Requisitos mínimos para ejercer (bien) el bello oficio de la traducción (II)
En un artículo anterior, establecí lo que, como traductora con más de veinte años de experiencia a mis espaldas (o neuronas), considero los requisitos mínimos para ejercer bien este bello oficio:
- Ser nativohablante de la lengua de destino (requisito necesario pero no suficiente).
- Ser bilingüe (es decir, ser también nativohablante de la lengua de origen).
- Dominar la disciplina de que se trate.
- Ser una persona meticulosa.
- Tener experiencia.
Decidí, sin embargo, dejar el desarrollo del tercer punto para un futuro artículo, puesto que los distintos tipos de traducciones tienen niveles distintos de dificultad y, por consiguiente, imponen requisitos distintos. Por otra parte, la gestión de los originales, digamos, «defectuosos», varía mucho entre unos y otros. Dedico un apartado específico a éstos porque son la gran pesadilla a la que nos enfrentamos las traductoras, en parte porque dificultan enormemente nuestro trabajo y en parte por la frustración que genera la incapacidad para producir una buena traducción. Y es que una cosa debe quedar clara:
ES IMPOSIBLE OBTENER UNA BUENA TRADUCCIÓN DE UN MAL ORIGINAL
Se podrá mejorar a nivel de frase (o par de frases) hasta que cada una quede sintácticamente perfecta, pero, si la redacción es espesa (tipo veintiocho adjetivos por centímetro cuadrado), si existen problemas de organización, si las frases no están bien conectadas entre sí, si el contenido carece de coherencia interna, la traducción reflejará todas estas fallas, puesto que sólo podrían resolverse reescribiendo el texto de origen, lo cual, por supuesto, no es nuestra labor.
A efectos prácticos, distinguiré entre tres tipos de traducciones: técnicas, académicas y literarias.
🟣 TRADUCCIONES TÉCNICAS:
Incluyo bajo este rubro todo tipo de documentos especializados que no llegan a ser académicos ni, por lo general, tienen formato de libro: contratos, patentes, balances de empresa, guías turísticas de Internet, páginas web, etc.
Para mí, son las más fáciles, siempre que una se familiarice con la jerga en cuestión (en el caso de las guías turísticas, de las que traduje muchas en una época, basta simplemente con poseer una buena cultura general). En mis inicios como traductora a destajo me atrevía con todo (pobreza obliga), pero es algo que no recomiendo: pese a que yo aprendo rápido y, por ejemplo, me habitué muy pronto a la jerga jurídica en castellano y en inglés (de tal manera que posteriormente yo misma he redactado ciertos contratos que he necesitado), en otros campos, como las finanzas o la mecánica, me sentía muy insegura y no podía garantizar la calidad del producto.
Por ello, poco a poco fui limitándome a aquellos ámbitos en los que tenía una sólida formación previa (y no simplemente adquirida sobre la marcha): documentos químicos, médicos y farmacéuticos. Tengo una licenciatura y un máster en Ingeniería Química, especialidad biomédica, y, aunque aquello fue a finales de los años ochenta del siglo pasado, y por tanto no sólo he olvidado gran parte de lo que estudié, sino que desde entonces las disciplinas científicas han evolucionado muchísimo, sigo dominando la terminología, que es lo fundamental. Las patentes, en las que acabé especializándome, tienen una jerga muy específica, pero no me resultó difícil aprenderla.
🌐 Originales defectuosos:
Que son la mayoría, por cierto. Yo a menudo me preguntaba cómo era posible que las instituciones correspondientes aprobaran ciertas patentes si las o los autores ni siquiera sabían (d)escribirlas. Sin embargo, como este tipo de documentos exigen absoluta fidelidad al original, no es preciso devanarse los sesos intentando mejorarlos (a veces sí descifrándolos), salvo, por supuesto, a nivel de frase (la traducción debe ser sintácticamente correcta). Si se repite una palabra o coletilla diez veces en una página (sin justificación «literaria»), se repite las diez veces al traducir. De hecho, la fidelidad es tan importante que en las patentes, por ejemplo, tiene que haber el mismo número de frases en el original y en la traducción. La primera vez que me encontré una frase de veinte líneas, llena de subordinadas y antecedentes (ésta, el mismo) poco menos que indescifrables, y teniendo en cuenta, además, que en inglés no se abusa tanto de las subordinadas, la corté en dos… y recibí un toque de atención porque no se pueden añadir puntos nuevos. Desde entonces, los evité, pero seguí cortando cuando me parecía necesario… eso sí, usando un punto y coma 😜.
