Literatura y cine: Analogías entre la novela de autoficción y el «guión adaptado»
(Publicada en el blog de JCruz Servicios Lingüísticos el 02-04-2021)
En un grupo de cine de Facebook alguien planteó la pregunta de qué tipo de guión tiene más «mérito», el guión original o el guión adaptado, de acuerdo con las dos categorías que se establecen en el mundo de los galardones. Y, mientras pensaba en los respectivos méritos y dificultades de cada uno, se me ocurrió que existe una perfecta analogía con las categorías de ficción y autoficción en la novela.
🟣 Guión original / guión adaptado:
En mi opinión, no se pueden comparar valorativamente porque son dos géneros literarios (por así decir) muy distintos. El guión original tiene el mérito de ―valga la redundancia― la originalidad, ese valor tan preciado desde el romanticismo. Implica «inventar» la trama, los personajes, la estructura, los escenarios… en una palabra, todo. Y es difícil, por supuesto, muy difícil, como sabrá cualquiera que haya intentado escribir ficción, ya sea cinematográfica o literaria. Sin embargo, el guión adaptado tiene otro tipo de mérito: el de ser capaz de «traducir» a imágenes y diálogos orales lo que son «sólo» palabras escritas sobre el papel (pienso sobre todo en las adaptaciones de novelas). No hay que inventar propiamente ―la trama, los personajes, la estructura y los espacios (al menos en abstracto) ya están ahí―, pero existe la dificultad añadida de escribir con una especie de corsé. En un guión original, si en mitad del proceso el o la guionista encuentra una falla en un personaje o episodio, lo puede quitar sin más. En cambio, en un guión adaptado, no se pueden eliminar/añadir según qué cosas. Se trata de captar la «esencia» de la obra adaptada y ser fiel a ella, para lo cual hace falta, entre otras cosas, conocerla a fondo (labor de filóloga).
Voy a ilustrar lo que digo con La Regenta (1884-1885) de Leopoldo Alas, porque en algún momento realicé un análisis comparativo de las dos adaptaciones cinematográficas de la novela, la película de Gonzalo Suárez de 1974 y la serie de RTVE dirigida por Fernando Méndez-Leite en 1995. Se trata de una novela muy difícil de adaptar, no sólo por su extensión (entre ochocientas y mil páginas, según las ediciones), sino porque, como todas las novelas del realismo/naturalismo, pretende dar una imagen totalizadora de la España de la época. El primer paso para llevarla al cine consiste, pues, en seleccionar qué elementos/episodios conservar y cuáles omitir para «encorsetar» el todo en 90 (la película) o 300 (la serie) minutos de metraje.
En la película, como argumenté en mi mencionado análisis de 2004, se eliminan numerosos episodios y prácticamente una fase entera del proceso pendular de Ana Ozores, pero, aun así, es fiel a la «esencia», en la medida en que reproduce muy bien las oscilaciones de la protagonista entre las trampas de la religión (el Magistral) y las del mito del amor romántico (Álvaro Mesía), así como el entramado sociopolítico de la Restauración. En cambio, aunque la serie de RTVE cuenta con doscientos minutos más para incorporar episodios adicionales de la novela (por ejemplo, uno fundamental omitido por Suárez, la procesión religiosa en la que participa Ana), y quizá porque el casting es absolutamente penoso, no le hace ninguna justicia a la obra y los personajes resultan inverosímiles (¿Carmelo Gómez como el retorcido Magistral, en serioooo?), caricaturescos (Víctor) o muy distintos a como los presenta Alas (Ana). De todos modos, lo que a ninguno de los guionistas se le habría ocurrido ―para poder seguir considerándola una adaptación de La Regenta― es eliminar la figura del Magistral (quizá el personaje más difícil de traducir audiovisualmente), la relación adúltera entre Ana y Álvaro (es, por definición, una novela de adulterio) o la escena del duelo entre Álvaro y Víctor.
