Por un feminismo abolicionista e interseccional: A modo de manifiesto
(Publicada en el blog de JCruz Servicios Lingüísticos el 15-03-2023)
En la profunda entrevista que me hizo Yasmina Romero Morales el pasado 8 de febrero sobre mi novela Todas las islas la Isla, como parte del ciclo «Nuestras autoras y sus libros» de Clásicas y Modernas: Asociación por la Igualdad de Mujeres y Hombres en la Cultura (se puede visionar aquí), una de las primeras preguntas fue dónde me posiciono con respecto al feminismo o, como dicen algunas, los (presuntos) «diversos feminismos».
Respondí que, de entrada, me resulta llamativo que el feminismo sea el único movimiento político al que se le cuelga el plural: no se habla de los marxismos o los ecologismos, por citar sólo dos. (Se suele hablar de los fascismos, pero en referencia a las variantes nacionales de dicho ideario durante el período de entreguerras del siglo XX [fascismo italiano, nazismo, falangismo, etc.], no para hablar de cada movimiento en el interior de un mismo país.) Y que esa (falaz) pluralización sólo sirve para diluir el feminismo.
En mi opinión, en el contexto actual de vertiginosa pérdida de los derechos tan arduamente conquistados, agravado en España por el borrado integral de la categoría mujer como sujeto político decretado por la Ley Trans que entró en vigor el pasado 2 de marzo, existe UN solo feminismo, el feminismo radical, es decir, el que va a la raíz de las opresiones que sufrimos por cuestión de sexo. Un feminismo abolicionista de:
🟣 La prostitución y la trata
🟣 La pornografía
🟣 Los vientres de alquiler
🟣 La llamada «autodeterminación de género» y el género mismo
Dije también que el mayor peligro para nuestros derechos no proviene ya del llamado feminismo liberal, porque, si bien éste no es abolicionista ni de la prostitución ni de los vientres de alquiler, al menos no cuestiona nuestra existencia como mujeres. El verdadero peligro reside en el transactivismo, que no sólo ha conseguido borrarnos en términos legales, sino que ha cooptado nuestro discurso, vaciando de contenido conceptos como género (que era el conjunto de características atribuidas social y culturalmente a cada uno de los sexos, y ahora es sinónimo de sexo biológico) y lenguaje inclusivo (que antes se refería a un lenguaje que no invisibilizase ni subordinase a las mujeres, nombrándonos, y ahora se refiere a esa terminación en -e que nos invisibiliza doblemente).
Añadí, sin embargo, un importante matiz: discrepo rotundamente del feminismo abolicionista teorizado y politizado en la actualidad en España por su absoluta negativa a considerar la interseccionalidad1 como un hecho vivencial y político. Ello no quiere decir que defienda un feminismo otro, sino ese mismo feminismo pero con una conciencia político-social más allá de la categoría sexo. Porque las mujeres no somos sólo mujeres, sino que, salvo unas pocas privilegiadas (que son, por supuesto, las que poseen la formación y ―sobre todo― el tiempo libre ―y/o remunerado― para elaborar sus ideas y los foros para difundirlas), estamos atravesadas por diversas opresiones: de clase, de raza y de otros condicionantes como la discapacidad. Y, aunque la opresión por razón de sexo sea transversal a todas, no podemos ―ni debemos― limitar nuestra lucha a ella. Usando la terminología de Gayatri Spivak, somos las subalternas de los subalternos: estamos, pues sujetas a una doble (o triple o cuádruple) subalternidad y tenemos que luchar simultáneamente contra todas ellas. Porque, aunque los hombres de nuestro(s) otro(s) eje(s) de opresión nos subalternicen, si contribuimos a reducir la subalternidad que compartimos con ellos, también estaremos reduciendo la nuestra, ya que, ojo, en nuestra subalternización también participan alegre y conscientemente las mujeres de los grupos dominantes.
«Esto» de la interseccionalidad no es para mí una mera cuestión teórica, sino algo que he vivido y sigo viviendo en mi propio cuerpo.
🌐🌐 Yo viví dieciocho años en EEUU como mujer racializada y mi activismo (básicamente circunscrito a la universidad) tenía dos frentes: el machismo y el racismo. Dependiendo del contexto, mi afinidad (iba a decir identidad, pero éste es otro término que se ha vaciado de contenido) se hallaba con las mujeres en general o con la población latina, también en general. En las luchas feministas, mis compañeras latinas y yo nos aliábamos con las compañeras gringas, pero en las luchas antirracistas nos aliábamos con las y lOs compañeros latinos… por la sencilla razón de que las compañeras gringas se aliaban con los hombres gringos. ¿Deberíamos habernos quedado de brazos cruzados? ¿Habría que decirles a las mujeres afroamericanas que participan en el movimiento #BlackLivesMatter que, puesto que la policía por lo general sólo asesina a hombres (negros) y que estos hombres las oprimen a ellas, deberían quedarse en casa y esperar a que el racismo se diluya por sí solo?