Aun así, no siempre podía entregar una traducción «defectuosa» sin más. En ciertos casos, al entregar el archivo, añadía la siguiente advertencia a las intermediarias que me contrataban: «El original estaba pésimamente redactado. Lo he traducido lo más literalmente posible». Otras veces indicaba errores obvios: «La frase X está incompleta y no he podido adivinar lo que falta», o «En la frase X falta (o sobra) un ‘no'».
🟣 TRADUCCIONES ACADÉMICAS:
Éstas son las más exigentes: requieren un dominio absoluto de la disciplina de que se trate (o disciplinas aledañas) y un nivel de formación académica igual o superior al de la autora, aunque no necesariamente sus mismos conocimientos (se presupone que todo texto académico aporta nuevos conocimientos en su campo).
🌐🌐 Digresión: A la vez, y contradictoriamente, son las peor remuneradas. Para que se hagan una idea, las tarifas por palabra que en cierta época ofrecían las editoriales eran la mitad de las que ofrecían las agencias por traducciones que, como señalé arriba, eran bastante más sencillas (ahora, con el auge de la [mal] llamada traducción automática, las tarifas de las agencias se han reducido a niveles obscenos, como comenté en un artículo anterior en este blog). Deben de creer que en un mes se aprenden la historia y la teoría de la literatura o de la filosofía por ósmosis. Por ello, aunque las disfrutaba enormemente, tuve que dejar de traducir libros para editoriales, salvo cuando la propia autora ha podido pagarme de su bolsillo (o de sus fondos universitarios) una tarifa «decente». 🌐🌐
Tener una formación académica, independientemente de la disciplina, es fundamental para saber gestionar, entre otros aspectos, las citas y las referencias bibliográficas.
🔵 Citas:
Las citas cuya lengua original sea (valga la redundancia) la lengua de origen del texto se traducen directamente a la lengua de destino, añadiendo una nota al pie en la primera: «A menos que se indique lo contrario, todas las traducciones de las citas son de la traductora». En el caso de las citas que son traducciones de otras lenguas, es preciso buscar el original y, bien traducirlo (si la traductora domina también esa lengua), o bien ―y esto es fundamental cuando se trata de textos clásicos en alguna disciplina― localizar una traducción a la lengua de destino ya existente. Lo que nunca debe hacerse es traducir una traducción.
Un caso particular lo constituyen los textos sobre cultura hispánica escritos en inglés (una de mis especialidades) en los que aparecen, en inglés, palabras o expresiones sueltas tomadas de un texto en castellano, tales como profesiones, cargos institucionales o prendas de vestir. Estas palabras o expresiones no pueden «traducirse» sin más, sino que es preciso buscar las originales. Esto me causó muchos quebraderos de cabeza con Género y modernización en la novela realista española, de Jo Labanyi (al que ya dediqué un artículo en este blog). Por suerte, todas las novelas analizadas en el libro están digitalizadas en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, por lo que me bastaba buscar en el PDF todas las posibles equivalencias en castellano hasta dar con la exacta (si hubiese tenido que buscarlas en los libros en papel, habría tardado, literalmente, años). Aun así, recuerdo cuánto me costó encontrar la equivalencia para cierta «prenda de moda» mencionada en Tormento, de Benito Pérez Galdós. Ya no recuerdo la palabra que Labanyi utilizaba en inglés (el libro no está digitalizado y no conservo el original en papel), pero sí que probé con todo tipo de prendas que me sonaban decimonónicas y… ¡nada! Al final, siguiendo otras pistas, localicé el pasaje exacto y descubrí que era… ¡gabán!
