha sido un colectivo
altamente feminizado (en 1995 más del 80% de los inmigrantes dominicanos eran
mujeres [Gregorio Gil, Migración 61],
cifra que en marzo de 2013 había descendido al 58,4% [Ministerio de Empleo y
Seguridad Social]).[7]
En segundo lugar, frente a la percepción
de las mujeres inmigrantes como atrasadas, incultas y analfabetas, estas
mujeres tienen algún tipo de formación. En Madre
mía..., Adela es maestra y tiene también estudios de Psicología. En su
caso, se rompe también el estereotipo de que toda emigración tiene motivaciones
económicas, ya que Adela viene a España huyendo de su ex-marido, el general
Reinaldo Unzueta, quien la ha violado y golpeado y amenaza con matarla. Por su
parte, en Flores… Patricia dice
orgullosamente que es “profesional de la belleza” y de Daniris, en Deshojando…, sabemos que “quise ser
maestra. Estudié” (33). Respecto a Zulema, no se ofrecen datos, pero en
determinado momento se ofrece a impartir una clase de educación sexual en el
colegio de la cuñada de Caye y lo hace con éxito, señal de que algún tipo de
formación debe de tener. Y si alguien demuestra incultura en esta película es
la española Karen, quien cree que Zulema llegó a España… ¡en patera!
Isabel Holgado Fernández se queja de que
la mujeres inmigrantes “[r]ara vez son presentadas como mujeres autónomas, con
iniciativa propia, agentes activas de la migración; mujeres triunfadoras, con
exitosos balances de su proyecto migratorio; mujeres responsables y proveedoras
de un amplio abanico de personas; mujeres agentes con un rol económico decisivo
en los países de origen y de destino” (185). No ocurre así en las obras que me
ocupan, donde todos los personajes tienen un proyecto migratorio propio, han
llegado a España solas y contribuyen al sustento de sus familias en República
Dominicana. La excepción es Daniris, de quien nunca se dice que envíe dinero a
su país (aunque es posible que lo haga). En su caso, al estar soltera y sin
hijos, es más libre para gestionar su dinero y ello será lo que le permita
“independizarse” del trabajo como interna al final de la novela. Y ello es muy positivo,
porque, como señala Astrid Süβ: “Parece como si la mujer no tuviera el derecho
de una migración motivada por la mejora de la propia situación económica, sino
como si sólo encontrara justificación exponiéndola como actitud solidaria, como
estrategia de mantenimiento del núcleo doméstico que permanece en el lugar de
origen” (297). En cuanto a las demás, Patricia tiene dos hijos, de un marido
vago del que está separada, a quienes deja en su país hasta después de su
matrimonio con Damián, Zulema es (suponemos) madre soltera de un niño que ha
quedado al cuidado de su madre en su país, y Adela está divorciada y tiene tres
hijos que han quedado también a cargo de su madre.
La situación familiar/afectiva de estas
mujeres parece reflejar la realidad de la sociedad dominicana, pues, como
observa Helen Safa: “la familia dominicana de bajos ingresos nunca se centró en
el matrimonio y el vínculo matrimonial, que siempre ha estado débil e inestable
cuando se le compara con las relaciones consanguíneas entre una madre, sus
hijos y sus parientes mujeres” (79). Como lo expresa Daniris en Deshojando…: “Los hombres siempre
completamente libres. Nos invaden el vientre y desaparecen. Casi todas mis
amigas tienen hijos desde hace años. Hijos sin padres. Orgullosos de ser
padres. Machotes. Inseminadores” (41), o Adela en Madre mía…: “Asumí a mis hijos sola, como tantas dominicanas” (56).
Sin embargo, esta representación de las mujeres dominicanas puede verse también
como una manifestación de la secular actitud colonialista que denuncia Spivak,
del empeño que tienen los “[w]hite men . . . [of] saving brown women from brown
men” (92), es decir, la idea de que las mujeres del Sur están más oprimidas que
las del Norte “civilizado” y a éste le compete “liberarlas”, con lo cual se
justifica la colonización y/o la discriminación.
