Las violencias machistas "invisibles": "Querer", de Alauda Ruiz de Azúa
Desde la ya clásica Te doy mis ojos (2003), de Icíar Bollaín, se han hecho pocas películas en España sobre la violencia machista dentro de la pareja. Y no lo digo como crítica o como "carencia", sino porque la película de Bollaín captó y transmitió tan magistralmente un ciclo íntegro de la violencia (suele haber muchos antes de que la mujer consiga escapar) ―escalada verbal/psicológica --> brote de violencia física --> "luna de miel"―, que era difícil superarla o incluso estar a su altura1.
Por lo que recuerdo, se han realizado dos más centradas completamente en relaciones de maltrato (de manera crítica2): el telefilme No estás sola, Sara (2009), de Carlos Sedes, pensado sobre todo para una audiencia juvenil, y Solo una vez (2021), dirigida por Guillermo Ríos Bordón y basada en la obra de teatro homónima de Marta Buchaca, quien firma también el guión, y cuya trama gira en torno al después de la agresión, a cómo la gestionan el maltratador y la víctima en la consulta de una psicoterapeuta. Ello no quiere decir, sin embargo, que el tema haya sido ignorado, puesto que aparece en muchas otras películas como trama secundaria. Sólo por mencionar tres que recuerdo a bote pronto: Héctor (2004), de Gracia Querejeta, Planes para mañana (2010), de Juana Macías, y La maniobra de la tortuga (2022), de Juan Miguel del Castillo.
... Hasta la miniserie de cuatro episodios Querer (2024), de Alauda Ruiz de Azúa, que podría calificarse como una película larga (la duración total es de aproximadamente doscientos minutos) y cuya calidad no tiene nada que envidiar a la de Bollaín. Al igual que Solas, la película inaugural sobre el tema dirigida por Benito Zambrano, aborda una relación de violencia que se extiende a lo largo de tres décadas, con la diferencia de que en este caso la mujer, Miren, se separa del maltratador y, además, lo denuncia por violencia de género3 y violación reiterada. La serie tiene infinidad de méritos, que iré desgranando a lo largo del artículo, pero uno de ellos es que, al contrario que las anteriores que he citado (en el texto y en las notas), no se refiere a violencias físicas (de las que dejan marcas visibles en el cuerpo), sino a las diversas violencias invisibles que ejercen muchos maltratadores que no golpean: violencia verbal, violencia psicológica, violencia sexual, violencia económica y, hasta cierto punto, violencia vicaria.
La serie comienza4 con la denuncia de Miren (una inmensa Nagore Aranburu) ante la Ertzaintza, acompañada de su abogada, Paula (Loreto Mauleón), y la huida precipitada de su casa cuando su marido llega antes de lo previsto (en zapatillas, en un posible guiño a la Pilar de Te doy mis ojos). Posteriormente, los sucesos que la han llevado hasta ahí se van desvelando de manera dosificada en sus conversaciones con sus hijos veinteañeros, Aitor (Miguel Bernardeau; 29 años al principio de la serie) y Jon (Iván Pellicer; 24), los comentarios del maltratador, Íñigo (Pedro Casablanc), a sus hijos, amigos (masculino literal) y familiares, y, por supuesto, el juicio, que se desarrolla en el episodio 3 tras una espera ―y la consiguiente elipsis― de tres años. Sin embargo ―y éste me parece uno de los grandes hallazgos de la directora―, la serie no termina ahí, sino que le dedica un episodio entero al después.
No voy a hacer un análisis en profundidad, porque entonces esto se convertiría en un artículo académico, sino sólo resaltar los aspectos que más me impactaron:
🟣 Miren: No me refiero a ella como la víctima porque, aunque vivió como tal durante treinta años, tras su denuncia y huida vemos a una mujer fuerte y decidida que transita el largo camino hasta, durante y después del juicio con una enorme dignidad (camino que aparece metaforizado por el laberinto de pasillos y escaleras que la conducen a la sala del juzgado, y que se muestra dos veces, primero como ensayo y luego en el momento de ir a testificar). Me impactó su sobriedad, su falta de estridencias (en un sentido o en otro) cuando es cuestionada (pienso sobre todo en su hijo Aitor) o amenazada (el maltratador tras el juicio). Vemos miedo, sí; dolor, también; a veces vergüenza... pero ante todo determinación. Una determinación casi silenciosa, como silencioso fue su calvario de tres décadas. En este sentido, resulta llamativa su vestimenta: siempre con colores oscuros y/o neutros (negros, grises, marrones...), como para fundirse con el entorno y no "molestar", tal como aprendió a hacer para protegerse de su maltratador. Sin embargo, cuando siente que debe hablar, habla: así, le pega un (merecido) tortazo a Aitor cuando éste le dice que la oía "correrse" desde su habitación cuando "follaba" (pongo las comillas porque no es el vocabulario que esperamos de un hijo a su madre), declara con serenidad (aunque a veces con la voz quebrada) en el juicio (con una mampara que la separa del maltratador) y cuando, después del juicio, en el hospital donde han ingresado a Jon tras su accidente de coche, Íñigo la amenaza y le levanta la mano, lo desafía ("Dame, hazlo ya") y le dice que va a apelar la sentencia.
