Después de la autoficción, ¿qué?: Reflexiones con Delphine de Vigan
(Publicada en el blog de JCruz Servicios Lingüísticos el 10-10-2022)
Pronto hará un año (finales de noviembre) que se publicó mi novela Todas las islas la Isla, después de casi tres años de intenso trabajo (salvo un paréntesis forzoso de varios meses, entre los borradores 3 y 4-5, para dejarla reposar). Mi intención entonces era empezar una nueva novela, que en realidad era un viejo guión de largometraje que ya tenía previsto convertir en novela antes de que la necesidad imperiosa de autoficcionar mis tres años oscuros en la Isla lo devolviese al cajón (lo he contado en una entrada anterior).
Pasaron unos meses antes de poder ponerme manos a la obra, en parte porque todavía me estaba «desintoxicando» de Todas las islas la Isla y en parte porque estaba abrumada de trabajo (de ése que me permite pagarme los «vicios», tales como vivir bajo techo, comer, etc.). A principios de junio me impuse la obligación de empezarla. Al fin y al cabo, tenía ya el guión: al menos para el primer borrador se trataba «sólo» de convertirlo en narración, desarrollando algunas escenas, eliminando las que tenían valor únicamente cinematográfico y, por supuesto, definiendo el estilo global. Me encerré cuatro días en lo que los folletos turísticos llamarían un marco incomparable, lejos de mi casa y, por tanto, del lugar donde se fraguó la anterior, y empecé a reconvertir la historia.
Luego llegó el verano. No puedo decir que me faltara tiempo para dedicarle. Lamentablemente, como en este país nadie trabaja en verano, nadie me encargaba tampoco trabajo a mí. Pasaba largas mañanas piscineando (mi gran pequeño placer en la vida) y tenía entre manos un artículo académico (que terminé a finales de agosto), pero aun así me quedaba tiempo libre. Y, sin embargo, tras elaborar unas treinta páginas de la nueva novela, me quedé estancada. No porque no supiera cómo continuar: el guión seguía ahí. Tampoco a causa de un bloqueo como los que me asaltaban a menudo mientras escribía la anterior, bloqueos ante todo psicológicos ―miedo a confrontar ciertos recuerdos, dificultad para darles forma coherente, necesidad de acercarme a ellos de manera tangencial― que, sin embargo, no me impedían escribir incansablemente día tras día: ahora se trataba de pereza, falta de motivación, desinterés, apatía…
Hasta que descubrí el porqué.
Fue hacia finales de agosto. Tenía interés en leer a Delphine de Vigan, a quien confieso que no había leído, porque su nombre suele salir a colación cada vez que se habla del auge o «moda» de la autoficción (ya he explicado en el artículo antes citado que no comparto esa opinión: que no es la autoficción, entendida como el género literario que antes se denominaba «novela autobiográfica», la que está de moda, sino la etiqueta). Busqué entre sus libros. El más conocido, el que la lanzó definitivamente a la fama y le granjeó varios premios, es Rien ne s’oppose à la nuit (2011; traducido como Nada se opone a la noche), donde bucea en la vida de su madre, Lucile, para intentar entender sus problemas psiquiátricos y su suicidio a los sesenta años. Sin embargo, el que me llamó la atención y decidí leer en primer lugar fue D’après une histoire vraie (2015; Basada en hechos reales), donde habla del «después» de Rien ne s’oppose… (En francés, d’après significa, tal como se ha traducido en castellano, basada en, pero après, sin la preposición de, significa después.)
Y entonces entendí. Entendí que, después de escribir una novela que te implica toda entera, que te sale de las vísceras, que te provoca llanto e infinito dolor, pero aun así te agarra porque sientes que tienes que escribirla, es difícil volver a la ficción pura (como lo fue mi primera novela, Gajos de naranjas [2014]), a contar historias que no te atañen ni te duelen en lo personal. El clic, la revelación, la explicación por fin de mi bloqueo se produjo con este pasaje:
Je te parle du geste. De ce qui te colle à ta table. Je te parle de la raison pour laquelle tu te trouves attachée à ta chaise, comme un chien, pendant des jours et des jours, alors que personne ne t’y oblige.
[Te hablo de la disposición. De lo que te mantiene pegada al escritorio. Te hablo de la razón por la cual te ves encadenada a la silla, como un perro, día tras día, aunque nadie te obligue.]
D’après une histoire vraie (JC Lattès, 2015), págs. 107-08. (La traducción es mía.)
Esta novela es también autoficción, aunque más ficción que auto-. De Vigan se inventa una alter ego, un personaje femenino que intenta imponerle su visión de lo que debe escribir ahora: no una ficción, sino seguir excavando en le Vrai (la Verdad) de contar su vida. Según ella, la ficción ya ha sido agotada por el cine y las series, y lo que buscan las lectoras es esa «verdad» de lo vivido realmente. Sus argumentos son muchos. En realidad, toda la novela viene a ser una defensa acérrima del a menudo denostado género de la autoficción. (Mientras escribía este artículo, me llegó la feliz noticia de la concesión del Nobel de Literatura a Annie Ernaux, otra grandísima «autoficcionadora» francesa.)
