La manipulación ideológica del lenguaje en torno a la pandemia de covid-19

(Publicada en el blog de JCruz Servicios Lingüísticos el 20-01-2021)


No es la primera vez que menciono en este blog que el lenguaje no es «inocente». Que no sólo nos sirve para nombrar y describir la realidad, sino que también (tal vez incluso en primer lugar) contribuye a construirla. Como dije ya en mi entrada inaugural, a propósito del lenguaje inclusivo, lo que no se nombra no existe (en ese caso las mujeres). Ahora añadiría que lo que se nombra «mal», se conceptualiza y valora erróneamente… y por lo general ese error es inducido por el poder (o los poderes).

En esta entrada voy a hablar del uso manipulador de tres palabras que pertenecen al mismo campo semántico de los fenómenos naturales y de cómo ese uso afecta a dos «fenómenos» sociales de muy distinta naturaleza (valga la redundancia) y en sentidos completamente opuestos: las migraciones del Sur al Norte, cuya presunta «amenaza» se magnifica, y la pandemia de coronavirus, cuya amenaza ―muy real en este caso― se minimiza.


🟣 Empecemos por las migraciones:

La avalancha de pateras en Canarias dispara la inmigración ilegal en España

ABC.es, 17 de noviembre de 2020, https://www.abc.es/espana/abci-avalancha-pateras-canarias-dispara-inmigracion-ilegal-espana-202011171306_noticia.html?ref=https:%2F%2Fwww.google.es%2F

✅ Evidentemente, la palabra avalancha se utiliza aquí en un sentido metafórico. En su sentido literal, según el Diccionario de la lengua española de la RAE, avalancha es alud. Y, si buscamos alud, el mismo diccionario nos dice que es «Gran masa de nieve que se derrumba de los montes con violencia y estrépito» (el subrayado es mío) y, en su acepción figurada, «Masa grande de una materia que se desprende por una vertiente, precipitándose por ella», es decir, lo mismo, sólo que sin limitarse a la nieve. Pues bien, en ningún caso puedo imaginarme barcos «precipitándose» por una «vertiente» (a menos que seamos terraplanistas y pensemos que caerán al vacío al llegar a algún Finis Terrae).

Las implicaciones ideológicas son muy claras: La llegada de migrantes es un fenómeno natural, violento y… mortífero (como los aludes que sepultan a alpinistas imprudentes). Y también muy fáciles de desmontar: 1) La migración no es violenta. Que se sepa (y, si hubiese ocurrido, se sabría), ninguna patera ha desembarcado en nuestras costas con gente armada con ametralladoras. 2) No es mortífera (salvo para quienes arriesgan la vida, y a menudo la pierden, montándose en una frágil barquita… pero no es a esto a lo que se refieren). Al contrario, nuestro neoliberalismo salvaje necesita a esa población migrante para mantenerse y medrar. La migración «irregular» permite pagar salarios de miseria a quienes forman parte de ella, pero también a la población autóctona, y el único efecto llamada es el del propio empresariado de los países del Norte. Y 3) No es natural. Con ello no quiero decir que esté organizada (aunque existen numerosas mafias dedicadas al tráfico de personas), sino que no ocurre por causas accidentales y aleatorias: ocurre debido a la desigualdad estructural entre los países del Norte y del Sur.

✅ En otros casos se utiliza la palabra oleada:

España en tensión por oleada de migrantes a costas canarias

telesurtv.net, 16 de noviembre de 2020, https://www.telesurtv.net/news/espana-tension-oleada-migrantes-costas-canarias-20201116-0023.html

¿Y qué es una oleada, según nuestro sapientísimo DLE? 1. «Embate y golpe de una ola» (el subrayado es mío: nuevamente la idea de violencia y destrucción). 2. «Movimiento impetuoso de mucha gente apiñada.» (¿Gente apiñada? Desde luego, la que viaja en las pateras… y cuyo apiñamiento es parcialmente responsable de los naufragios que sufren. ¿Pero «movimiento impetuoso»? Francamente, lo que yo suelo ver en las imágenes es a grupos de personas al borde de la muerte.) Y sigue una acepción en sentido figurado: 3. «Aparición repentina de algo en gran cantidad. Una oleada de atracos.» (El ejemplo es del propio diccionario y nuevamente remite a la delincuencia y la violencia.)