“Las morenitas son más fáciles para
hablar, bueno, para hablar y para todo, tú me entiendes, porque les gusta. Las
otras te vuelven loco, no se sabe si les gusta, si no”, dice el personaje de
Carmelo en Flores…[8]
Ésta ha sido la percepción tradicional de las mujeres caribeñas en el
imaginario europeo: que no sólo tienen cuerpos muy sensuales, sino también un
desmedido apetito sexual. Como lo expresa Anne McClintock, África y América se
convirtieron pronto en
what can be called porno-tropics for the European
imagination – a fantastic magic lantern of the mind onto which Europe projected
its forbidden sexual desires and fears – . . . . Within this porno-tropic
tradition, women figured as the epitome of sexual aberration and excess. (cit.
en Martín-Cabrera 51)
Esta
percepción sigue vigente respecto a las mujeres que viven en el Caribe (de ahí
el auge del turismo sexual a Cuba y República Dominicana, potenciado en gran
medida por los respectivos gobiernos[9])
y se refuerza mediante la publicidad y muchas novelas o películas en las que
aparecen como personajes secundarios. En las cuatro obras que me ocupan, sin
embargo, se supera en gran medida el estereotipo de la mujer sensual y
promiscua, y las protagonistas tampoco aparecen en exceso sexualizadas. Hasta
cierto punto lo está Zulema, de quien se nos muestra en determinado momento un
desnudo de espaldas absolutamente gratuito (no puede ser casual que sea la
única obra de autoría masculina).[10]
Aun así, en la mayor parte de las escenas aparece vestida con ropa bastante “normal”,
y la imagen de ella caminando, con paso cansino y una pequeña mochila a la
espalda, le otorga un aire desvalido que refleja su situación de explotación
económica, legal y sexual. Tampoco, pese a dedicarse a la prostitución – o
precisamente por ello – aparece como “promiscua”. Por ejemplo, cuando se lleva
al “voluntario” a su casa y a la cama, es incapaz de tener relaciones sexuales
con él. De todos modos, desde una perspectiva de género, la película es muy
problemática por su frivolización de la prostitución.[11]
Aunque la mayoría de las prostitutas españolas que aparecen en el filme
insisten en que les desagrada su “trabajo”, parecen dedicarse a él de manera
vocacional y resulta llamativo (y muy poco verosímil) que ninguna esté sometida
a la explotación de proxenetas. Eso sin contar con el absurdo de que Caye se
dedique a la prostitución sólo para “comprarse unas tetas”.
Por su parte, en Flores…, el hecho de que durante la fiesta de solteros Patricia
rechace tajantemente el manoseo de uno de los hombres del pueblo desmonta el
estereotipo de la mujer “promiscua”. Como observa Camila Damerau: “Con esta
actitud contradice de cuajo la fantasía expresada por Carmelo, y se sitúa como
una mujer al frente de su cuerpo, que . . . sabe poner límites claros” (175).
En escenas posteriores, lleva siempre ropa cómoda y el pelo recogido, e incluso
en la cama, con Damián, viste camiseta y pantalones cortos muy poco sexy. En cuanto a los personajes
novelescos, Adela es físicamente todo lo contrario del estereotipo de la mujer
caribeña exuberante y curvilínea: se describe como “menuda y flaca como un palo
de escoba” (Jiménez 76). Y, aunque reconoce que es una mujer “muy sexual”,
aclara: “No es cierto que todas las caribeñas lo sean, como se cree
estúpidamente en Europa” (63). A lo largo de su vida, tiene diversas relaciones
amorosas o estrictamente sexuales, pero dentro de lo que podríamos llamar
“monogamia sucesiva”. Por último, Daniris mantiene una relación intensamente
sexual con Albert, el hermano de su patrona Sara, y espera un hijo suyo, pero
se trata de una relación amorosa y, al parecer, mutua, como vemos en el
capítulo donde Albert narra su huida de Madrid a Tel Aviv y su propósito de
algún día regresar con Daniris. Ésta no mantiene relaciones con nadie más y
resulta significativa su indignación cuando recibe una nota de Albert que dice
“Quiero follarte” (Bendahan 137).