🔵 Referencias bibliográficas:
En principio (salvo cuando la traducción exija un formato de citaciones y bibliografía distinto del original, en cuyo caso hay que refundirlas todas), resulta bastante sencillo gestionarlas porque basta con traducir las palabras «traducibles», es decir, aquéllas que no corresponden a títulos de obras o revistas ni son nombres propios (las ciudades de publicación, en cambio, sí deben traducirse). Ahora bien, es preciso conocer las normas para los títulos de libros y artículos, pues debe respetarse siempre el uso de mayúsculas y minúsculas del idioma original del libro o artículo en cuestión. En los títulos de libros/artículos en inglés (independientemente de que se citen en un libro/artículo en castellano), se escriben en mayúscula todas las palabras excepto las preposiciones (con alguna excepción) y los artículos (tal como se hace en castellano con los nombres de revistas y asociaciones). En castellano, sólo se ponen en mayúscula la primera palabra y los nombres propios, mientras que en francés, cuando la primera palabra es un artículo, la segunda se escribe con mayúscula. Estas normas, lamentablemente, se respetan muy poco y estoy harta de encontrarme, en textos académicos, incluso de editoriales y revistas prestigiosas, títulos en inglés escritos a la española, o viceversa: me agreden la vista.
🔵 Conocimiento profundo de la disciplina:
Para ilustrar esto, daré un ejemplo (un poco extremo, es cierto) de uno de los libros de los que más orgullosa estoy, junto con el de Jo Labanyi: Mujer, modernismo y vanguardia en España (1898-1931), de Susan Kirkpatrick. En su momento (2002) sentí que este libro sólo podía haberlo traducido correctamente yo… o alguien con mi mismo perfil académico: especialización en las vanguardias hispánicas (el objeto de mi tesis doctoral, Marginalidad y subversión: Emeterio Gutiérrez Albelo y la vanguardia canaria, y de diversos artículos sobre las vanguardias canaria, peninsular y latinoamericana), conocimiento profundo de las teorías anglosajonas (y, en menor medida, germánicas) sobre el tema, teorías que no habían llegado aún al ámbito hispánico, y, por supuesto, formación feminista.
El título original del libro era Women, Modernism and Vanguard in Spain (1898-1931) y, en él, la autora analizaba la obra de seis mujeres artistas: Carmen Baroja, Emilia Pardo Bazán, María Martínez Sierra (a la que ahora es preferible llamar María Lejárraga), Carmen de Burgos, Maruja Mallo y Rosa Chacel. ¿Y por qué decía arriba que era imprescindible conocer bien las teorías anglosajonas? Porque modernism y modernismo son conceptos muy distintos, aunque relacionados entre sí. En el original era muy fácil establecer la distinción: la autora utilizaba modernism para referirse al movimiento en sentido europeo y modernismo, en castellano y con cursivas, para referirse al hispánico. Una traductora que no conociese la diferencia entre ambos, lo habría traducido siempre como modernismo y, con ello, el libro habría perdido gran parte de su sustancia. (Y no habría valido invertir la nomenclatura del original y hablar de modernism, en inglés y con cursivas: es perfectamente legítimo utilizar términos en castellano al escribir sobre cultura hispánica; utilizar anglicismos en un texto sobre ídem, en cambio, no lo es.)
¿Cuál fue la solución? Añadir una extensa nota en la introducción explicando los dos conceptos y señalando cómo los traduciría en cada caso:
En inglés, el término modernism designa toda una serie de manifestaciones artísticas que se desarrollan desde el último tercio del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial como reacción a la modernidad, y que incluyen desde el simbolismo hasta las vanguardias. En contraste, tradicionalmente el término español modernismo se refiere, de manera mucho más restrictiva, al movimiento iniciado en Latinoamérica por, entre otros, José Martí y emblematizado por Rubén Darío […]. Aclaro, por tanto, que siempre que se hable de toda la época abarcada por este estudio (1898-1931), de los años 20 o de la cultura europea en general, el término modernismo deberá entenderse en su acepción más amplia. En los casos en que no quede claro por el contexto, matizo de cuál se trata con expresiones tales como «modernismo hispánico» o «modernismo europeo», «modernismo en general», «modernismo en sentido amplio» o «modernismo y vanguardia».
Mujer, modernismo y vanguardia en España (1898-1931) (Madrid: Cátedra, 2002), pág. 12.