La intencionalidad que rige este vocabulario es evidente: crear en el subconsciente del público lector o de la audiencia la impresión de que las personas migrantes constituyen una seria amenaza, lo cual fomenta el racismo y la xenofobia, y de paso oculta el hecho de que es promovida desde los mismos poderes que pretenden asustarnos con ella.


🟣 Y, ahora, el segundo «fenómeno»: la actual pandemia de covid-19. Llevamos meses y meses (desde que acabó el confinamiento de primavera) hablando de sucesivas olas (no sólo en castellano: en todos los idiomas que domino o conozco se utiliza el mismo término, con idénticas connotaciones). Según la terminología al uso, hubo una primera ola, la de primavera; una segunda ola, en otoño; y ahora estamos en plena tercera ola. De hecho, en cuanto acabó la primera (que en su momento no recibió este nombre), se empezó a «predecir» la segunda y, cuando ésta no estaba controlada aún, ya se anunciaba la tercera.

Así se dispara una tercera ola que ya supera los peores datos de la segunda

elpais.com, 15 de enero de 2020, https://elpais.com/sociedad/2021-01-14/la-tercera-ola-crece-desde-antes-de-navidad-ya-triplica-los-contagios-y-duplica-los-ingresos.html

¿Cuáles son las implicaciones lingüísticas de la palabra ola? Volvamos al DLE. 1. «Onda de gran amplitud que se forma en la superficie de las aguas.» 2. «Fenómeno atmosférico que produce variación repentina en la temperatura de un lugar. Ola de calor, ola de frío.» Luego el diccionario nos remite a oleada: al movimiento impetuoso de gente apiñada y a la aparición repentina de algo, y esto último lo ejemplifica con «ola de gripe».

En las dos primeras acepciones se está hablando de fenómenos naturales. El primero, las olas del mar, inocuo e incluso agradable: nos hace pensar en niñas y niños jugando con ellas y en surfistas cabalgándolas (cuando son peligrosas se suele hablar de oleaje y se suele añadir, además, algún adjetivo como fuerte). El segundo, el «fenómeno atmosférico», desagradablepero también imprevisible. Sabemos que el recrudecimiento de las olas tanto de frío como de calor de (sobre todo) la última década está motivado por el cambio climático, el cual, a su vez, es consecuencia de las actividades humanas. Pero, aun así, dichas olas se producen de manera accidental y aleatoria, e, incluso antes del actual cambio climático, siempre las hubo.

¿Realmente se pueden comparar los sucesivos períodos de aumento incontrolado de contagios y muertes por covid con sucesivas olas? Curiosamente, la única que podría encajar en la descripción de «fenómeno natural sobrevenido» sería la primera, pero entonces no se llamaba así. En un principio fue una epidemia y, poco después, una pandemia. Es posible que el gobierno chino haya ocultado datos, que los gobiernos europeos hayan actuado con demora, etcétera, pero su «advenimiento» puede justificarse por el hecho de que tanto el virus como la magnitud de sus consecuencias eran desconocidos.

Hasta donde recuerdo (y he seguido la prensa minuciosamente desde marzo), no se empezó a usar el término hasta la (chapucera) «desescalada» de junio, cuando empezó a hablarse de la posibilidad de una segunda ola en otoño… aunque ya entonces la viróloga Margarita del Val advirtió de que, si la población y los gobiernos no se tomaban «la cosa» en serio, la segunda ola podía surgir ya en julio… Y así fue, aunque «nadie» lo reconoció hasta octubre.

Es posible que no hubiera motivos espurios detrás del uso original de la palabra, sino que se eligiera por analogía con las olas de gripe, que suelen producirse en otoño e invierno, pese a que ya se sabía que este virus no tiene carácter estacional. Desde entonces, sin embargo, la reiteración de la palabrita y los verbos que la acompañan evidencian el esfuerzo por ocultar que, de naturales, en el sentido de inevitables, estas «olas» posteriores no tienen nada. Que, de haberse mantenido limitaciones razonables a la movilidad y a las aglomeraciones, quizá los contagios hubieran repuntado un poco en otoño (como consecuencia del mayor uso de espacios cerrados), pero no con la virulencia con que lo hicieron… y menos aún con la virulencia actual.

