¿Es posible escribir durante la pandemia de COVID-19… sin hablar de la pandemia?
(Publicada en el blog de JCruz Servicios Lingüísticos el 16-04-2021)
Allá por el verano planteé una pregunta similar en un grupo de escritoras y escritores de Facebook. Similar, porque entonces, ingenua de mí, la planteé como «¿Se podrá escribir después de la pandemia…? Sí, ingenua, porque han pasado ocho meses y, no sólo continúa la pandemia, sino que yo, personalmente, continúo en la misma situación de (auto)confinamiento (y ya van… 57 semanas)… y sin esperanzas de que ello cambie en ningún futuro abarcable con la ilusión.
En aquel momento recibí todo tipo de respuestas, desde quienes opinaban que sería inevitable hablar de la pandemia en cualquier obra ambientada en el presente hasta quienes señalaban que históricamente las epidemias han dado lugar a poca literatura y, por tanto, sería perfectamente aceptable obviarla, pasando por quienes habían hecho modificaciones a obras en curso, bien para incorporarla, bien para sortearla.
🟣 Confieso que nunca me había detenido a pensar en la escasez de literatura sobre epidemias concretas (sí las hay de tipo alegórico, como La peste [1947] de Albert Camus o Ensayo sobre la ceguera [1995] de José Saramago). Y llama sobre todo la atención que la última pandemia análoga a la que nos azota, la de la (mal llamada) gripe española de 1918-1920, no diera lugar a ninguna novela digna de mención… ni siquiera, hasta donde sé, indigna de mención, pese a que se estima que provocó más de cuarenta millones de muertes a nivel mundial. (Sobre ella conozco una sola obra: un episodio de la serie de RTVE El Ministerio del Tiempo, por supuesto muy posterior a los hechos [2016].)
¿Por qué?, me pregunto. ¿Tal vez porque aquélla fue una catástrofe natural y, por tanto, poco «relevante» en el contexto de los horrores, de origen muy (in)humano, provocados por la Primera Guerra Mundial? Cierto que hubo ocultación por parte de EEUU, donde surgió, y del resto de los países en guerra; de ahí la designación «gripe española»: la prensa de nuestro país fue la única que informó extensamente sobre ella. También es cierto que hubo retrasos en la adopción de medidas preventivas por parte de las autoridades y comportamientos irresponsables entre la población. Así, un bando publicado por el Gobierno Civil de Burgos en 1918 proclamaba:
[V]uelvo á reiterar á los que todavía no estén convencidos del grave peligro que esto encierra, que se abstengan terminantemente de celebrar dichas fiestas ó reuniones… Por tanto, estoy resuelto á castigar duramente, como ya se ha hecho en algún caso, a los incumplidores de esta disposición.
Boletín Oficial Extraordinario de la Provincia de Burgos, 4 de octubre de 1918.
(Entre paréntesis, ¿les suena?) Sin embargo, también es cierto que: 1) Entonces se contaba con pocos instrumentos médicos o sociales para frenar la propagación de la pandemia (se probaron diversas vacunas, pero ninguna resultó eficaz); 2) Los índices de mortalidad eran en general mucho más elevados que los actuales (pre-pandemia), por lo que las muertes «prematuras» se asumían con más «resignación»; y 3) Aunque la pandemia se cebó (como suele suceder) con las clases desfavorecidas, las desigualdades eran menos notorias porque existían básicamente sólo dos clases, «la rica» y «la pobre», con escasos estratos intermedios. Tal vez por todo ello la pandemia se vivenciara a nivel eminentemente individual y, una vez superada (se extinguió por sí sola, tras dos «oleadas» más), «todo el mundo» quisiera olvidarla como se olvidan otras catástrofes naturales (tampoco se ha escrito mucha literatura sobre huracanes o terremotos).