Aclaro que si resalto la no-promiscuidad
de estos personajes como positiva no es para moralizar ni para cuestionar el
libre ejercicio de la sexualidad femenina. En otro lugar he criticado el hecho
de que en el cine y la literatura casi nunca aparezcan mujeres sexualmente
libres, y, cuando lo son, estén retratadas como degradadas moral o mentalmente.[12]
Sin embargo, en el caso de un colectivo de mujeres que ha tendido a ser
minusvalorado precisamente por dicho ejercicio (real o imaginario), me parece
importante que éstas se ajusten al que – lamentablemente – sigue siendo el
modelo de la mujer “buena”, es decir, fiel y poco interesada en el sexo, salvo
cuando se asocia al amor.
Mención aparte merece, como ya señalé, el
personaje de la cubana Milady en Flores…
Su figura y su indumentaria refuerzan el estereotipo de la mujer provocativa y,
como señala Isabel Santaolalla, en su primera aparición “el cuerpo racial se
convierte . . . en objeto de la mirada más o menos sexualizada de personajes y
espectadores” (197), llegando incluso, según Maria van Liew, a rozar la parodia
(5). De todos modos, Bollaín marca ciertos límites, como señala en una
entrevista con María Camí-Vela: “[L]a jefa de Producción me decía: ‘un hombre a
la chica negra la desnuda en la primera escena’. La desnuda seguro, aunque sólo
sea para verla él”. Por eso en la película, añade, “no se ve una teta”
(Camí-Vela 60).
El hecho de que todas las protagonistas
dominicanas que me ocupan hablen con su propia voz y desde su subjetividad no
sólo nos permite conocer a fondo su realidad, sino que, en una interesante
inversión de los estereotipos, convierte lo español en “lo extraño”. Como
señala Santaolalla en relación con Flores…:
“La alineación de la cámara y la narración con el punto de vista de las mujeres
que vienen de fuera facilita la identificación con éstas y provoca que el
espectador contemple con cierta extrañeza, e incluso distanciamiento, a los
habitantes y el paisaje de . . . España” (199). En Deshojando…, Daniris
confiesa: “[A]ún sigo sin entenderlos [a los españoles], tropiezo con ellos,
con su forma de ser divertidos que a mí no me hace gracia o con la manera de
hacer confidencias, que nunca descubro a tiempo que lo son” (219), mientras que
la prima de Adela en Madre mía… le
dice a ésta: “Muchacha, éste es un país raro. Acá tratan a los perros como a
niños, a los niños como a adultos y a los ancianos como a niños. ¿Quién los
entiende?” (201). Y en Princesas,
después de que Caye exprese su desagrado por los hombres negros, Zulema
confiesa que al principio le daban “asco los españoles, tan blanquitos”. Estas
afirmaciones resultan un tanto simplistas, pero no más que las que los
españoles solemos prodigar respecto a los distintos colectivos de inmigrantes.
Uno de los estereotipos más frecuentemente
asociados al Caribe es el de la alegría y la “musicalidad” natural de sus
habitantes. Esto lo sustenta Daniris en Deshojando…:
“La música. Necesito la música. Allá [en República Dominicana] formaba parte
del aire, el agua sobre las hojas, las pisadas con ritmo, la radio en la calle,
las voces, las risas de los niños, los silbidos” (43). Por su parte, en Flores…, cuando la tía y las amigas de
Patricia la visitan en su casa, visten de manera colorida y bailan al son de la
música mientras preparan la comida, y aunque, según Bollaín y Llamazares, el
propósito de la escena es establecer un contraste con la austeridad y seriedad
castellanas (46), ello no hace sino reforzar el estereotipo. También la música
acompaña a menudo a Zulema en Princesas,
pero aquí su función es muy distinta: cuando Caye oye una música de salsa
ensordecedora y va a casa de Zulema a quejarse, en lugar de encontrarse a una
chica alegre bailando al ritmo de la música, se la encuentra sentada en el
baño, sangrando tras la paliza que le ha propinado uno de sus “clientes”. Es
él, por cierto, quien ha puesto la música a todo volumen para tapar el sonido
de los golpes. No se puede mostrar de manera más elocuente que, bajo el
estereotipo de la caribeña feliz, se oculta la sordidez de la explotación
machista y racista de la sociedad española.