Aprovecho aquí para señalar otro aspecto importante de las traducciones académicas: lo ideal es poder trabajar en estrecha comunicación con las autoras, que fue lo que hice en este caso. Aunque no fue Kirkpatrick quien me encargó la traducción, yo la conocía de mi época en EEUU y me puse en contacto con ella en cuanto me di cuenta de todas las matizaciones terminológicas que me vería obligada a hacer. También trabajé así con Jo Labanyi (quien sí me la contrató directamente). De ahí, supongo, que la suya y la de Kirkpatrick sean mis dos traducciones predilectas: no sólo por tener a las autoras «a disposición» para aclarar dudas o recibir confirmación de mis decisiones, sino porque ambas conocen a fondo el castellano y podían, por tanto, valorar perfectamente mi trabajo (e incluso detectar algún errorcillo mío [aunque me cueste reconocerlo, no soy perfecta]). Y es que ―otro aspecto importantísimo― siempre van a surgir dudas al traducir, independientemente de la calidad del original (muchas más, por supuesto, con los «malos»): puede haber frases/pasajes que generen ambigüedad, términos que admitan más de una traducción, juegos de palabras intraducibles, etc.
Un caso especial en las traducciones inglés-castellano lo constituye el género gramatical. Puesto que en inglés la mayoría de los sustantivos no lo tienen, a menudo es imposible determinar el género que corresponde utilizar en castellano. Recuerdo, por ejemplo, un texto en el que se hablaba de a student, sin más datos. Al traducir, podía utilizar estudiante, que es un sustantivo epiceno, pero era imposible sortear el artículo. En ese caso concreto, pude consultar a la autora y determinar que era una estudiante. Si no hubiese podido consultarla, habría tenido que, bien elegir a suerte, o bien retorcer el texto para evitar el artículo. Sin embargo, y aunque a primera vista parezca sorprendente, también surgen problemas a la inversa cuando en castellano se utilizan masculinos genéricos, puesto que muchos parentescos en inglés sí tienen género: brothers/sisters, aunts/uncles, nieces/nephews, etc. Por ello, salvo en el caso de hermanos, que puede traducirse genéricamente como siblings, es preciso, bien consultar a la autora, bien elegir la opción más incluyente (p. ej., aunts and uncles).
🌐 Originales defectuosos:
Al contrario que los documentos técnicos, los textos académicos ya publicados suelen estar bien escritos. Y digo suelen estar y no están, porque, lamentablemente, la publicación de un texto por una editorial (y esto vale también para los textos literarios, sobre todo en los últimos años) o una revista especializada no garantiza su calidad, ni «escrituraria» ni de contenido. Si dejamos de lado los intereses espurios (publicaciones por «enchufe»), a menudo da la impresión de que las editoriales y revistas no leen a fondo los manuscritos y eligen (repito: cuando no se trata de favores personales) sobre la base del nombre del autor o autora o del tema sin preocuparse de nada más. De hecho, me ha tocado alguna traducción absolutamente pesadillesca, pero, por motivos obvios, me abstengo de señalarlas.
En el caso de los textos no publicados (o autoeditados), y aunque la calidad suele ser superior a la de los textos literarios ídem, son más frecuentes los «defectos». Sin embargo, como ésos me los suelen contratar directamente las autoras, que, además, suelen ser jóvenes (y no hablo de edad cronológica), tengo comunicación con ellas y no sólo les pido aclaración sobre posibles dudas, sino que me pongo mi gorrito de profesora y les añado comentarios/sugerencias para mejorar el texto, del tipo: «esta frase es repetitiva», «esta frase contradice lo que decías en la pág. X», «esta frase queda ‘colgando'»…
🌐 Errores de contenido:
Aunque esto no entra dentro de nuestra responsabilidad como traductoras, personalmente no puedo evitar señalarlos cuando me encuentro alguno. En el caso de los libros ya publicados, no recuerdo errores graves; sólo algún «despiste» o errata, por ejemplo en alguna fecha o nombre propio, que he corregido sin más (indicándoselo a la autora cuando he estado en contacto con ella y a la editorial cuando no). En el caso de los no publicados, y al igual que con la redacción y la estructura, me permito indicárselo a las autoras, de nuevo con mi gorrito de profesora. Recuerdo un artículo, por lo demás brillante, en el que la autora mencionaba de pasada (no era éste el tema, por eso lo saco a relucir: porque no es rastreable) a la población republicana que se concentró en el puerto de Valencia al final de la guerra civil a la espera de los barcos que nunca llegaron. Por supuesto, el puerto en cuestión era el de Alicante y la autora agradeció que se lo corrigiera.
Me queda aún hablar de las traducciones literarias, pero el artículo me ha salido ya demasiado largo, así que lo dejo para algún futuro. Continuará, pues…
Comentarios
Publicar un comentario