"Poniente", de Chus Gutiérrez, y "Suro", de Mikel Gurrea: Dos miradas sobre el racismo estructural en España

España es un país profundamente racista y ello se manifiesta en el cine de tres maneras: 1) La práctica inexistencia de cineastas migrantes o migrantedescendientes1; 2) La invisibilización de la población racializada, pese a que constituye aproximadamente el 18 % de la población española; y 3) La estereotipación y/o exotización de los personajes racializados, cuando los hay, e incluso en obras "bienintencionadas" (de las que demonizan a la población "extranjera" ni me ocupo).

Las películas que yo llamo "bienintencionadas" tienen como propósito mostrar las dificultades de la población migrante: travesías que culminan en naufragios, expulsiones (a veces en caliente, con la consiguiente violación de las leyes internacionales y los derechos humanos), explotación laboral, trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual y, por supuesto, el racismo general de la población española.

Sin embargo, sólo conozco dos que aborden el racismo como un problema estructural ―y no una mera cuestión individual― y representen la migración irregular como la base sobre la que se asienta todo el sistema económico neoliberal nacional y global, sin la cual dicho sistema colapsaría: Poniente (2002), de Chus Gutiérrez, y Suro (2022), de Mikel Gurrea. Realizadas con veinte años de diferencia, nos muestran que ni el racismo estructural ni el papel crucial de la migración irregular han cambiado en este lapso. La primera se desarrolla en el Poniente almeriense dentro de la agricultura de los invernaderos y abarca a toda una comunidad; la segunda transcurre en el Ampurdán, en el ámbito de la pela del alcornoque, y se limita a una única finca. Aun así, las similitudes son importantes.

🟣 Poniente:

Tiene el grandísimo mérito de ser la primera película en mostrar la violencia racista que impregna a la sociedad española en toda su crudeza. Anteriormente, tanto Bwana (1996), de Imanol Uribe, como Saïd (1999), de Llorenç Soler, habían mostrado ataques a migrantes a manos de skinheads, pero atribuir la violencia a grupos marginales amortigua su impacto, ya que el público racista promedio no se siente interpelado, sino, por el contrario, reconfortado en su racismo ("Yo nunca haría semejante cosa"). En Poniente, en cambio, es toda una comunidad, formada por gente normal y corriente, la que se enzarza en una orgía de violencia racista contra los y las migrantes, tal como ocurrió (aunque el detonante sea distinto, fue esto lo que inspiró la película) en El Ejido en el año 2000: palizas, incendios de los cortijos donde (mal)viven y de sus (pocos) comercios y, en última instancia, su expulsión del pueblo.

Antes de esta orgía final, queda muy claro el racismo que impregna al pueblo. La agricultura de los invernaderos depende de la mano de obra migrante, principalmente irregular, para su desarrollo e, incluso, su supervivencia. Los trabajadores (masculino literal, porque en los invernaderos sólo parecen trabajar hombres) son explotados salvajemente, aunque el grado de explotación varía de unos propietarios a otros. Así, cuando Lucía (la protagonista, quien, a la muerte de su padre, ha decidido hacerse cargo de sus invernaderos) le pregunta a Curro (el contable de su padre y de su primo Miguel) si las horas extra se pagan, él le responde que hay quienes las pagan y quienes no: su padre no lo hacía y Miguel tampoco. Viven hacinados, en condiciones infrahumanas, en unos cortijos semiderruidos, porque, incluso cuando pueden pagar un alquiler, nadie quiere alquilarles un piso; los bares del pueblo están segregados y ni siquiera (léase con ironía) son admitidos en el puticlub. Sólo Curro, quien se crió en Suiza como hijo de emigrantes, se mueve entre ambos mundos y Lucía acabará haciéndolo también.

Y entre los propietarios (masculino casi literal porque la única mujer propietaria es Lucía) y los trabajadores se hallan, en posición dominante y con un poder omnímodo, los capataces españoles, como Paquito, un personaje repugnante, inculto (le dice a Lucía que su padre prefería a los susaharianos porque "los marroquines son los peores"), violento, grosero y racista, al que Lucía termina despidiendo pese a sus amenazas, que llegan casi a la agresión física.

Mencioné arriba que incluso la supervivencia de los invernaderos depende de la migración irregular, y éste es uno de los aspectos más significativos de la película. Algunos propietarios, como Miguel y otros dos innominados, tienen una situación económica desahogada, pero otros, incluida Lucía, están abrumados por las deudas. Ello se debe al carácter mismo de la agricultura (plagas o fenómenos meteorológicos adversos que destruyen las cosechas, necesidad de constantes inversiones en tecnología, etc.), pero también a la feroz competencia que impone la economía globalizada: los tomates de Marruecos se venden cada vez más baratos y los agricultores españoles no reciben ningún apoyo ni de la clase política ni de la Unión Europea para poder competir con ellos. Y si bien esto no justifica, por supuesto, la explotación de la población migrante, sí contribuye a explicarla: sin esa mano de obra barata ―y cautiva― no podrían salir adelante. Porque el sistema neoliberal se ha organizado de tal manera que dicha mano de obra sea imprescindible mientras que, al mismo tiempo, fomenta el miedo a los y las otras entre la población autóctona para evitar cualquier unidad de las clases oprimidas: la existencia de grandes contingentes de migrantes irregulares no sólo permite pagarles salarios de miseria, sino que también, de paso y no por casualidad, baja los de la población autóctona, que, o bien acepta lo que le paguen, o bien se queda sin trabajo.