La denuncia de la explotación (y el
racismo concomitante) lo comparten las cuatro obras. Adela trabaja con dos
viejas de clase alta que “desprendían un inconfundible aroma a orín rancio
mezclado con un olor pesado, de perfume antiguo” (Jiménez 37), la explotan
miserablemente y no se recatan a la hora de hacer comentarios racistas delante
de ella, y luego con la nuera de una de ellas, quien le paga con un cheque sin
fondos. Más tarde, trabaja con una pareja que la trata bastante bien, y con la
que incluso llega a entablar cierta relación de afecto, pero la mujer, Paca, se
opone, por motivos racistas, a la relación de su hijo con la prima de Adela.
También Daniris trabaja con una patrona bastante benévola (lógicamente, dado
que es una de las protagonistas), pero la obliga a vestir uniforme y, cuando
sospecha que su marido la engaña con ella, no duda en despedirla sin molestarse
en comprobar sus sospechas. Daniris se queja a menudo de su malestar por “mi
vida prestada, de esclava”, donde nada es suyo: “El tiempo no era mío, ni
siquiera la cama lo era” (Bendahan 92, 32). También hace alusión a la
explotación que sufren sus amigas y familiares. A una la despiden por hablar
por teléfono, mientras que su prima Belkis es atrapada en una red de tráfico
sexual a su llegada a Madrid.
En el caso de Patricia, no “vemos” su explotación
laboral, puesto que se instala en el pueblo como esposa de Damián, pero en
determinado momento dice que en Madrid trabajaba de siete de la mañana a doce
de la noche, y por eso nunca tuvo oportunidad de conocer la ciudad. La película
muestra también claramente el racismo de los habitantes del pueblo, a través de
los comentarios de Aurora, la dueña del bar (“Yo no tengo nada contra ellas,
sólo digo que cada oveja con su pareja y cada cual en su casa” [Bollaín y
Llamazares 96]), y la actitud de la suegra de Patricia, Gregoria, quien la
observa durante gran parte del filme con el gesto adusto de quien no soporta
tener a una mulata y dos niños negros en su casa.
Sin embargo, es Princesas, la más problemática desde una perspectiva de género,
según señalé, la que elabora el discurso antirracista más elocuente, y sin el
recurso fácil de presentar ataques de skinheads,
una constante en los textos sobre la inmigración de los años 90 que diluye
hasta cierto punto el racismo al atribuirlo a grupos marginales, como he
explicado en otro artículo.[13]
Por ejemplo, cuando las prostitutas españolas y la peluquera empiezan a
despotricar contra las prostitutas extranjeras que se congregan en la plaza,
con comentarios tan absurdos como que de pequeñas les ponen cosas en los
zapatos para que se les levante el culo, y alguien acusa a Karen de ser
racista, ella aclara: “No es un problema de racismo . . . , es un problema de
mercado”. Si extrapolamos este comentario a la economía “formal”, se trata de
un certero diagnóstico del racismo como problema estructural: el sistema
neoliberal necesita mano de obra barata para, entre otras cosas, abaratar los
salarios de la población autóctona, pero al mismo tiempo crea y difunde el
miedo a la “invasión” por parte de los inmigrantes, a quienes responsabiliza de
la explotación y el desempleo de los nativos. En esa primera aparición de las
prostitutas extranjeras, expuestas en la plaza, a merced de la policía a la
caza de indocumentadas y de las españolas que las critican desde el espacio protegido
de la peluquería, vemos la gran diferencia en la situación de ambos grupos (aun
cuando, siguiendo con la visión edulcorada de la prostitución que ofrece
Fernando León, tampoco ellas están oprimidas por proxenetas). Vemos también la
enorme explotación que sufre Zulema, muy superior a la de sus compañeras
españolas. Si éstas pueden, al menos en la película (en la realidad es bastante
dudoso), negarse a practicar sexo sin preservativos, Zulema no puede hacerlo, y
por ello contrae una grave enfermedad (suponemos que el VIH). Y, mientras que
Caye gana lo suficiente para vivir sola en un apartamento, Zulema ha de
compartir el suyo con una familia dominicana en plan “camas calientes”. Visto
así, a la luz del comentario antirracista, la frivolización de la prostitución
cobra cierto sentido. Si lo peor que le pasa a Caye es la degradación de tener
que practicarle una felación a un antiguo cliente en el baño de un restaurante
(coaccionada pero no con violencia física) donde está con su novio y, después,
perder la relación con éste, Zulema sufre repetidas palizas del personaje
perverso que promete conseguirle los “papeles” y luego esa enfermedad.