🌐 Las anteriores reflexiones las he elaborado sobre la marcha y soy consciente de que merecen un análisis bastante más profundo. 🌐
🟣 La actual pandemia es a todas luces distinta. Cierto que en su origen fue una catástrofe natural (al menos eso quiero seguir creyendo) y que de entrada pilló a gran parte del mundo por sorpresa. Sin embargo, aun antes de terminar el… confinamiento (iba a decir «primer confinamiento», olvidando que este país es tan «estupendo» que sólo ha «necesitado» uno), se sabía ya cómo erradicarla ―confinamiento-rastreos-confinamiento―, y de hecho algunos países lo han conseguido (China, Australia y Nueva Zelanda). Todo lo que ha venido después, por tanto, habría sido en gran medida evitable si la mayoría de los países (empezando por el nuestro) no hubiesen antepuesto los intereses económicos a los sanitarios. Por otra parte, ahora existen esas maravillas de la ciencia llamadas vacunas, cuya distribución, sin embargo, está siendo cuando menos chapucera y, en España, directamente injustificable en términos sanitarios (para no utilizar otros adjetivos, bastante más gruesos, que se me vienen a la cabeza). Sin contar que, en esta sociedad de sobresaturación informativa en la que vivimos, nos enteramos al minuto de cualquier novedad (al menos de aquellas que no se ocultan alevosamente) en cualquier parte del mundo, sobre todo del «primero», que nos gusta pensar que es el nuestro. Lo cual, a su vez, muestra de manera palmaria las desigualdades socio-económicas y socio-sanitarias, tanto a nivel global como al interior de los países, en cuanto a su afectación y alivio, así como los privilegios que disfrutan, no ya sólo las clases acomodadas, como antaño, sino también determinados gremios laborales.
Por todo lo anterior, cabría pensar que las consecuencias (socio)psicológicas están siendo / serán bastante más devastadoras que las de la pandemia del siglo pasado: aunque se vivencien a nivel individual, están imbricadas con infinidad de cuestiones políticas, económicas, éticas y un largo etcétera… Y que la literatura estará ahí para plasmarlas.
🟣 Todo esto lo traigo a colación porque acabo de leer la primera novela ambientada en plena pandemia (la primera que ha llegado a mis manos… supongo que habrá algunas más), La Chasse (2021) de Bernard Minier. La novela, perteneciente a la serie policíaca del comandante Martin Servaz, se desarrolla entre finales de octubre y principios de noviembre de 2020, coincidiendo con el decreto del segundo confinamiento en Francia, que entró en vigor el 30 de octubre.
La novela en sí es estupenda, como casi todas las del autor (a quien, pese a la irritación que me provoca su uso hipermachista del lenguaje, sigo con entusiasmo), pero el tratamiento de la pandemia es totalmente superficial. Abundan las referencias a quiénes llevan o no mascarilla… aunque sin ningún tipo de juicio de valor respecto al segundo grupo (y, conforme avanza la trama, la voz narrativa se va olvidando del tema). Se recogen las quejas del gremio de la hostelería ante el nuevo cierre y la frustración de algunos personajes que echan de menos la vida nocturna. En cierto momento, Servaz se sorprende porque ha hecho un viaje de más de cien kilómetros en coche sin que lo parasen en ningún control (¿les suena de nuestros [presuntos] cierres perimetrales?).