El detonante de la orgía de violencia es la huelga que convocan los trabajadores (de diversos orígenes: magrebíes, subsaharianos, latinoamericanos y europeos del Este) tras reclamar, sin éxito, contratos de trabajo que les permitan regularizar su situación. Ante esto, algunos propietarios proponen echarlos y buscar mano de obra más barata todavía (aunque el tiempo apremia porque se acerca la cosecha); otros, como Lucía, solucionarlo poco a poco (aunque ella no tiene mentalidad esclavista, su situación económica es desesperada)... Curiosamente, el único que tiene un mínimo de ética (¿o sentido común?) es el que parece, por su gestualidad y su vestimenta, el mejor situado económicamente: insiste en que "no se les puede apretar más" (a los trabajadores) y que lo que deberían hacer es intentar competir en calidad, y no en precio.

Miguel, en cambio, carece totalmente de ella (de ética) y lo que hará será incendiar el invernadero de Lucía (tenía un contencioso con su padre por una hectárea de terreno y ha perdido el juicio) para culpar a los migrantes... sin saber que su hijo estaba durmiendo allí. Como repetirá al enterarse, "He matado a mi hijo", en lo que puede leerse metafóricamente como el asesinato del futuro de toda una sociedad: el pueblo ha quedado destruido y es probable que todos pierdan la cosecha... sin contar ―aunque esto no se menciona en la película― la necesidad demográfica de población migrante para paliar el envejecimiento de la sociedad española2.

🟣 Suro:

La situación que retrata Suro es aún más sangrante que la de Poniente, porque aquí no se trata ya de (relativamente) pequeños propietarios (y una propietaria) intentando sacar adelante sus cultivos, con más o menos dificultad, sino de una pareja burguesa (bastante repelente, por cierto: en ningún momento pude conectar ni con ella ni con él) que busca obtener el máximo lucro, y lo antes posible, al alcornocal que ella, Helena, ha heredado... y no por supervivencia, sino para construirse lo antes posible un casoplón de revista (que, por cierto, desentona por completo del entorno rural en el que se halla).

Un amigo de la familia, que conoce el funcionamiento de los alcornocales (la parejita no tiene ni pajolera idea de nada) les dice que el primer año pueden sacar entre 10.000 y 12.000 euros, a los que hay restar el sueldo de los trabajadores (150 euros al día). Cuando se quejan del precio, les dice que son chicos del país, lo cual puede sonar racista... hasta que entendemos a qué se refiere. El contratista al que finalmente deciden recurrir, quien les promete 20.000 euros con sueldos incluidos, puede ofrecer tamaños beneficios porque casi la mitad de sus trabajadores (masculino literal) son migrantes irregulares que cobran en negro, por supuesto sin Seguridad Social, y están alojados en condiciones infrahumanas. (Obviamente, cabe la pregunta de por qué el primer contratista no podría tener chicos de fuera en las mismas condiciones de trabajo que los del país.)

La jerarquía neoliberal racista está muy clara aquí: 1) El propietario, Iván (en realidad, la propietaria es Helena, pero ella no acude nunca al bosque), que en este caso, como pijo-progre de ciudad que es (y para afirmar su masculinidad, que siente amenazada por "depender" económicamente de Helena), colabora con la pela de los árboles aunque podría perfectamente no hacerlo. 2) El contratista, Maurici, que básicamente se limita a vigilar, dar órdenes y amenazar a los trabajadores con bajarles el sueldo si no avanzan más rápido. 3) Cinco españoles, de los cuales uno, un borracho llamado Chema, actúa como una especie de capataz, con la misma actitud chulesca y violenta que el Paquito de Poniente. Y 4) Cuatro magrebíes. En Poniente, el bereber Adbembi le dice a Miguel: "Lo que realmente os gustaría es que fuéramos invisibles". Pues bien, Maurici pretende que estos cuatro empleados lo sean: no se los presenta a Iván y, si éste no se hubiese empeñado en participar en la pela, nunca habría sabido de su existencia. 

No hay ninguna comunicación ni colaboración entre uno y otro grupo, y visualmente ello nos muestra la grieta insalvable instaurada entre ellos y nosotros. Sólo Iván habla con todos y, además, acoge en su casa al más joven, Karim. Inicialmente, su pareja se opone tajantemente; más tarde, como Karim la ayuda con ciertas tareas que Iván va postergando, llega a entablar una amistad con él.