En su artículo “Mujeres e inmigración:
Viajeras que transforman el mundo”, Holgado Fernández habla de la
[h]ipervisibilización,
a través de un tratamiento falseado y casi siempre moralista, de algunas
situaciones y colectivos, como es el caso de las mujeres migrantes insertadas
en el sector del sexo transnacional, recurriendo a la hipervictimización
(proceso de estigmatización simultáneo) y negando su condición de agentes en
las dinámicas migratorias y laborales del nuevo escenario global. (185)
El
personaje de Zulema responde a esta tendencia a la hipervictimización. Ella es
la única de las protagonistas que no “triunfa” en su proyecto migratorio. No
sólo no consigue un empleo digno, sino que ha de regresar a su país, frustrada
y enferma, sin más que un camión de juguete para su hijo y el dinero que le
regala Caye, despidiéndose de ésta en el mismo aeropuerto adonde seguramente
llegó llena de ilusión diez meses antes.[14]
Las demás mujeres exhiben una mayor
agencialidad. El caso de Daniris es el más positivo y el que otorga más fuerza
a la mujer inmigrante. Al final de la novela, deja la casa donde servía,
alquila su propio piso, trabaja por las mañanas (aunque no especifica en qué) y
estudia por las tardes, a la vez que se dispone a tener y criar sola a su bebé:
“Mi soledad se ha convertido en una soledad conquistada en Europa. Me gusta ser
dueña de mis días y eso me da tanta energía, me da la vitamina D que me faltaba
en el invierno madrileño. Dejé todo el verano del mundo, pero empiezo a tener
mi propio sol” (Bendahan 220). Hasta entonces, “[m]e dejaba empujar, nacer y
morir en otras manos. Pero en un rincón salpicado de leves y frágiles, casi
hermosas, redes de araña, comencé a tejer mi propia certidumbre” (228).
También Adela triunfa, aunque en su caso
la experiencia migratoria es mucho más breve. Cuando se entera de que Reinaldo
ha llegado a España para matarla, después de unos meses trabajando con las
mujeres racistas, huye con su novio español, Antonio, a un cortijo de Jaén.
Poco después viaja a República Dominicana y descubre que Reinaldo ha sido
mutilado por su nueva esposa, Hilma (a quien él había disparado dos tiros).
Adela tiene la posibilidad de regresar a España con Antonio, y reconoce que en
cierto sentido sería lo más conveniente, pero finalmente decide no hacerlo: “No
quiero volver a depender de ningún hombre” (Jiménez 212).
Por su parte, Patricia se ha casado con
Damián, como deja muy claro incluso ante él, únicamente para legalizar su
situación y poder traer a sus hijos. Sin embargo, aunque demuestra una enorme
fortaleza a lo largo de la película y es evidente que de alguna manera acaba
queriendo a Damián, su decisión no es sino una forma un poco más digna de ser
sirvienta, en este caso de Damián y su madre, y otra forma de explotación
sexual, la del matrimonio por conveniencia, fenómeno que ha sido denominado
“complementación doméstica” y que consiste en que las mujeres del Sur “proveen
a hombres del primer mundo que no encuentran esposa en su medio, de servicios
domésticos y sexuales gratuitos” (Juliano 126). Como lo explica Luis Martín-Cabrera, “the only
possibility of adaptation for these immigrant women seems to be via the most
traditional – i.e. patriarchal and therefore disempowering – social structures:
marriage and family” (53). Y aunque, en la medida en que el
principal propósito de Patricia era traer a sus hijos a España y darles una
educación, ha triunfado, resulta llamativo que se limite a ese rol y no se
plantee buscar un trabajo remunerado.