Debo decir que no comparto esta opinión y, personalmente, no quiero escribir más autoficción. No tengo ningún interés en sumergirme en mi infancia u otras épocas oscuras de mi vida. El impulso para Todas las islas la Isla fue la necesidad de entender la incomprensible «decisión» (siempre con comillas, porque las decisiones implican una valoración entre opciones, un pesaje de pros y contras, una proyección hacia el futuro, y en mi caso no hubo tal) que me encerró en una Isla y en una depresión apática (o apatía depresiva) de la que no pensé que pudiera escapar. (Lo cierto es que, cuatro años y un arduo proceso de excavación arqueológica y plasmación literaria después, sigo sin entenderla, pero al menos logré rastrear los peldaños que fui saltando en mi descenso a los infiernos.) Respecto al resto de mi vida, poco hay que elucubrar: hubo otras malas decisiones, pero, aparte de que tuvieron un sentido en su momento, ninguna dejó graves secuelas. La de la Isla, sí.
Y pese a todo… No puedo evitar identificarme con de Vigan. Posteriormente, leí Rien ne s’oppose à la nuit, que es también, como la mía, una novela autorreflexiva, pues va contando sobre la marcha (eso sí, en más detalle que yo) el proceso de escritura. De resto, no tienen nada en común. Ella se enfoca en la vida de su madre fallecida, incluso desde antes de su nacimiento y, por tanto, de sus propios recuerdos, mientras que yo me enfoqué sólo en mí misma y en un lapso de tiempo acotado (tres años, con analepsis que se remontan cinco años más). Su labor de excavación fue sobre todo de documentación (rebuscar viejos papeles, hablar con el entorno de su madre, etc.); la mía, de introspección y rescate mental de sucesos (por lo general deliberadamente) olvidados. A ella le preocupaban las reacciones de su familia tras la publicación; a mí me preocupó hasta cierto punto la reacción de los personajes secundarios que aparecen en la novela, pero a un nivel muy distinto, entre otras cosas porque no desvelo «secretos» de nadie. Y sin embargo… Sin embargo, me reconozco en su sufrimiento mientras escribe, en sus vacilaciones, en su búsqueda del mejor modo para transmitir la historia de su madre (por ejemplo, pasa de contar a Lucile en tercera persona, como una especie de narradora omnisciente, a contarla en primera persona desde la niña y luego mujer Delphine), en sus pesadillas… Y piensa a menudo en las ganas que tiene de quitarse esa novela de en medio y pasar a otra más light… esa otra que, según vemos en la novela siguiente, ya no la seduce ni motiva.
Parfois je rêve au livre que j’écrirai après, délivrée de celui-ci.
[A veces sueño con el libro que escribiré después, cuando me haya liberado de éste.]
Rien ne s’oppose à la nuit (JC Lattès, 2011), pág. 204. (La traducción es mía.)
Que es lo que me ha pasado a mí. No quiero ni de lejos revivir todo el dolor que me causó revivir esos años según los escribía, pero echo de menos el impulso (lo pienso en francés: élan), la necesidad arrolladora, la sensación de tener entre manos un proyecto de vital importancia (vital en sentido literal, por supervivencia), el reto, que a ratos parecía insuperable, de narrar(me) desde fuera. Esta otra, la nueva que no avanza, no me plantea más reto que el de la escritura misma y eso ahora me parece poca cosa. Me decía en verano que podría planteármela como un divertimento, pero por ello mismo le faltaría vida. Quizá porque siento, como de Vigan, que, después de una empresa como la de Todas las islas la Isla, no lograré superarme a mí misma:
Ce livre était […] une fin en soi. Ou plutôt un seuil infranchissable, un point au-delà duquel on ne pouvait aller, en tout cas pas moi. Après, il n’y aurait rien. La fameuse histoire du plafond de verre, du seuil d’incompétence.
[Ese libro era […] un fin en sí mismo. O, más bien, una barrera infranqueable, un punto que no se podía traspasar; o al menos yo no podía. Después, no habría nada más. El tópico del techo de cristal, del nivel de incompetencia.]
pág. 98.
Porque:
J’avais mis un doigt dans le vrai et le piège s’était refermé. Et désormais, tous les personnages que je pourrais inventer […] ne seraient jamais à la hauteur. De ces personnages fabriqués de toutes pièces, il ne sortirait rien, aucune émanation, aucun fluide, aucun effluve. […] Exsangues, dispensables, ils manqueraient de chair.
[Había metido un dedo en la verdad y el cepo se había cerrado. Y, en adelante, ninguno de los personajes que pudiera inventar […] estaría a la altura. De esos personajes fabricados desde cero no saldría nada, ninguna emanación, ningún fluido, ningún efluvio. […] Exangües y prescindibles, carecerían de carne.]
págs. 352-53.
En mi caso, lo inalcanzable no será tanto la densidad de los personajes o, mejor dicho, el personaje de Nadia (el resto están dibujados sólo a grandes rasgos), sino la densidad experimental que conseguí precisamente gracias a las dificultades para escribir(me): el componente autorreflexivo, el epistolar, el cinematográfico, los juegos lingüísticos y tipográficos, la intertextualidad (de esos aspectos experimentales he hablado en otra entrada). Podría, por supuesto, volver a utilizar alguno(s) de estos recursos, pero sería como repetirme a mí misma… y sin justificación.
Y bueno… Si cuento todo esto, es porque tengo la remota esperanza de que, al plasmarlo por escrito, logre superar el «bloqueo». Ya les contaré si es así.
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