🟣 Clase social: Me parece un acierto que el maltratador pertenezca a la alta burguesía, pues todavía hay quienes piensan ―o dicen interesadamente― que la violencia machista es cosa de obreros y migrantes (sobre todo los segundos). También que sea un hombre aparentemente "normal" (al menos para lo que se estila en su entorno: a mí los hombres de su clase social me inspiran una repugnancia casi visceral): no consume drogas ni alcohol, no tiene adicciones, no posee armas, no parece tener amantes... Es decir, no se trata del típico "monstruo" al que resulta fácil endilgar ese tipo de comportamientos para no confrontar el hecho de que la violencia machista es un problema eminentemente estructural. El tipo es, además, "inteligente", en el sentido de que no se deja llevar por sus impulsos: durante los tres años que median entre la denuncia y el juicio, y a excepción del primer día, Íñigo no se acerca a Miren, pero, en cuanto se dicta la sentencia, la persigue: la busca en el supermercado donde trabaja y, aunque su visita al hospital tras el accidente de Jon podría considerarse "lógica" (es su hijo), da la impresión de que va sólo para acorralar a Miren.
Otro acierto es que muestre la falta de solidaridad y empatía hacia Miren por parte de las mujeres de la familia de él, porque ello nos recuerda que, por lo general, las mujeres burguesas anteponen sus intereses de clase a la solidaridad femenina. Inicialmente, podríamos pensar que la actitud despectiva de una de sus cuñadas se debe a la dificultad (tal vez comprensible) para asumir que su hermano sea un maltratador y violador, y quizá también a la de asumir que ella también ha sido violada: reconoce que "a veces se cede" aunque no "apetezca", pero... "¿Qué? ¿Vas a meter en la cárcel a todos los hombres de sesenta años?". Ahora bien, cuando dice "¿Qué podía esperarse, viniendo de donde viene?", el mensaje queda claro: su desprecio es un desprecio de clase5. Tampoco la apoya Carmen, la mujer burguesa que parecía ser su mejor amiga: al igual que la cuñada, lo que exhibe es solidaridad hacia su clase social... con tal vez un componente de sumisión a su marido, Ramón, que es íntimo amigo de Íñigo. La única sororidad que recibe Miren, sin contar, por supuesto, a su abogada, es por parte de su nuera, Izaskun, quien, pese a conocerla menos, inmediatamente la cree... tal vez porque ella también convive con un maltratador que recién empieza (o eso parece) a mostrar que lo es.
🟣 Hijos varones adultos: Me ha parecido muy interesante que presente a dos hombres adultos que de repente tienen que confrontar el hecho de que su padre es un maltratador y violador, así como las posturas opuestas que adoptan y el porqué. Aitor apoya a su padre casi sin atisbo de duda y a mí no me extrañó ni siquiera al principio, puesto que viste y gestualiza igual que su padre (alta burguesía). Luego sorprende aún menos, cuando lo vemos maltratar verbal y psicológicamente a su pareja: primero porque ella sí cree a Miren y luego porque lo ha dejado en ridículo delante de su jefe. Y me pareció otro acierto que veamos en él una serie de comportamientos aprendidos, como por ejemplo acelerar el coche en un ataque de furia o minusvalorarla con frases del tipo "No tienes ni idea de...", antes de saber (lo descubriremos durante el juicio) que su padre hacía exactamente lo mismo.
Por su parte, aunque Jon acaba apoyando a su madre, al principio simplemente duda de la versión del padre y sólo con el tiempo se convence de que es falsa. Quizá el hecho de que sea homosexual (o bisexual; ver nota 4) lo facilita y, personalmente, habría preferido una "explicación" menos ¿trillada? (el hombre gay como más "sensible"): que fuese un hombre hetero al que nunca se le ocurriría maltratar a una mujer. Claro que el ser gay es lo que le permite colocarse, casi literalmente, en la posición de su madre cuando era violada y sentir su indefensión, algo que no habría experimentado con una pareja femenina. Esto lo vemos en la escena en la que inicia una relación sexual con su novio, Unai, en la cama que fuera de su madre y su padre en la casa de la playa: Jon está debajo y de repente se queda congelado; tras varios "Para, para", acaba apartando a Unai con violencia y huyendo de la casa (y, como él también ha aprendido a acelerar el coche cuando está frustrado o molesto, acaba teniendo un accidente).
