"Sie sagt. Er sagt.", de Ferdinand von Schirach: Otra vez la violación en entredicho
Hace poco más de un año publiqué en este blog un artículo sobre Les Choses humaines (2021), de Yvan Attal, que describí como una apología de la violación, porque, aunque el acusado era declarado culpable tras el juicio, el director manipulaba de tal manera al público que el pobre chico acababa viéndose como la víctima, sobre todo porque, como público, nunca llegamos a saber lo que realmente sucedió. Además, la película decía basarse en la novela homónima (2019) de Karine Tuil, pero la tergiversaba completamente.
Sie sagt. Er sagt. (2024; traducida al castellano como Cruce de acusaciones, aun cuando el título es perfectamente traducible: "Ella dice. Él dice."), basada en una obra de teatro del propio director publicada este mismo año, es también un drama judicial sobre una denuncia de violación y, aunque no resulta tan ofensiva, es decir, no puede calificarse como apología de la violación, no por ello deja de ser problemática, puesto que se pone en entredicho la veracidad de la denuncia y, al contrario que en la de Attal, ni siquiera hay veredicto: queda a la imaginación ideológica del público determinar quién está diciendo la verdad... y el director ofrece suficientes indicios, en un par de vueltas de tuerca de última hora, para que dudemos de la víctima.
Desde luego, cinematográficamente hablando y en abstracto, es muy jugoso el tema: un juicio que gira en torno a hechos que no son empíricamente demostrables, puesto que no existen pruebas fehacientes ni en un sentido ni en otro, sino que es la palabra de una contra la del otro. Ahora bien, el solo hecho de que se plantee para el caso de una violación es peligroso (por no decir insidioso), en la medida en que ello sugiere que existen denuncias falsas de violación, cuando es de todas sabido que: 1) La inmensa mayoría de las violaciones no se denuncian, precisamente porque las víctimas temen no ser creídas, sino, por el contrario, humilladas y denostadas; y 2) Las denuncias demostradamente falsas deben de estar, como las de las violencias machistas dentro de la pareja, en torno al 0,01 % del total. Sin embargo, da la impresión de que, desde el movimiento #MeToo y otros similares, los hombres buscan por todos los medios exculparse unos a otros, si no siempre de manera directa, al menos indirecta.
Resumo la película: Una famosa presentadora de televisión, Katharina Schlüter, presenta una denuncia por violación contra el exitoso empresario Christian Thiede. Durante cuatro años habían mantenido una relación amorosa adúltera, que terminó unos meses antes de los hechos (según ella, de mutuo acuerdo; según él, porque no quería seguir mintiendo a su familia). Un día se reencuentran por casualidad, ella acude a su casa, inician una relación sexual y, en medio del coito, ella decide que NO quiere continuar y así se lo repite varias veces, pero él "sigue a lo suyo" (ésta es la expresión de los subtítulos: mi limitado dominio del alemán me ha impedido descifrar esta frase en concreto) hasta eyacular, manchando de paso su vestido rojo de semen (¿no les recuerda a cierta Monica Lewinsky?). Sin embargo, tarda tres días en poner la denuncia, con lo cual no quedan más evidencias físicas que la mancha en el vestido (vestido que, casualmente, llevaba durante el último encuentro antes de la ruptura), y el ADN, que coincide con el del acusado, no se puede datar. La abogada de la defensa, por su parte, plantea la denuncia como una venganza, una reacción motivada por el despecho de haber sido abandonada.
Veamos ahora cómo ejerce la manipulación el director. En primer lugar, Katharina es una mujer fría (uso este adjetivo deliberadamente, porque parece ser que ésa es la impresión que generan las mujeres fuertes y, de hecho, así la describen la abogada defensora y la agente de policía que recogió la denuncia) y contenida. Durante su declaración, aunque a veces titubea al recordar detalles de la relación con Christian y de la violación, no se deshace en llanto. Se nos cuenta que, a raíz de la denuncia, su vida se ha roto en pedazos: su marido le pidió el divorcio, sólo ve a sus dos hijas los fines de semana porque no ha querido arrancarlas de su entorno y es incapaz de trabajar porque en su profesión es fundamental conservar la autoestima y ella la ha perdido. Además, recibe constantes mensajes de odio y amenazas, hasta el punto de estar bajo protección policial las veinticuatro horas. Se nos cuenta, sí, pero no lo vemos. Lo único que vemos es a una mujer elegante y un tanto hierática.
De hecho, la actitud de la protagonista es tan significativa que la agente de policía, que se supone que se especializa en casos de violación, declara que nunca se había encontrado con una víctima que mostrara tan poca emoción. La duda está, pues, servida. El director, sin embargo, es muy inteligente y posteriormente presenta la declaración de una psicóloga realmente especializada en violaciones que rebate de manera contundente la valoración de la policía: 1) El hecho de que tardase tres días en presentar la denuncia no dice nada sobre su credibilidad (algunas mujeres tardan incluso años en poder hacerlo), y 2) No existe un comportamiento prototípico de víctima de violación (algo que a mí me parece evidente, como no lo hay tampoco de víctimas de malos tratos, ni de víctimas de catástrofes naturales, ni de víctimas de duelo). Habla, además, de los "mitos de la violación" anclados "en el subconsciente colectivo" que todas conocemos: los violadores son extraños que abordan a las víctimas en callejones oscuros, las víctimas se resisten hasta el último aliento, acuden inmediatamente a denunciar y siempre sufren aparatosas lesiones físicas, etc. Por ello, cuanto más se aleja una violación del mito, menos credibilidad se le otorga a la víctima. Señala que no puede dar cifras sobre el porcentaje de denuncias falsas, pero da otras muy contundentes: en un estudio realizado por el Ministerio de Igualdad, el 13 % de las 10.000 mujeres encuestadas reconoció haber sufrido agresiones sexuales en algún momento de su vida y, de ellas, el 85 % nunca las denunció; en otro estudio a nivel europeo, con 42.000 mujeres encuestadas, un tercio reconoció haber sufridos abusos o agresiones sexuales.