🌐🌐 Antes de continuar, no puedo resistir la tentación de mencionar la adaptación de L’Élégance du hérisson (2006), de Muriel Barbery, realizada por Mona Achache en 2009 bajo el título de Le Hérisson, porque es posiblemente la mejor adaptación literaria que he visto nunca (la propia autora fue coguionista junto con la directora). Más allá de captar esa «esencia» de la que hablaba, tanto en relación con los personajes principales (Renée y Paloma) como con el medio burgués en que se desarrolla ―y que pretende denunciar Barbery―, la película «perpetra» una auténtica genialidad: «traducir» los textos que escribe Paloma en la novela a imágenes que graba en vídeo, con lo cual no existe disonancia alguna entre los dos lenguajes, el literario y el audiovisual… aunque el resultado sean dos obras distintas, por cuanto la adolescente Paloma ya no es una precoz y lúcida escritora, sino una precoz y lúcida «cineasta» (de ahí tal vez el pequeño cambio en el título). 🌐🌐
🟣 Ficción / autoficción:
Creo que no hace falta desarrollar aquí las dificultades para escribir una novela, pues, como ya señalé, son evidentes para cualquiera que haya escrito ―o incluso sólo intentado escribir― una, como también es evidente el mérito de lograrlo.
Lo que quizá no resulte tan evidente es la dificultad de escribir autoficción, que yo defino como cualquier autobiografía en forma novelada, por oposición a la autobiografía stricto sensu («Me llamo Jacqueline, nací en…»), independientemente de si autora, narradora y protagonista comparten el mismo nombre, tal como exige el «pacto autobiográfico» según Philippe Lejeune. De hecho, el género tiende a ser minusvalorado y, por ello, no es casual que a menudo se «acuse» a las escritoras (mujeres) de hacer «mera» autobiografía (incluso cuando no es el caso), pese a que hay también numerosos escritores (hombres) que recurren a la propia biografía como germen de sus novelas.
Yo he escrito una novela de cada tipo: Gajos de naranjas, ya publicada (en 2014), y otra, cuyo título por el momento me reservo, que estoy a punto de finalizar. En la primera todo es rigurosamente ficticio, mientras que la segunda es el relato autobiográfico, en forma novelada, de tres años muy oscuros de mi vida. Para la primera tuve que inventarme y desarrollar una trama, diseñar una protagonista y cuatro personajes secundarios (aparte de algunos figurantes), con sus respectivas biografías, elaborar una estructura y dosificar los distintos episodios en espacio y tiempo. Me llevó dos años hacerlo (con alguna reescritura posterior) y no diré que fue todo coser y cantar (entre otras cosas porque no sé coser 😂), pero la disfruté enormemente. Todo estaba en mi cabeza y, por tanto, todo era modificable hasta lograr lo que me había propuesto.
Para la de autoficción, en cambio, tenía de entrada todos los ingredientes: la trama, la protagonista (yo, aunque le haya dado otro nombre), los personajes secundarios y terciarios, los escenarios, el desarrollo lineal… Incluso, al tratarse de una etapa muy concreta de mi vida (y no de toda ella), tenía ya el planteamiento/nudo/desenlace. Eso era lo «fácil». Todo lo demás fue sudor neuronal y (debido al contenido) lágrimas, muchas lágrimas. (Cuando la publique, explicaré en más detalle el tortuoso proceso.) Al igual que ocurre con los guiones adaptados, tuve que decidir qué episodios incluir (eso sí, con más libertad para omitir, añadir o modificar/tergiversar algunos), cómo darles sentido novelesco, cómo dosificar la información, cómo «rediseñar» los personajes secundarios para preservar ―esto es fundamental― su identidad o, por lo menos, su intimidad, y cómo conseguir, además, que el todo resultase verosímil (la realidad no siempre es verosímil; la literatura debe serlo siempre)… con el corsé, en este caso no de otro texto, sino de esa misma realidad. Por otra parte, del mismo modo que hay pasajes de una novela «intraducibles» al cine (sensaciones, monólogos interiores en plan fluir de conciencia, etc.), en la vida real hay experiencias que, por su elevada carga emocional, son difícilmente traducibles a palabras (aquí es donde entran las lágrimas).
Claro que… Se me ocurre que tal vez toda la disquisición anterior no sea más que una simple coartada para autodarme palmaditas en la espalda, ya que esta semana releí la novela después de cuatro meses en reposo e, independientemente de la calidad que pueda tener a ojos de quien la lea (ésa es otra: si siempre es difícil juzgar la propia obra con «objetividad», en el caso de la autoficción lo es más aún porque una está entramada toda entera ahí dentro), me ha parecido una auténtica proeza haberla escrito, casi más que si alguien me hubiese pedido un guión adaptado de La Regenta o L’Élégance du hérisson.
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