De todos modos, independientemente del
mayor o menor grado de “triunfo”, ninguna de las cuatro mujeres logra
integrarse en la sociedad de acogida. Zulema, como señalé, se marcha sin haber
establecido más vínculo en España que la amistad con Caye. Patricia logra
integrarse en la familia de Damián, pero no en el pueblo, donde su única amiga
es Milady (quien también se marcha). Adela entabla una relación afectuosa con
Anselmo y Paca, y con su hijo Manolo, pero se da en el contexto de su relación
laboral con los dos primeros y de su relación amorosa con Antonio y la de su
prima con Manolo. Por último, pese a vivir una aventura un tanto rocambolesca
en una casa abandonada con Teli y Sara, Albert y un indigente español, Daniris
no establece amistad con ellos y al final de la novela se muda a Bravo Murillo,
una zona con un elevado índice de población inmigrante. Esta soledad de las
protagonistas es hasta cierto punto un reflejo de la realidad. Como señala
Gregorio Gil: “las relaciones sociales de las mujeres inmigrantes con la
población autóctona s[o]n muy escasas y cuando se dan se estable[ce]n en
términos de desigualdad – empleadores y empleadoras, profesionales de la salud,
servicios sociales, etc., miembros de ONGs . . . – o delimitadas por la
posibilidad de establecer una relación sexual o de pareja” (Migración 249). Al mismo tiempo, sin embargo, contribuye a reforzar lo
que Étienne Balibar denomina neorracismo:
“a racism whose dominant theme is not biological heredity but the insurmountability
of cultural differences, a racism that does not postulate the superiority of
certain groups of people in relation to others but ‘only’ . . . the
incompatibility of life-styles and traditions” (cit. en Martín-Cabrera 49).
En cambio, a excepción de Zulema, todas
entablan alguna relación de pareja: el matrimonio relativamente feliz de
Patricia y Damián, la fugaz relación de Adela con Antonio y el intenso romance
de Daniris con Albert, que es abortado tanto por diferencias de raza como de
clase (“Los señoritos blancos nunca siguen con las criadas negras” [Bendahan 105]).
Santaolalla alude a una “regla no escrita de Hollywood según la cual los
romances interraciales casi siempre culminaban en la muerte del personaje
‘racial’” (42). La regla “no escrita” en España parece ser un poco distinta.
Decía al principio que una de las funciones de la población inmigrante femenina
en España es la reproductiva, es decir, contribuir a incrementar los índices de
natalidad. Gracias a las inmigrantes, el índice de fecundidad, que en 1998 era
de 1,07 hijos por mujer, ha pasado a cerca de 1,32 en 2012 (INE).[15]
Curiosamente, sin embargo, en las obras literarias y cinematográficas sobre la
inmigración (y no sólo la dominicana) prácticamente nunca aparecen hijos
mixtos. Al final de Flores…, en las
fotos de la comunión de la niña de Patricia, vemos una bonita familia
multicultural. Sin embargo, los niños negros son hijos sólo de Patricia, no de
Damián. Y tras casi un año de relación, sería perfectamente verosímil que
Patricia y Damián estuviesen esperando un hijo propio.[16]
En el caso de Deshojando…, como
señalé, Daniris espera un hijo de Albert, pero el nacimiento queda en el futuro
de la novela y, además, la pareja se ha roto, con lo cual parece imposible la
existencia de familias auténticamente multirraciales en nuestro país. La “regla
no escrita” en este caso parece ser: “romances interraciales a veces sí, pero
hijos no”.[17] De
hecho, la única obra cinematográfica con hijo mixto que se ha realizado en
España es El próximo Oriente (2006)
de Fernando Colomo, pero ello se debe ante todo a necesidades del guión: sin
bebé no habría historia y, en cualquier caso, el bebé no es hijo de Caín, el
hombre que forma pareja con la bangladesí Aisha, sino de su hermano.[18]
Con esto no pretendo, por supuesto, exaltar la familia nuclear tradicional
(mamá, papá y los hijos de amb@s), sino remarcar que, dado que éste continúa
siendo el modelo de referencia, resulta chocante su ausencia en los textos que
tratan sobre la inmigración, sobre todo porque el 10,4% de los bebés nacidos en
España en 2013 eran mixtos (INE).