Estupendo, ¿no? Pues no, porque luego llegan las conclusiones finales. El fiscal se limita a pedir una condena de tres años sin entrar a valorar los hechos ni los testimonios. El abogado de Katharina hace un alegato en mi opinión fantástico: desde el momento en que el desenlace de un juicio dependa del ella dijo, él dijo, siempre se va a fallar a favor del acusado por aquello del principio in dubio pro reo. Propone, por tanto, que lo único que debe tomarse en cuenta es la declaración de la víctima, que tiene toda la credibilidad del mundo: ¿por qué iba a mentir Katharina, sabiendo que, tal como ha ocurrido, la denuncia iba a destrozarle la vida? Como mencioné, en mi opinión su alegato es inapelable. Ahora bien, el hecho de que cuestione una de las normas básicas del derecho penal puede resultar contraproducente de cara al tribunal... y al público. Por su parte, la abogada defensora (los violadores y maltratadores casi siempre se buscan abogadAs para reforzar su defensa) plantea que Katharina es creíble porque las mentiras lo son cuanto más se acercan a la verdad y ella sólo ha tenido que cambiar un par de detalles de la realidad para fabricar su versión, motivada por la venganza y el despecho.
Luego llega la sorpresa: al acusado, que hasta entonces no ha querido declarar (lo cual es sumamente sospechoso, tal como insinúa el abogado de la acusación), se le ofrece la oportunidad de tener la última palabra... y la pilla al vuelo. Aunque su abogada le susurra que es "mala idea", se trata evidentemente de una estrategia: lo último que escuchará el tribunal serán sus palabras, que no podrán ser cuestionadas ni rebatidas por la parte contraria. Con la misma frialdad e inexpresividad que ha exhibido durante todo el juicio (pero para un hombre esto no es un problema), Christian presenta su versión de la relación que mantuvo con Katharina y de lo sucedido el día de autos (una simple felación ―de ahí la mancha del vestido― por iniciativa de ella, pese a que él le dejó claro que no retomarían la relación), y lo hace sin insultos, sin ofender, acusándose incluso de cobardía por no haberse atrevido a dar el salto de dejar a su familia...
A mitad de su alegato, Katharina abandona la sala. No sabemos por qué, pero resulta casi sospechoso, como si no pudiese confrontar la (presunta) verdad que él le presenta. Minutos después, alguien le entrega un sobre al fiscal. Confieso que, tal como iba la cosa, llegué a pensar que sería una declaración de Katharina reconociendo que ha mentido. Por suerte, no es así. En realidad, se trata de una declaración firmada de la exexposa de Christian (también ella le pidió el divorcio tras la denuncia de Katharina al enterarse de su adulterio)... en la que señala que él le confesó la violación. Con este nuevo dato, el juicio ha de suspenderse y nos quedamos con la reacción de la abogada defensora: "Lo que busca la ex es dinero". Más que dinero, lo que pensé yo, por supuesto dentro del universo en el que me ha metido von Schirach, es que busca venganza... al igual que Katharina. Muy distinto habría sido, por ejemplo, que lo que sacara a la luz la ex fuese que ella también fue violada por él en el pasado. Eso resultaría bastante más creíble que una confesión: un tipo como Christian nunca confesaría una violación, entre otras cosas porque, aun sabiendo intelectualmente que la hubo, para él sería algo así como el ejercicio de un derecho.
La película mantiene ciertas similitudes (¿deliberadas?) con Anatomie d'une chute (2023), de Justine Triet: la protagonista es también alemana y con un carácter parecido ("fría" e inexpresiva), ambos juicios tienen un componente claustrofóbico (más el de von Schirach porque prácticamente no hay escenas fuera de la sala) y, como público, no llegamos a saber de manera fehaciente lo sucedido, aunque Sandra sea exonerada. Ahora bien, las diferencias son monumentales: en Anatomía de una caída la protagonista no ha culpado a ningún hombre de nada; al contrario, si ella se convierte en sospechosa del asesinato de su pareja, es precisamente porque no se ajusta al molde de lo que se considera una buena esposa y madre. Sin ese prejuicio ―valga el juego de palabras―, no habría habido juicio, punto. Por otra parte, si bien un homicidio es un delito más grave que una falsa denuncia, esta última denota un nivel de alevosía (muy femenina, por cierto) muy superior. El origen de esas diferencias monumentales es obvio: Anatomie d'une chute fue dirigida por una mujer.
Lo más grave, para mí, tanto de esta película como de la de Attal, es la manipulación a la que someten al público, desde una perspectiva aparentemente objetiva, para sembrar dudas sobre las mujeres que denuncian violencias incontestables. Por eso "pierdo el tiempo" desmenuzando sus mecanismos: porque me parecen más perniciosos que los misóginos confesos.
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