🟣 Las diversas violencias invisibles:
🌐 La violencia verbal (insultos, gritos, comentarios minusvalorantes como loca, tonta, inútil o muerta de hambre) y psicológica (prohibición de trabajar fuera de casa, aislamiento social, control de todos sus movimientos, portazos, rotura de objetos), que Miren resume en la denuncia como un "clima de obediencia basado en el terror", aunque más difícil de probar que la física, siempre acompaña a ésta (no toda la del primer tipo desemboca en violencia física, pero toda violencia física incluye las primeras) y ha sido bastante estudiada y representada en el audiovisual.
🌐 La violencia sexual dentro de la pareja, en cambio, ha estado invisibilizada hasta hace poco, cuando el movimiento #MeToo dio lugar a reflexiones en torno al "consentimiento", para concluir que el consentimiento no es suficiente, pues a menudo se produce bajo coacción. En el caso de Miren, hay violencia no consentida (cuando Íñigo la penetra estando dormida) y violencia consentida bajo coacción (cuando él la obliga a practicar sexo anal si tiene la menstruación o se queja de dolor vaginal, o, más en general, para evitar sus raptos de furia si se niega); la consecuencia física de todo ello, según testifica un médico forense: una "deformación vaginal".
🌐 De la violencia económica, en cambio, se habla menos y por lo general se deja en simple dependencia económica (que impide que la mujer se libere del agresor): tradicionalmente ―y en todas las clases sociales―, los hombres "proveedores" con esposas sin trabajo fuera del hogar controlaban (controlan todavía) el dinero y se lo iban (van) dando, con magnanimidad o avaricia según los casos, de acuerdo con sus necesidades y/o peticiones. Pero lo que sufre Miren, y que sólo conocemos durante el juicio (es lo primero que aborda su abogada en el interrogatorio a Íñigo), es claramente violencia: este individuo ganaba 9.000 euros al mes, pero sólo destinaba 1.000 para todos los gastos del hogar, incluidos los de sus hijos. A mí me habría bastado con esta aberración, que Íñigo reconoce sin inmutarse, para declararlo culpable.
🌐 Mencioné en la introducción que vemos también, hasta cierto punto, violencia vicaria. Por supuesto, no se trata de la violencia extrema que empezó a surgir, y es tristemente cada vez más frecuente, a medida que los maltratadores perdían el control sobre sus parejas o exparejas: el asesinato de sus hijas e hijos como venganza contra ellas. Sin embargo, sabemos que Miren a menudo se sometía a los mandatos (sexuales y de otro tipo) de Íñigo para evitar que su furia recayese sobre sus hijos. También vemos otro atisbo de violencia vicaria en el aprendiz de maltratador de Aitor: cuando Miren ratifica que no va a retirar la denuncia, le prohíbe seguir viendo al nieto ("Iker te va a echar mucho de menos").
🟣 El final, en el episodio titulado "Perder". Miren pierde el juicio, lo cual la coloca en una difícil situación económica (desde el primer episodio la vemos buscando trabajo, pero, debido en parte a su edad y en parte a que ha estado treinta años sin trabajar, sólo consigue un puesto de reponedora de supermercado a tiempo parcial). Sin embargo, en el fondo es el maltratador quien ha perdido. Aunque Íñigo insiste en que lo han declarado inocente, otras personas matizan que el veredicto sólo significa que "no se consideran probados los hechos", algo tristemente habitual cuando no hay evidencias físicas potentes y ―lo más lamentable― cuando la víctima no se ajusta al modelo de la buena-esposa-y-madre, ya que durante su matrimonio mantuvo una breve relación con otro hombre, Tomás... la única persona, además, que pudo dar testimonio del carácter físicamente violento de Íñigo en el juicio (le pegó un puñetazo frente al colegio de sus hijos). (También Ramón y Carmen habían presenciado una escena violenta en una Nochevieja ―en ese caso Íñigo estampó un vaso contra la pared―, y Carmen incluso le dijo a Miren que no debía tolerar semejante trato, pero se niegan a testificar.) De todos modos, es justo ―valga el juego de palabras― señalar que el juez se comporta de manera impecable, e imparcial, durante el juicio.