El clímax tiene lugar cuando Chema obliga a Karim a colocarse como una especie de escabel para poder alcanzar la parte alta de un árbol, en lo que constituye una animalización total y absoluta del otro. Y, cuando Karim se suelta, incapaz de seguir sosteniendo el peso del tipo, éste se cae y el machete le corta dos dedos. Se trata, claramente, de un accidente. Aun así, Maurici le dice a Iván que saque al morito de su casa y lo lleve a una estación de tren o de autobús, para evitar "complicaciones"... y no parece que lo que le preocupe sea que se descubran sus ilegalidades laborales, sino la venganza de los compañeros (españoles) de Chema. En un nada sorprendente cambio de bando, Iván accede. Pero Karim no quiere irse sin cobrar y Helena prácticamente tiene que obligar a Iván a buscar el dinero para pagarle. Mientras está fuera, los cuatro españoles van a la casa y persiguen a Karim por el bosque, como ―de nuevo― si de un animal se tratase, y le dan una paliza que lo habría matado de no ser por la oportuna intervención de Iván. De nuevo, una orgía de violencia por parte de españoles normales y corrientes.

El final es quizá lo más pavoroso de todo. Han pasado unos dos años desde los hechos y la parejita burguesa inaugura su casoplón con sus amistades ídem. Se detecta que de alguna manera lo sucedido les ha dejado una secuela, pero no por ello han renunciado a su casa y a sus privilegios de clase. Curiosamente, al igual que Poniente, Suro acaba con un incendio en mitad de la noche. La diferencia es que éste es de origen natural (la amenaza de incendios forestales planeaba desde el principio de la trama) y la película se cierra con Helena e Iván haciendo guardia frente a la casa, empuñando sendas mangueras, para defenderla. Tal vez esté "feo" confesarlo, pero mi deseo fue que el incendio les destruyese esa propiedad tan malhabida.

🌐🌐 Digresión sobre Alcarràs (2022), de Carla Simón. La trama gira en torno a una finca de melocotones y podría haber planteado el mismo tipo de crítica que Poniente: la familia propietaria, que va a perder las tierras después de la cosecha, está en una situación económica angustiosa, como otros agricultores y agricultoras de la zona (Lleida). En este caso, la "culpa" no es del bajo precio de la fruta de Marruecos, sino de la gran distribución, que, como proclama el portavoz de una huelga convocada al final, les paga 15 céntimos por kilo cuando sólo producir les cuesta 30. De ahí en parte, de nuevo, la necesidad de contratar mano de obra barata, es decir, migrante.

Ahora bien, Simón no sólo desperdicia una oportunidad de criticar el racismo estructural, sino que contribuye a él, al invisibilizar por completo a los trabajadores migrantes. El jefe de la familia, Quimet, contrata a tres de ellos y durante todo el metraje que se desarrolla entre los árboles, los vemos pululando por allí como meras sombras o fantasmas. Sólo se enfoca a uno de ellos en una ocasión, cuando habla brevemente con una niña de la familia; más tarde, la niña habla brevemente con éste o con otro (no le vemos la cara). De resto, cero comunicación. La familia se cruza con ellos en los pasillos entre los árboles, pero sin prestarles más atención que a los conejos que invaden la propiedad. Lo más sangrante es que son negros; es decir, que es imposible no verlos (si fuesen magrebíes, por ejemplo, no se notaría tanto esa no-presencia). Tampoco se observa ningún maltrato (en todo caso, no-trato): es más, da la impresión de que casi no trabajan, pues el trabajo duro ―llenar las cajas de fruta, cargarlas, llevarlas a la cooperativa, etc.― lo hacen todo Quimet y su hijo Roger. Encima, cuando están juntos, y como siempre están enfocados desde lejos, son indistinguibles: los tres son altos y delgados, y visten casi igual. Si la película criticase su explotación, podríamos leer esta falta de individualidad como metáfora de que no son más que mano de obra intercambiable; aquí, en cambio, se acerca más al dicho racista "Todos los negros se parecen". 🌐🌐

Notas:

1 Salvo despiste mayúsculo, sólo conozco a dos cineastas migrantedescendientes que hayan realizado largometrajes o series de ficción: Santiago Zannou, director de, entre otras obras, El truco del manco (2008) y Alacrán enamorado (2013), y Hammudi Al-Rahmoun Font, autor del largometraje Otel·lo (2012) y la magnífica serie Dieciocho (2024), a la que dediqué un reciente artículo en este blog.

2 En mis artículos de blog no cito bibliografía crítica salvo cuando es absolutamente pertinente, en parte porque ello supone un "descanso" de mis artículos académicos y en parte porque suelo escribir sobre películas recientes o, en el caso de las más antiguas, películas ignoradas por la crítica académica. Sin embargo, sobre Poniente se han publicado numerosos artículos (casi todos fuera de España). No voy a dar una lista ―éste no es un artículo académico―, pero remitiré a las interesadas al capítulo sobre Chus Gutiérrez, de Dosinda G. Alvite, en el reciente libro La mirada horizontal: Cineastas del siglo XXI. Autoría, compromiso social y conciencia de género (eds. Dosinda G. Alvite y Eva París-Huesca; Valencia: Tirant Humanidades, 2024, págs. 156-65), que incluye un exhaustivo análisis y una revisión de la bibliografía previa. 

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