Las novelas me explican cosas: ¿Hacia una McLiteratura?

(Publicada en el blog de JCruz Servicios Lingüísticos el 22-08-2022)


Hace algo más de un año publiqué un artículo en este blog en el que destrozaba una novela policíaca de escritora superventas de editorial prestigiosa, entre otras cosas por explicar al público lo que a mí me parecían obviedades: qué es el luminol (¡en una novela policíaca!), la Copa Davis o las FARC, abusando de conectores como «refiriéndose a» para meter la información con calzador.


Posteriormente, decidí que es injusto destrozar, defecto a defecto, una novela concreta, puesto que se trata de un fenómeno muy (demasiado) extendido. Por eso, cuando, tras el empacho de wikipeditis que me provocó la última de este tipo que empecé a leer, una novela «seria» (es decir, no policíaca) de editorial prestigiosa y autor/a con premio (por una obra anterior), decidí escribir este artículo, decidí también no especificar cuál ni de quién. Ésta también abusa de los «se refería a» (¿tal vez habría que rechazar de plano cualquier novela en que la voz narrativa utilice ese verbo?) y me explicaba cosas tan abstrusas como qué fue la generación del 27, la Residencia de Estudiantes o la guerra hispano-estadounidense, además de incluir páginas y páginas enumerando las obras de cierto conocidísimo poeta... Y antes de que piensen que me estoy jactando de erudición, diré que también me explicaba «cosas» que desconocía, relacionadas con ámbitos que no frecuento (como la ciencia ficción), pero también en esos casos se me atragantaba: de haber tenido interés en saber a qué se referían esos nombres o títulos, los habría buscado yo solita. (No lo tenía; de hecho, dejé la novela a medias.)


Si tuviera que definir la función de la literatura en una palabra, diría comunicar: comunicar emociones, sensaciones, impresiones, experiencias, peripecias, dolores, alegrías, rebeldías, utopías, distopías... Y también, por supuesto, conocimientos. El problema surge cuando, fuera del ámbito del ensayo (que también es un género literario), una obra transmite conocimientos como un libro de texto o, peor aún, la Wikipedia, sobre todo cuando son (o deberían ser) conocimientos de cultura general. No estoy hablando de datos imprescindibles, por ejemplo, en una novela histórica, ni de reflexiones de un personaje o una narradora en torno a algún suceso o alguna figura literaria o histórica, sino de pildoritas de información cada vez que aparece alguna alusión cultural, histórica o política, como las señaladas arriba. Por poner un par de ejemplos extremos de mi invención: 1) «Me dijo que su fantasía era ir a París, refiriéndose a la capital de Francia«. 2) «Le dije que con ese bigotito se parecía a Hitler, refiriéndome al dictador nazi alemán responsable del genocidio de más de seis millones de personas judías y de otros colectivos«. ¡Todo masticadito, ea!

No sé si ese «masticaje» lo deciden espontáneamente los y las autoras, o si son las editoriales quienes se lo imponen, pero, en cualquiera de los dos casos, creo que el problema reside en los grandes grupos editoriales, cuyo único interés consiste en sumar ventas y, para conseguirlo, tienen que apelar a todo el público posible con cada libro, en lugar de diferenciar por géneros y niveles. Es decir, todo tiene que ser de lectura rápida y fácil. McLiteratura, podríamos llamarla, si no fuera porque los libros son cada vez más caros.

Lo que queda claro es que los y las lectoras implícitas de esas novelas son personas de bajo nivel cultural y escaso bagaje de (buenas) lecturas. No voy a conjeturar si ello se corresponde o no con el público promedio, pero, si no es así, acabará siéndolo, en plan profecía autocumplida y círculo vicioso: cuanto más se acostumbre al público a una lectura pasiva, sin esfuerzo, sin exigencias, más difícil le resultará afrontar una lectura activa, con lo cual demandará cada vez textos más «fáciles».

🌐🌐Me parece paradójico (¿o tal vez no lo sea?) que este fenómeno se dé precisamente en una época en la que tenemos, literalmente, cualquier información al alcance de la mano, puesto que casi todo el mundo dispone de un teléfono inteligente con conexión a Internet y lo lleva consigo adondequiera que va. Distinto era antes, cuando, para resolver cualquier duda suscitada por una lectura, había que acudir al diccionario o a una enciclopedia física, algo que sólo poseían las élites. Es más, quienes leen en digital no tienen siquiera que alargar la mano para coger el móvil, pues, al menos con el Kindle (el dispositivo que yo manejo y que compré en su momento por motivos estrictamente económicos ―los libros cuestan la mitad que en papel―), basta con subrayar una palabra o expresión y nos remite al diccionario o a la Wikipedia. 🌐🌐

Textos «fáciles», decía. Para quienes leen, pero también para quienes escriben. Si de verdad piensan que el público carece de una cultura general básica, existen modos más sutiles de «explicar» las alusiones literarias, históricas y de otro tipo sin el fácil recurso al referirse a. (A veces, por cierto, esas «pildoritas» se refieren al propio contenido de la novela, tipo: «―Te llamó Pablo ―me dijo, refiriéndose a mi primo de Madrid», incluso en casos en los que el tal Pablo ya ha sido mencionado antes, como si el público careciese también de memoria.) Las notas al pie son también un recurso fácil, y a menudo explican también obviedades, pero tienen la ventaja de que no interfieren con el fluir de la lectura. Otros, más «difíciles», consisten en incorporar la información a un diálogo ―con lo cual se traslada la presunción de desconocimiento de los y las lectoras a un personaje concreto― o insertarla de manera indirecta mediante perífrasis o reflexiones del personaje al que se le hace el comentario en cuestión.