Ínigo ha ganado el juicio, pero perdió desde mucho antes el control sobre Miren y esto es lo que no puede soportar; por eso, le vuelve a implorar ―y, enseguida, a amenazar― una reconciliación tras el juicio. También perdió el apoyo de su hijo Jon (aunque después del juicio intente "arreglar las cosas" ―su frase predilecta― con él) y finalmente perderá el de Aitor. El cambio de éste, que durante tres años no ha visto ni a su madre ni a su hermano, puede parecer demasiado repentino, de final feliz, pero en realidad está motivado. Ya durante el juicio, pese a su declaración a favor del padre, es evidente que se siente incómodo y acaba vomitando en el baño del juzgado. La incomodidad es especialmente notoria cuando la abogada le pregunta si le parece que "forma parte de la normalidad de cualquier pareja acelerar el coche para que alguien se calle [o] dar un golpe a una puerta para zanjar una discusión", comportamientos que él mismo practicó con su pareja antes de su divorcio (de ahí que, tras vomitar en el baño, se observe en el espejo). Posteriormente, hay otros dos detonantes del cambio: 1) Las amenazas de su padre a un compañero (¿casualmente musulmán?) de su hijo Iker, lo cual le hace reflexionar sobre la violencia: "Un adulto frente a un niño", le reprocha a su padre, lo cual podría extrapolarse a "un hombre frente a una mujer", puesto que en ambos casos existe una desigualdad de base en la capacidad para defenderse. Vemos, además, cómo a partir de ahí deja de ser tan estricto con su hijo; es decir, de comportarse como su padre con él y con Jon. 2) Las burlas e insultos a su madre por parte de Íñigo y su hermana en una cena familiar: en determinado momento les pide que "No hablen así de la ama".
El "triunfo" de Miren queda muy bien plasmado en la última secuencia. De regreso del cumpleaños de Iker, tras la emotiva reconciliación con su hijo Aitor, la vemos cruzar el largo puente y la larga calle que lleva a su casa (otra metáfora de su difícil "camino"). De repente, oye unos gritos y se queda paralizada de miedo... hasta que ve salir a unos jóvenes bromeando de un edificio. Entonces sonríe y continúa cuesta arriba, caminando ligera en la oscuridad, hacia su casa.
Notas:
1 Antes de ella, aparte de Solas (1999), de Benito Zambrano, que fue la primera en poner sobre la mesa una relación de maltrato de décadas de duración, se realizaron varias que, con más o menos acierto, describieron una relación de este tipo desde sus inicios hasta su (a veces dudoso) final: Sólo mía (2001), de Javier Balaguer, Antigua vida mía (2001), dirigida por Héctor Olivera y basada en la novela homónima de Marcela Serrano, y María la Portuguesa (2001), de Dácil Pérez de Guzmán. Las he analizado en comparación con Te doy mis ojos en el artículo "Del silencio a la toma de conciencia... ¿y a la reacción?: La violencia de género en los discursos culturales" (https://www.academia.edu/123942749/Del_silencio_a_la_toma_de_conciencia_y_a_la_reacci%C3%B3n_La_violencia_de_g%C3%A9nero_en_los_discursos_culturales).
2 En el artículo citado en la nota 1, menciono dos películas que, tal vez como reacción a las anteriores, ponen en entredicho la violencia machista: Palabras encadenadas (2003), de Laura Mañá, y La promesa (2004), de Héctor Carré.
3 Utilizo esta expresión, que desde hace mucho tiempo he sustituido por violencia machista, cuando me refiero a aspectos jurídicos, pues como tal está tipificada en la Ley Integral de 2004 y en modificaciones posteriores.
4 En realidad, la serie empieza con una escena de cama entre Jon y una chica que parece ser una compañera de piso y a quien sólo vemos fugazmente en otras dos ocasiones. Por más que me he devanado los sesos, no entiendo la función de esta escena, como no sea la de servir de carnaza para cierto público (masculino)... y me cuesta creer que la directora la haya planteado así. Una posible explicación sería mostrar a una mujer deseante (que, además, dice explícitamente que sí), pero ello sólo tendría sentido si viésemos una escena análoga entre Miren e Íñigo, con ella inerte y/o dolorida, y él indiferente a sus sentimientos, y no es el caso.
5 Las diferencias de clase entre Miren y su entorno (esposo, familia política y amistades) son notorias, y se perciben especialmente en su modo de vestir (no sólo es sobrio, como apunté, sino sencillo y sin aspecto de caro, en contraste con el estilo ostensiblemente burgués de su amiga Carmen) y en las viviendas: con Íñigo compartía un piso enorme (y sin embargo claustrofóbico) y la familia de él (no se especifica si su madre o su cuñada) tiene un enorme chalet. En contraste, el piso que Miren hereda de su madre recientemente fallecida (esto es lo que le permite por fin divorciarse: "Yo ya tenía una casa", dice durante el juicio) está en un barrio de clase obrera y lo vemos amueblado y decorado como tal.
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