¿Qué conclusiones podemos sacar de estas
cuatro obras sobre inmigrantes dominicanas? Muestran el racismo y la
explotación que sufren (aunque, salvo en el caso de Zulema, no son sumamente
graves), transmiten cierta esperanza de que triunfen en su proyecto migratorio,
desmontan algunos estereotipos, perpetúan otros y evitan presentar una futura
sociedad española multicultural. Faltan también imágenes “normalizadas” de
personas de origen inmigrante, que aparezcan plenamente integradas en la
sociedad española y para las que la migración haya quedado atrás, o que incluso
sean ya hijos e hijas de inmigrantes.[19]
No debemos olvidar que, por muy bienintencionadas que sean, están
escritas/filmadas por españoles/as, por lo que habrá que esperar a que l@s
propi@s subaltern@s empiecen a crear sus propias obras, a hablar con su propia
voz, para encontrar otro tipo de representaciones.[20]
Notas
[1] Como excepción
merece destacarse Retorno a Hansala (2008)
de Chus Gutiérrez, que consigue representar al “otro”marroquí sin caer en
ninguno de estos extremos.
[2] Como lo explica
la propia Bollaín: “Todo el mundo conoce a una Marirrosi, todo el mundo conoce
a un Alfonso, pues es una historia más cercana y convencional . . . mientras
que en la historia de Patricia y Damián, ese mismo espectador no sabe cómo es
Patricia, tiene que conocerla, ya que no está en su entorno, para lo cual debes
traer el Caribe, de modo que entienda de dónde viene y quiénes son las amigas”
(Bollaín y Llamazares 59-60).
[3] Según Gregorio
Gil, este porcentaje era del 68,5% en 1995 y, entre las mujeres dominicanas, un
93,6% en ese mismo año (Migración 46,
72).
[4] Esta falsa
percepción se halla también extendida en los países de origen. Según Gregorio
Gil, “[l]os programas de televisión y los periódicos dominicanos, al presentar
información referida a la emigración femenina a Europa, han elegido como tema
favorito la prostitución” (Migración 141).
Y la propia protagonista dominicana de Madre
mía... se hace eco de este prejuicio: “¿Y sabe usted cómo se ganaron los
pesos las mujeres de las que habla?
Como putas” (237).
[5] Concretamente, un
47,8% en marzo de 2013 en España (Ministerio de Empleo y Seguridad Social).
Todos los porcentajes indicados en este ensayo como tomados de las páginas web
del Ministerio de Empleo y Seguridad Social y del Instituto Nacional de
Estadística son de elaboración propia, a partir de los totales recogidos en
dichas páginas.
[6] Y también en el
cine, donde las primeras películas sobre la inmigración (Las cartas de Alou [1990] de Montxo Armendáriz, Bwana [1996] de Imanol Uribe y Said [1998] de Llorenç Soler) tenían a
hombres como protagonistas. Flores de
otro mundo fue la primera en centrarse en la experiencia de las mujeres y
posteriormente, en 2008, se unieron a ella Un
novio para Yasmina de Irene Cardona y Retorno
a Hansala de Chus Gutiérrez.
[7] Incluso dentro de
España, la migración ha sido tradicionalmente más femenina que masculina y, si
en el pueblo de Santa Eulalia de Flores… los
hombres han de traer una caravana de mujeres solteras, es porque las nativas
han emigrado, como bien señala Llamazares (Bollaín y Llamazares 31). Ello
desmonta uno de los estereotipos patriarcales más arraigados: el de la
movilidad masculina frente a la inmovilidad femenina.
[8] Cito por el guión
de rodaje recogido en Cine y literatura:
Reflexiones a partir de “Flores de otro mundo”, de Icíar Bollaín y Julio
Llamazares, pág. 83. Algunos diálogos fueron luego modificados y se suprimieron
algunas escenas.
[9] Como señala
Gregorio Gil: “En las campañas de promoción de la República Dominicana
como destino turístico [desde mediados de los años 80] no ha estado ausente la
publicidad sexista, que incluía a las mujeres como una atracción turística más”
(Migración 128).