PERO ESO ES TODO. En ningún momento ―y la novela tiene 480 páginas― se habla de muertes, hospitalizaciones o riesgos de contagio… cuando, a 30 de octubre de 2020, se contabilizaban en Francia 36.565 muertes por covid (www.europe1.fr). Y habría sido muy sencillo hacerlo, incluso sin necesidad de causarles tragedias a los personajes centrales (los habituales de la serie). Habría bastado con decir que algún personaje secundario perdió a una madre, a un hijo o a una pareja por covid, que alguno estuvo hospitalizado en algún momento anterior… o que está en cuarentena por contacto con una persona infectada… o que está autoconfinado por ser de riesgo. De hecho, el hijo de Servaz, Gustav, nació con una grave dolencia hepática, que superó gracias a un trasplante de hígado para el que su padre sirvió de donante. ¿No debería temer Servaz por él o por sí mismo (dado que en aquel momento le extirparon un cacho de hígado)? Y su pareja, Léa, que es pediatra, ¿no debería temer contagiarse en el hospital donde trabaja? (Sólo menciona de pasada que en el hospital la necesitan porque, aunque sean casos excepcionales, hay niñas y niños con covid, pero lo plantea como quien habla de la temporada de gripe.) Por otra parte, la única reflexión de carácter social o filosófico que le suscita la pandemia a Servaz es:
Époque de virus. Punitive, mortifère, purificatrice, qui avait trouvé son symbole : le masque. Posé comme un bâillon, comme le signe de reconnaissance d’une société muselée, hygiénisée, et aussi perdue aux abois.
«Época de virus. Punitiva, mortífera, purificadora, que había encontrado su símbolo: la mascarilla. Colocada como un bozal, como seña de identidad de una sociedad amordazada, higienizada, y también presa de la desesperación.» [Traducción propia] Bernard Minier, La Chasse (XO Éditions, 2021, cap. 1).
En una novela que incluye largos y certeros comentarios sobre la (in)justicia social, el abandono de las banlieues, la dicotomía justicia/venganza, las pulsiones fascistas dentro de la sociedad francesa, la citada reflexión resulta simplista, cuando no peligrosamente cercana al negacionismo.
Resumiendo: El autor podría haberse ahorrado la ambientación pandémica por completo. De hecho, su anterior novela (de 2020; publica una por año), La Vallée, se desarrolla dos años antes que La Chasse… con lo cual habría podido ubicar esta última en 2019 sin ningún problema. Mejor eso que abordar una tragedia de estas dimensiones centrándose sólo en lo accesorio.
Deduzco que Minier pertenece a ese ochenta por cierto de la población (me acabo de inventar el porcentaje… sobre la base de mis amistades y conocidas) a quien la pandemia sólo ha afectado en la medida de tener que ponerse una engorrosa mascarilla y limitar (y sólo hasta cierto punto) sus salidas y viajes. Sin embargo, es imposible que no conozca a nadie perteneciente al veinte por ciento restante, a quienes sencillamente «se nos ha roto la realidad» (tomo esta frase prestada de Juan José Millás). Deduzco, pues, que las demás personas le importamos un pimiento. Triste constatación… que me lleva a concluir que mi anterior afirmación sobre las devastadoras consecuencias socio-psicológicas de la pandemia es errónea ―tal «devastación» sólo nos afecta a las personas vulnerables por motivos de edad o salud― y que, por tanto, no habrá una literatura que la plasme.
🟣 Y viene también a colación porque estoy desarrollando (de momento en mi cabeza) mi próxima novela, que va a ser la «transposición» a literatura de un guión de largometraje que escribí hace más de diez años. Transcurre en la época «actual», que puede ser la de entonces, la de ahora o cualquiera intermedia. Es decir, la puedo fechar en 2017, por ejemplo, y obviar la pandemia, de tal modo que los personajes puedan reunirse en cafeterías y hacer viajes en coche por la Península (éstos serían los dos elementos ―superficiales― que tendría que cambiar para trasladarla al presente de 2021). Ahora bien, me parece imposible escribirla con la misma ligereza con que en su momento escribí el guión. Tampoco, aunque la protagonista no tiene nada que ver conmigo y mis conflictos, me veo capaz de diseñarla sin volcarle de algún modo las secuelas psicológicas, existenciales e ideológicas (sí, existe tal cosa como «secuelas ideológicas») que la pandemia me está dejando (y más que me dejará). Y para ello tendré que buscar metáforas y alegorías varias. Porque el único modo de hacerlo de manera directa, sin hablar de la pandemia en presente ni de mí misma dentro de ella, sería situar la novela en un hipotético futuro post-pandemia, pero ésa sería una osadía en exceso optimista.
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