Con la desescalada (otro eufemismo engañoso porque, más que una reducción gradual de las limitaciones, fue ―por seguir con el vocabulario deportivo― un salto de trampolín… a una piscina vacía) se empezó a incitar a la población a llenar las terrazas y los bares, y a viajar-viajar-viajar para preservar el sacrosanto monocultivo del turismo: de nuevo el neoliberalismo salvaje como instigador de los «fenómenos» y su manipulación interesada. Y los contagios y las muertes fueron escalando, hasta que por fin se reconoció que «había llegado» la tan anunciada segunda ola… como si en realidad no se la hubiese invitado. Como solía bromear mi padre cuando se ponía una botella de vino en la mesa, «No vino, lo trajeron«. Unas tímidas medidas la frenaron, aunque sin que en ningún momento se recuperasen los niveles de junio. Y empezó la campaña «Salvar la Navidad»: cero limitaciones y muchas recomendaciones que, como confesó recientemente el inefable Fernando Simón, los gobiernos sabían que no se cumplirían.

Y, pasadas las (mal llamadas) fiestas (que se salvaron, sí, ¿pero a costa de cuántas vidas?), la previsible tercera ola. Vuelvo a llamar la atención sobre el titular citado arriba. Se dispara, con ese impersonal que quita toda responsabilidad a individuos y gobiernos… como si fuese una inevitable «onda sobre la superficie de las aguas». Y no, no se ha disparadola han disparado (me excluyo porque yo llevo diez meses autoconfinada) entre los gobiernos incompetentes (prefiero pensar que es incompetencia; la alternativa es demasiado espeluznante) y la población irresponsable. En una sociedad infantilizada e insolidaria como la nuestra la gente sólo responde a las imposiciones y las prohibiciones. Y ningún gobierno (ni el central ni los autonómicos) estuvieron por la labor. Más que una ola, lo que estamos padeciendo ahora es un tsunami, pero no de esos que se producen como resultado de un terremoto (y por tanto natural), sino del tipo provocado por la detonación de una bomba nuclear (y por tanto intencional). Y, encima, durante más de una semana los distintos gobiernos se dedicaron a ver llover los cadáveres (sorry, se me están contagiando las metáforas meteorológicas) antes de comenzar a aplicar parches… pero en ningún caso las medidas drásticas necesarias para doblegar la curva, es decir, un confinamiento domiciliario estricto. Doblegar la curva, otra expresión digna de análisis. Según el DLEdoblegar es «Hacer a alguien que desista de un propósito y se preste a otro». Vaya, un poco enrevesada la definición… Los sinónimos someter subyugar me parecen bastante más expresivos. Porque lo que ese doblegar viene a decir es que las olas «llegan» por sí solas, pero luego son vencidas «gracias a» los ímprobos esfuerzos de los mismos gobiernos que les han dado «vía libre», cuando no directamente promovido. Y en realidad es al revés: las olas son convocadas y se doblegan solas en cuanto se limitan las ocasiones de contagio.


No deja de ser curioso que, al contrario que en el tema de las migraciones, no se hable ni de oleadas ni de avalanchas: puestas a escoger, estas dos palabras tienen las connotaciones de violencia y destrucción que la migración no conlleva pero el covid sí (ya sé que la RAE dictamina que se utilice el femenino, pero yo me tomo la libertad de desobedecerla): ¿o les parece poca destrucción las más de 54.000 muertes de las cifras oficiales (y que el Instituto Nacional de Estadística cifra para 2020, es decir, sin contar esta última «ola», en 80.000)? Obviando el hecho de que la migración no es ni violenta ni destructiva (salvo para quienes la protagonizan) y centrándonos sólo en las cifras, ¿cuántas personas formaron parte de la presunta avalancha de migrantes en Canarias mencionada arriba, una de las más nutridas que se recuerda? Según RTVE, 8.157 en un mes (https://www.rtve.es/noticias/20201203/noviembre-marca-record-llegadas-migrantes-canarias-mes-8157/2059128.shtml). ¿Y cuántas personas se contagian de covid cada día? Ayer, 19 de enero, fueron 41.576. ¿Y cuántas mueren? Ayer, 454.

Me pregunto cuántos contagios y muertes son «aceptables» para los gobiernos antes de que se decidan a poner diques efectivos, también llamados rompeolas, para frenarlas.

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