[10] Ello confirma la
teoría de Laura Mulvey de que en el cine realizado por hombres la principal
función de los personajes femeninos es su to-be-looked-at-ness
(ser-mirada-idad), destinada a satisfacer
el placer escopofílico de los espectadores masculinos (heterosexuales, se
sobreentiende) (436).
[11] Ésta es una
constante en el cine español. Según Pilar Aguilar, de una muestra de 55
películas de los años 90, en 18 de ellas (es decir, una tercera parte) las
protagonistas femeninas se dedicaban a la prostitución u ocupaciones análogas
y, por lo general, con total alegría (Mujer
65). La situación no pareció mejorar en la década de 2000, puesto que la
misma estudiosa contabiliza que, de una muestra de 29 películas dirigidas por
hombres entre 2000-2006, en el 30,8% de ellas los personajes masculinos
recurrían a la prostitución (“Representación” 265).
[12] Ver mi artículo
“Entre el sometimiento y la patología: La sexualidad femenina en los discursos
mediáticos y culturales”.
[13] Ver mi artículo
“Entre la denuncia y el exotismo: La inmigración marroquí en Háblame, musa, de aquel varón”. Tales
ataques aparecen en las películas Las
cartas de Alou, Bwana y Said, y en la novela de Dulce Chacón Háblame, musa, de aquel varón (1998).
[14] Por otra parte,
aunque queda claro que ella ha sido contagiada por alguno de sus clientes, el
hecho de que, tras ser diagnosticada, “contamine” deliberadamente a su agresor
sugiere que ha podido también “contaminar” a otros, lo cual le otorga cierta
“culpabilidad”.
[15] Este índice ha
descendido (era de 1,46 en 2008), pero, aun así, los hijos nacidos de madre
extranjera constituyeron el 18,3% del total de nacimientos en el primer
semestre de 2013 (INE), un porcentaje muy superior al peso demográfico de la
población inmigrante, que se sitúa en torno al 11% (INE).
[16] De hecho, así
ocurría en el guión de rodaje, donde Patricia aparecía visiblemente embarazada
en la escena de la comunión de Janay y en una secuencia posterior hablaba con
su suegra de los preparativos para el nacimiento del bebé (Bollaín y Llamazares
179-82). En la larga entrevista que sirve de introducción al guión los
guionistas no explican (ni los entrevistadores les preguntan) el motivo de la
eliminación de esta secuencia, como sí explican, en cambio, algunos otros
cortes.
[17] Siguiendo una
tradición inmemorial, por la cual se consideran las relaciones entre mujeres
blancas y hombres de otras razas más amenazantes que lo contrario, en las obras
españolas que presentan el primer tipo de relación, casi siempre resulta
fallida (entre Alou y Carmen en Las
cartas de Alou y entre Said y Anna en Said;
la excepción es la de Amir y Carme en Las
hijas de Mohamed de Silvia Munt [2003]), mientras que en el segundo caso al
menos algunas prosperan, incluso cuando existe oposición por parte de la
familia del hombre (Patricia y Damián en Flores…;
Manolo y Lucecita en Madre mía…; Aixa
y Pedro en Háblame, musa…; Aisha y
Caín en El próximo Oriente). En
cualquier caso, las estadísticas reales son muy distintas; según cifras del
Instituto Nacional de Estadística, el 16,7% de los matrimonios celebrados en el
primer semestre de 2013 fueron mixtos (INE).
[18] En Las cartas de Alou, el africano Mulai y
su esposa española, Rosa, tienen un bebé, pero ello no rompe del todo la
“regla”, puesto que se trata de personajes secundarios.
[19] Esto sólo se da
en tres películas en las que aparecen mujeres mulatas sin ninguna “explicación”
acerca de su origen: En la ciudad y V.O.S., ambas de Cesc Gay, con Vicenta
Ndongo, y La noche de los girasoles,
de Jorge Sánchez-Cabezudo, con Judith Diakhate.
[20] Existen ya
algunos ejemplos: las películas El truco
del manco (2008) y Alacrán enamorado (2013)
del español de origen beninense Santiago Zannou, y las novelas El último patriarca (2007) y La cazadora de cuerpos (2011) de la
marroquí criada en Cataluña Najat El Hachmi.
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