🌐🌐 Aquí en España no soy mujer racializada, pero (además de una situación económica precaria sobre la que no daré detalles) tengo una discapacidad y también en este caso mis afinidades fluctúan entre las mujeres en general (sanas y «enfermas») y la población «enferma» (que, lamentablemente, nunca formará un colectivo con capacidad para reclamar nuestros derechos, puesto que incluye a personas de ambos sexos, de todas las clases sociales, de todas las etnias y de todas las ideologías). Y pongo un ejemplo muy clarito. Hace dos años, cuando el plan de vacunación anti-covid del Ministerio de Sanidad no contempló a las personas de riesgo como grupo prioritario (algo que sí hicieron todos los demás gobiernos del mundo occidental), mi lucha estaba con las personas como yo. En otras palabras, para mí tenía más derecho a la vacuna un hombre machista, racista y homófobo, pero enfermo, que una mujer feminista y de izquierdas, pero sana y perteneciente a un gremio privilegiado (funcionarias, farmacéuticas, etc.), porque con el machista-racista-homófobo en cuestión yo compartía la necesidad de la vacuna. Esta decisión eugenésica del gobierno central (presuntamente de izquierdas, no lo olvidemos) normalizó la discapafobia en este país, a la que se sumó también alegremente el movimiento feminista, con algunas de cuyas miembras he mantenido desde entonces enconados ―y muy dolorosos― debates en las redes (y ya no estoy hablando de las vacunas).
Y ahora la gran pregunta: ¿Por qué tanto rechazo al concepto de interseccionalidad? Creo que existen varios motivos, aparte del hecho, ya mencionado, de que las teóricas de referencia en este país son mujeres blancas, burguesas y sanas, es decir, triplemente privilegiadas, que sólo han sufrido la opresión por razón de sexo. Pero hay más:
🟣 A menudo se confunde (¿interesadamente?) con el relativismo cultural, que consiste en aceptar determinadas opresiones contra las mujeres con la excusa de que pertenecen a su cultura y no debemos inmiscuirnos en ellas. Y, por supuesto, no es así: hay derechos humanos universales inalienables (a la libertad y a la integridad física, entre otros) cuya violación no es justificable en ningún caso. Tomar en cuenta la interseccionalidad no implica obviar dichas violaciones, sino simplemente entender la posición de sujetos (doblemente subalternos) de las mujeres que las sufren.
🟣 En sus inicios uno de los ejes de la interseccionalidad lo constituía la orientación sexual, por lo que incluía al colectivo LGBT, cuando la T representaba a un exiguo colectivo, mientras que en la actualidad la variable orientación sexual ha sido cooptada también por el movimiento queer. Sin embargo, el hecho de que algunas activistas de este último prioricen la opresión del (antaño exiguo) colectivo trans por encima de todas las demás, incluida la de sexo, no justifica ignorar las determinadas por razón de clase, de raza y de discapacidad.
🟣 Está todavía fresco el recuerdo de tantísimos revolucionarios (varones) que insistían en que lo prioritario era hacer la revolución contra el sistema socioeconómico imperante y ya después, si acaso, se ocuparían de los derechos de las mujeres. A riesgo de repetirme, diré que el concepto de inteseccionalidad no va por ahí, sino por la convicción de que todas las luchas deben ser simultáneas. Lo cual no quiere decir, por cierto, que ninguna feminista tenga la obligación de luchar en todos los frentes, sino sólo respetar que otras lo hagamos. Y remito aquí a tantas mujeres revolucionarias que el feminismo entroniza como referentes… pero al parecer sólo de boquilla: Flora Tristan, Louise Michel, Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo, Audre Lorde…
Sé que este «manifiesto» no me va a granjear demasiadas simpatías entre mis compañeras abolicionistas. ¿Por qué lo publico entonces? Porque estoy harta de autocensurarme (llevo un par de años haciéndolo) y porque percibo que el movimiento feminista abolicionista está girando cada vez más a la derecha (como en general toda la sociedad española, cuyo conformismo y pasividad frente a la creciente precarización de colectivos cada vez más amplios critiqué recientemente en un artículo sobre la última novela de Almudena Grandes). Unos días antes del 8 de marzo se celebraron unas jornadas abolicionistas bajo el patrocinio de una tal Asociación Española de Feministas Socialistas (FeMeS), como si en este país el socialismo fuera algo más que un neoliberalismo con falso barniz humanitario, y en ellas participaron mujeres con altos cargos en el PxxE, ese mismo partido que, en connivencia con el Ministerio de Igual-dá de P*demos, ha aprobado la Ley Trans. Aparte de una monumental hipocresía, me parece de una ingenuidad pasmosa. ¿En realidad creen que podremos conseguir la igualdad dentro de un sistema socioeconómico neoliberal? Entiendo que el partido que nació anunciándose como la «verdadera izquierda» resultó ser más misógino aún (sin ser tampoco de izquierdas). Pero la solución no es tirarse de cabeza en un partido de derechas (el PxxE lo es), sino intentar crear una verdadera alternativa abolicionista, interseccional… y de izquierdas.
Nota:
1 El término fue acuñado dentro del ámbito jurídico por la activista e investigadora afroamericana Kimberlé Crenshaw en 1989 y posteriormente incorporado a las ciencias sociales por activistas, escritoras y pensadoras afroamericanas y chicanas en EEUU.
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