Por retomar mi (ridículo) ejemplo de París, en lugar de «Me dijo que su fantasía era ir a París, refiriéndose a la capital de Francia«, propongo dos opciones:

Primera:

Me dijo que su fantasía era ir a París.

―¿Adónde? Ya sabes que no estoy muy puesto en geografía…

―La capital de Francia.

Segunda:

Me dijo que su fantasía era ir a París: le fascinaba todo lo francés y, siempre que viajaba a un nuevo país, empezaba por la capital, porque pensaba que era ahí donde se concentraba su esencia.

De acuerdo, son ejemplos algo burdos, pero al menos requieren pensar un poco y, no sólo nos dan la información considerada necesaria, sino que, además, nos cuentan algo sobre los personajes.

🌐🌐 Paréntesis sobre las citas literarias: Cuando en una novela se incluyen citas de otros textos literarios (incluidas canciones), es imprescindible indicar la fuente, por cuestiones de derechos de autoría cuando las obras no están aún en el dominio público y, cuando ya lo están, para evitar posibles acusaciones de plagio. La dificultad surge al abordar textos del dominio público que deberían ser también de conocimiento ídem: ¿debemos también entonces indicar la fuente? En mi última novela, Todas las islas la Isla, incluí numerosas citas literarias y en todos los casos indiqué en nota al pie la referencia. Ahora bien, en determinado momento me surgió espontánea, casi inconscientemente, la siguiente paráfrasis: «viajaba ligera de equipaje, casi desnuda, como las hijas de la mar que me tuvo tanto tiempo estrangulada» (pág. 292). Debatí largo tiempo si debía mencionar la fuente (y el texto original) en nota al pie. Finalmente no lo hice, sobre la base del siguiente razonamiento: ¿Puede haber alguien que no conozca estos célebres versos de Machado? Y, conociéndolos, ¿puede haber alguien que piense que pretendo hacer pasar por mías esas palabras del gran don Antonio? ¿Que estoy plagiando en lugar de rendir homenaje? (En realidad, ni siquiera se trata de un homenaje: son versos que tengo interiorizados desde la adolescencia.) Pero, ante lo que leo por ahí, me he quedado con la duda. 🌐🌐

Hace ya algún tiempo, el escritor mexicano Juan Villoro decía:

Sorprende la creciente
proporción de libros destinados a las
personas que normalmente no leen. En
todas las épocas han existido libros para
quienes sólo leen por excepción, casua-
lidad, morbo o urgencia extrema; sin
embargo, ahora la tendencia dominan-
te consiste en hacer circular libros que
deben cautivar a quienes normalmente
no leen porque, naturalmente, son la
mayoría. Es una situación enloquecida,
como si los fabricantes de vino embote-
llaran para la gente que normalmente
no bebe, o empezaran a hacer vino con
sabor a chocolate o con sabor a té de
hierbas, para que ésos tomaran vino. Este
tipo de circulación es un fenómeno de los
últimos tiempos al que tampoco somos
ajenos como testigos.

Ricardo Piglia. «Escribir es conversar». Letras Libres, 31 de enero de 2008, s.p.

No suscribo del todo su análisis, porque opino que es positiva toda iniciativa destinada al fomento de la lectura, que leer (lo que sea) es mejor que no leer y que la lectura es bastante más importante que el consumo de vino. Pero sí es cierto que cada vez se publican más libros con sabor «a otra cosa»: lo que yo llamaría, en el caso que me ocupa, novelas con sabor a Wikipedia.

Existen otras manifestaciones de eso que yo considero una deriva hacia la McLiteratura: los géneros que copan las mesas de novedades de las librerías y las listas de libros más vendidos (thriller y novela histórica, tal como se entiende ésta actualmente), la profusión de sagas, con sus trilogías, secuelas y precuelas, o el creciente «enflaquecimiento» de los libros. Pero ésas quedan para futuros artículos.


Comentarios

Entradas populares de este blog

(Meta)cine sobre cineastas pioneras: "La espiral maravillosa", de Isabel Medarde

El "saqueo" (que no plagio) de mis novelas "Gajos de naranjas" y "Todas las islas la Isla" por parte de Dolores Payás

Las violencias machistas "invisibles": "Querer", de Alauda Ruiz de Azúa